Ninguna amatsu ve al campeón, el aventurero o el hombre o la mujer de éxito en el que se ha podido convertir su hijo. Para nosotras siempre serán nuestros niños. Ahora me piden que hable de Txomin y me vienen a la mente su primer contacto con una moto. Creo que fue
con tres años en un circuitillo de quads que había en Kortezubi. Era fácil subirle, lo difícil era cuando llegaba la hora de marcharse. Nunca quería bajarse de la moto. Siendo así, no tardó mucho en empezar a competir. ¡Qué le iba a hacer yo! Con seis años disputó su primera carrera. Era la prueba del Campeonato de España de Torrelavega. Como era pequeñajo, para poder hacer la salida se le ponía una banqueta donde apoyarse porque no llegaba al suelo. Él era feliz en ese ambiente. Por ello, durante muchos años toda la familia al completo nos desplazábamos por todo el Estado a las carreras. Los dos hermanos disputaban el estatal y nosotros nos ocupábamos de todo lo demás: conducir, cocinar, la mecánica...
Cuando Txomin tuvo que dejar las motos por falta de presupuesto a los 13 años le afectó y sufrió un bajón anímico. Pero en cuanto empezó a trabajar a los 18 años lo primero que hizo fue comprase una moto. Con la ayuda de algunos amigos pudo volver a hacer lo que más le gustaba, correr. Y ahí sigue. Nada le frena. Y eso que las lesiones han sido sus compañeras de viaje. Ha tenido varias, pero es cabezota. Incluso cuando los médicos le decían que no siguiese, que se iba a arrepentir cuando fuese mayor, le echaba más coraje y ponía más empeño. Siempre ha luchado por esta forma de vivir. Vuelve feliz de los países que conoce. Cuenta las aventuras y, sobre todo, la gente que se encuentra en el camino y los amigos que hace. Lo del Dakar para Txomin ha sido lo mejor que le ha pasado. Siempre dice que nunca podrá agradecer lo suficiente todo el apoyo que ha tenido y el esfuerzo que hacen todos para que él esté ahí.