El jueves aterriza en Bilbao Alejandro Valverde, el fenómeno, sin tiempo siquiera para inspeccionar, como ha inspeccionado estos días cada metro de adoquín que pisará en el Tour, alguna de las etapas de la Vuelta al País Vasco que nunca ha gobernado (fue segundo en 2006), aunque ha ganado cinco etapas, ha sido líder y, claro, protagonista. Valverde tiene gancho en Euskadi. Gusta. Como han gustado siempre los ciclistas que nunca se esconden. Chiappucci, Marino, Rominger, Jalabert, Contador... Está bien visto el murciano, que podría correr ciego la ronda vasca. Seis ojos han escaneado cada curva del recorrido para él. Le basta con escuchar bien lo que tienen que contarle.

La Vuelta al País Vasco se corre entre dos apellidos. De Izagirre a Intxausti. O, lo que es lo mismo, de Gipuzkoa a Bizkaia, de Ordizia a Markina. Jon, Gorka y Beñat son los nombres pegados a esos dos apellidos. Los seis ojos de Valverde en el País Vasco.

Esta pasada semana se pasearon, primero, por Ordizia, donde empieza y acaba la primera etapa.

Es territorio Izagirre. Conocen cada metro de la comarca. "Son carreteras que hemos conocido desde pequeños", dice Jon. Aún así, hablan como si hubiesen visto ese lugar por primera vez. Sorprendidos. De carreteras de caserío estrechas como desfiladeros; de una jornada, 153 kilómetros y ocho puertos, que se corre por el filo de una sierra; de dureza, de estrés, de ningún llano, de descensos con más curvas que Elle Macpherson, de repechos como el de Okorro, de un puente que pone los pelos de punta, y, finalmente, de lo que viene al cruzarlo, el asalto final a Gaintza, un puerto con dos vertientes. En la Vuelta al País Vasco no se sube por ninguna de las dos. Se cruza el monte por una carretera recién asfaltada a la que le han puesto desniveles de escalada. Un kilómetro y 600 metros y una media del 17%. Una pared. "Y muy constantes", matiza Gorka. "Algún favorito se va a dejar tiempo. Es un día para perder", añade. Luego, describe un descenso rápido que acaba a 2,5 kilómetros de meta. De ahí, llano hasta el final. Hasta Ordizia, donde ya había bicicletas antes de que naciera la Vuelta al País Vasco. Su clásica que se disputa cada 25 de julio es la más antigua del calendario estatal. Nació en 1922. Once años antes se había creado la Volta, la prueba decana. Gorka ha ganado dos veces en Ordizia. "Pero la Vuelta al País Vasco es otra cosa. No le doy vueltas a eso". A ganar, se refiere. No está para eso. Sus ojos, sus piernas, su cuerpo pertenecen a Valverde. "Queremos ganar con él", reconoce. Su alma, en cambio, está en otro lado. Con Urtzi Gurrutxaga, el jugador del Tolosa que murió hace poco durante un partido. Era el mejor amigo de Gorka. Pero a eso tampoco quiere darle muchas vueltas.

A la sombra del oiz En Markina-Xemein, da vueltas y vueltas el rollo de cinta americana que desenroscan los Izagirre e Intxausti para fijar en el manillar de la cabra el potenciómetro. Ahora, el ciclismo cabe en esa pantalla. Lo mide todo. Los vatios, la velocidad, los kilómetros, las pulsaciones... También marca la temperatura y la climatología. Y lleva GPS. Pero en la crono de Markina, a Intxausti no le hace falta. Se corre a la sombra del Oiz y sus molinos de viento. Bajo su mirada ha pasado Intxausti toda su vida. Nació en Muxika, se crió y se hizo ciclista en Amorebieta y ahora vive en Gernika. De todo ese paisaje es dueño el Oiz. "No recuerdo haber estado por allí de pequeño, pero ahora en bici he subido algunas veces", dice el vizcaino. Tiene dos vertientes, ambas duras, pero una de ellas más complicada por el piso, que está cubierto de cemento. "Sería un buen final de etapa si algún día alguien quisiera...", propone Intxausti. Otro año quizás.

La Vuelta al País Vasco se decide más abajo. En un circuito en el que se suben Gontzagaraigana, por Bolibar, y Santa Eufemia, por Aulesti. "Pero será una contrarreloj rápida", vaticinan los tres corredores del Movistar. "La del año pasado era más dura y esta se parece más a la de Zalla". En Zalla estuvo más cerca que nunca de ganar la Vuelta al País Vasco Valverde, que llega el jueves sin tiempo para ver el recorrido. Se tendrá que fiar de lo que le cuenten sus seis ojos.