Hace un año que antes de la Het Nieuwsblad, la Het Volk de siempre, les dijo Egoitz García (Atxondo, 1986) a sus jefes del Cofidis que no vendría mal inspeccionar el recorrido por eso de conocer, antes de sufrirlo, el terreno, el mar de piedras que debían pisar. Hace unas semanas que al joven clasicómano, de los pocos de su especie en el ciclismo estatal tras la retirada de Flecha pero demasiado joven aún para decir que esas piedras son suyas, que puede con ellas, que es capaz de gobernarlas, le cogieron sus jefes un vuelo en Loiu que madrugaba más que el día y le dejaba aún con legañas el jueves en Bruselas, dos días antes de que hoy se estrene la temporada del pavés en la Het Nieuwsblad y la Kuurne-Bruselas-Kuurne. Tan pronto viajó Egoitz para, esta vez sin tener que decir nada, reconocer el suelo que pisará hoy en un gesto que parece insignificante pero que tiene la grandeza de ser espejo de la creciente confianza que tiene en él el Cofidis.

"Uno que", dice Markel Irizar, que sabe lo que es ganar junto a Fabian Cancellara Harelbeke, Flandes y Roubaix en una misma temporada, la pasada; "tiene las cualidades que se piden para deslizarse sobre el pavés, pero estas destacarían más en un equipo de los punteros".

En uno, se refiere el bueno de Markel, como el suyo propio, el Trek, el Sky, el Omega Pharma o el Lotto, los que más en serio se toman la temporada del pavés. Tanto como para, en algunos casos, gastarse 100 euros en cada tubular que crea un artesano francés especialmente para la París-Roubaix. O como para que todo el equipo que acompañará a Cancellara en la reconquista de Harelbeke, Flandes y Roubaix haya comenzado la temporada montado en la Trek Domane especial para el pavés, sin importar mucho que esta no sea, por aerodinámica y otras cuestiones, la bicicleta ideal para la carretera. Eso y otros detalles, "pequeños pero importantes", le sirven a Irizar para hablar del mundo que son las clásicas del pavés, del mundo que separa a unos y otros equipos a la hora de afrontarlas y del mundo que distancia a los ciclistas de las grandes vueltas y las carreras de una semana de los amantes del pavés, tipos exclusivos como Irizar y Egoitz García, los dos únicos vascos que se toman en serio el asunto de los adoquines.

Ya se sabe que todos los ciclistas son duros, pero los de las clásicas los son más. Tipos macizos, pesados y fuertes. De piedra. El Trek de Irizar, los ocho corredores que Cancellara ha elegido para que le arropen en las clásicas aunque el suizo no estará este fin de semana en Bélgica y apunta a la Strade Bianche (8 de marzo) como primer objetivo, tiene una media de peso de 80 kilos. "Para andar por el pavés es necesario ser un tipo pesado y que eso tenga relación directa con la potencia absoluta que se despliega", reflexiona el guipuzcoano. Las clásicas son pruebas de resistencia, largas y duras, para tipos de aliento largo, pero exigen también la capacidad para afrontar los momentos de intensidad máxima que llegan antes de los tramos de pavés y durante estos. "Luego suele venir un parón hasta el tramo siguiente", explica Egoitz García; "pero hay que estar preparado para esa explosión". "Son momentos en los que para los culogordos como nosotros", agrega Irizar, "es asumible desarrollar 400 vatios de potencia absoluta, que es, junto con el peso, lo que te permite avanzar sobre las piedras sin ir pegando botes de un lado para otro. Para un ciclista de menos de 70 kilos, ya no te digo los escaladores que no pesan nada, es prácticamente imposible mantener el ritmo sobre las piedras".

"Las clásicas del pavés son carreras complicadas", sostiene Irizar. Y los campeones que las disputan, ciclistas hechos de pedacitos de virtudes como la potencia para afrontar la batalla fugaz de los caminos de piedras o la resistencia para llegar fresco, tras más de seis horas de carrera, por encima de los 250 kilómetros en el caso de Flandes o Roubaix, al desenlace. También, fundamental como el respirar, el saber que da la experiencia, el paso de los años. "Conocer", dice Irizar, "dónde y cómo hay que gastar, cuándo es la hora de guardar y el lugar en el grupo que exige cada momento".

En ese traje que define al prototipo de corredor de clásicas entra, por supuesto, Cancellara, el suizo que ha elegido por segundo año consecutivo a Irizar para que le escolte en la conquista de Flandes y Roubaix, dos de los cinco monumentos. "Es uno de los grandes de la historia del pavés", resume Markel, que menciona también a Boonen, el gran rival de su jefe, un portento físico, le define el guipuzcoano, que tiene algo que otros no tienen. "¿El qué? Para mí, lo que diferencia a Fabian es que enamora. Su pedalada transmite mucho, gane o pierda. Cuando corre lo hace para ganar y para él solo hay una forma de conseguirlo: atacando. Es más lento que sus rivales, que Boonen o que Sagan, y sabe que si va a rueda no puede vencerles", sostiene Irizar, quien habla de episodios locos y bellos cuando Cancellara logra que su fortaleza se imponga con ataques lejanos. Y de errores tácticos provocados por la misma razón, "una manera de correr muy apasionada que está tratando de controlar porque se ha dado cuenta de que no siempre puede dar él la cara para que ganen otros. Ahora, piensa que si no es claramente superior, debe ser más frío y calculador".

El ciclocross Más cerebral que visceral como no lo fue Egoitz en la Het Nieuwsblad del año pasado, donde fue décimo, un puesto prometedor, pero acabó consciente de que podía haber sido mejor. "Aquel día corrí con el corazón en lugar de con la cabeza. Tiré mucho, gasté demasiado y lo pagué al final", dice el vizcaino, que se considera, a punto de cumplir los 28 años, un aprendiz. "Solo llevo dos años haciendo el calendario de clásicas, y en este mundo del pavés eso es poco". Tan poco que ni siquiera sabe lo que es correr el Tour de Flandes, la carrera en la que debutará esta primavera y la que más le seduce, "porque me van más los recorridos con repechos". Se ajustan más a un físico que va asimilando también, como si acumulara experiencia, los kilómetros de carreras que quedan grabados en la memoria y los entrenamientos, las palizas de seis horas en días continuos que se ha dado estas últimas semanas bajo el sol del Mediterráneo buscando más aliento para resistir el paso de los kilómetros sin perder la chispa, la intensidad que ha trabajado, entre otras formas, con el ciclocross. Egoitz García es el único profesional vasco que contempla la explosiva modalidad del barro como una fuente de beneficios para su temporada del pavés, un ejercicio al que acostumbran en Francia y en Bélgica -Chavanel es uno de los que practica el ciclocross; Stybar es campeón del mundo-. En invierno corrió cinco carreras -Asteasu, Igorre, Oñati, Lezama y Ormaiztegi-, donde dice que gana en destreza, pero también en intensidad al acostumbrar a su cuerpo a un esfuerzo corto pero explosivo. "Similar a lo que luego me puedo encontrar en carrera".

Egoitz García afronta hoy la Het Nieuwsblad en la que no estará Irizar ni, claro, Cancellara, cuyo trayecto hacia Flandes y Roubaix pasa por la Strade Bianche, la Tirreno y la Sanremo. Así que sobre las primeras piedras del año se citan Boonen, su compañero Stybar, Chavanel, Boasson Hagen, Hushovd, Vanmarcke o Paolini, el veterano italiano que defiende la victoria de hace un año en la que Egoitz García aprendió que en las clásicas hay que tener un corazón de piedra.