BILBAO. El coloso, el más grande entre los grandes, el Everest (8.848 metros) recibe cada año a miles de personas ansiosas de tocar su pico, de sentir lo más alto y divisar el mundo desde el último piso del planeta. Pero el pasado noviembre, el mastodonte del Himalaya acogió a un pequeño grupo de intrépidos, de valientes, a un puñado de osados, concretamente a treinta personas, que no buscaban coronar su cima sino sobrevivir corriendo por sus faldas. Donde para unos empieza la epopeya, en el campo base, para otros se desarrolla la verdadera lucha. Por primera vez, el mayor de los ochomiles fue el escenario de una carrera a pie por etapas. En la cordillera dejó su huella Iñigo Iruretagoiena, un getxotarra de 32 años, de espíritu conquistador, de mentalidad aventurera, que lo mismo se planta en el desierto del Sahara que se pira a Canadá o aparece en el techo del mundo. "No sé por qué hago estas cosas", sonríe Iru.

La Everest Trail Race (ETR) es una carrera a pie de seis etapas en la que los corredores tenían que superar una distancia de 160 kilómetros y un desnivel acumulado de 20.000 metros. Las etapas iban desde los 21 hasta los 32 kilómetros, con desniveles acumulados diarios entre 2.000 y 4.000 metros. Además, los participantes se movían siempre entre 2.000 y 4.200 metros de altitud. Entre esta cifra de escalofriantes números, el getxotarra terminó en séptima posición retando a los límites del ser humano, a las leyes que dictan que las piernas están hechas para correr lejos de la nieve, no hundiéndote en ella, y huyendo del lugar donde los termómetros se congelan.

"La soledad te vuelve loco", ilustra aún tiritando Iru, que cuenta que la más dura fue la quinta etapa, cuando los corredores tuvieron que hacer noche superando los 4.000 metros. "Empezamos a 2.000 metros, con los pies hundidos en la nieve, esa noche tuvimos que hacer una hoguera para secar la ropa y las zapatillas", describe Iñigo trasladándose a la zona del Solukhumbu, a la noche blanca. Pero Iru, amigo de los extremos, un superhombre, convive con la dureza, con los límites, con la crueldad de la naturaleza, y lo hace con naturalidad. Y hasta afirma: "Esta era una carrera un poco light, para pijos, porque la organización te montaba las tiendas, era la responsable de la alimentación y avituallamientos, tú tenías que llevar los sacos de dormir, ropa de abrigo...".

Iru, que actualmente está en paro, pagó 3.000 euros de su propio bolsillo para participar en esta carrera pionera. "No sé por qué hago estas cosas", insiste. En realidad, lo hace por afición. Y siempre y cuando económicamente se lo pueda permitir, claro. Es su manera de saborear la vida, su forma de construir su itinerario.

Yukon Arctic Ultra En febrero de 2011 se puso a prueba, entonces sí que retó a sus límites al participar en la Yukon Arctic Ultra, o lo que es lo mismo: 300 millas -480 kilómetros- arrastrando un trineo sin ayuda externa entre Alaska y Canadá. Ocho días "de supervivencia total". Aquello sí que es luchar contra el mundo y contra ti mismo. "Llegué a tener alucinaciones del agotamiento. Es que te pasas 17 horas al día andando tirando del trineo", resopla. Se le agotan los calificativos a Iru para referirse a esta Yukon Arctic Ultra: "Es impresionante. Salvaje. Lo más heavy que he hecho. Llegamos a estar a 39 grados bajo cero". Solo seis personas cruzaron la línea de meta, Iru no pudo aunque fue el último en abandonar, ya que no le daba tiempo a terminar la carrera en los registros permitidos.

Y es que, simplemente, la preparación para hacer frente a esta prueba de Yukon demuestra que lo que uno se encuentra allí es agonístico. "Estuve un mes entero en el monte arrastrando un neumático durante 15 o 20 kilómetros al día. Y durante una semana antes, hacía 62 kilómetros al día andando", comenta.

El frío que se cala hasta más allá de los huesos choca con el infierno del Sáhara. De los 40 grados bajo cero de Alaska a los 50 grados sobre el mercurio. Allí, en los otros montes, en los de arena, estuvo Iru en 2010. Fue el único vasco que se atrevió a probar una las carreras de larga distancia más duras del mundo: la Marathon des Sables. Durante seis días, los participantes deben recorrer 240 kilómetros de desierto del Sáhara marroquí, con etapas de 20 hasta 80 kilómetros. Con temperaturas que rozan los cincuenta grados y con todo su equipo y toda la comida cargada. "La gente llega a meta llorando, arrastrándose. Es terrible, pero se trata de eso".