TRANSMITE Víctor Valdés (Hospitalet, 14-I-1982) aire de marine y mirada inyectada, aquella que un día osó contrariar a Van Gaal y el que dedicó un gol a un amigo con un corte de mangas hace escasos días. Pero bajo la epidermis del guardameta del Barcelona, ese que ayer batió en Praga el récord de imbatibilidad de Miguel Reina (824 minutos en la temporada 1972-1973), se esconde una persona sensible, de sonrisa natural, que busca el relax apreciando los colores del mar, escuchando acordes sobre el piano, posando desnudo contra el maltrato o, como este mes de noviembre en la revista DT, mostrando cuerpo junto a su mujer, la modelo Yolanda Cardona, madre de su hijo Dylan, quien en las noches aciagas, escasas, le proporciona consuelo solo con una caricia. A su familia, a la que debe su exitosa carrera profesional, dedicó Valdés su hazaña, salvada ayer al cuarto de hora al repeler un uno contra uno ante Petrzela: 877 minutos sin recibir un gol, desde que lo lograra Pablo Hernández el 21 de septiembre. Éxito que achaca al trabajo grupal del colectivo de Guardiola.
Sin Puyol y Piqué todas estas semanas, el de Santpedor fió la excelencia al trío formado por Alves, Mascherano y Abidal, los tres utilizados como centrales o, en el caso del brasileño y del francés, como laterales. Ubicado El Jefecito como volante de cierre, a su entrenador no le ha sorprendo su rendimiento y la capacidad de anticiparse, corregir y tirar de recursos de genio para rebanar el cuero. No en vano, es el argentino quien impide que Valdés tenga que prodigarse en salidas suicidas, ayudando de paso a los carrileros. Los números lo dicen todo: el Barcelona no pierde desde el 30 de abril en Anoeta (encadena 22 jornadas de Liga invicto); no ha encajado ningún gol en el Camp Nou (26 a favor por 0 en contra) y solo ha recibido cuatro en sus cuatro salidas (dos en Donostia y dos en Mestalla), mientras que en la Champions llevó al olvido los tantos de Pato y Thiago Silva, en aquellos aciagos primer y último minuto ante el Milan.
a medida del sistema Reconocido seguidor de Cañizares y Kahn, Valdés superó hace semanas los 410 encuentros con la camiseta azulgrana del exleón y también leyenda culé Andoni Zubizarreta, y no sería extraño que esta temporada conquistara su quinto Zamora, algo que únicamente ha conseguido el mítico Antoni Ramallets. Decisivo en las últimas Copas de Europa, sobre todo aquella de París ante el Arsenal gracias a la cual admite que ahora continúa siendo portero, el cancerbero que creció junto a las olas de Gavà está hecho a la medida del sistema. "El Barcelona necesita un meta que saque bien la pelota, que inicie la acción de ataque rápido, y que apoye también a la defensa con el pie para crear superioridad, porque esta no es solo necesaria en el centro del campo. Si quieres ser fiel a la filosofía de la posesión, también es esencial detrás. Has de avanzar al espacio, muy grande, que queda tras la defensa cuando el equipo presiona arriba", argumenta este amante de la soledad. "Forma parte de mi vida, de mi carácter, va conmigo", dice.
El mismo joven que desde los 8 hasta los 18 años actuaba bajo los palos "con sufrimiento, porque me horrorizaba pensar en que llegaba la hora del partido cada fin de semana", insiste en que sin su padre y su hermano hubiese colgado las manoplas. Todo empezó en la puerta del garaje de la casa que sus padres tenían en Sant Esteve Sesrovires. Ricky, su hermano mayor, se hizo con una pelota de goma rosa y, como el peque debía obedecer, Víctor, entonces con 6 años, hizo de portero. Sucedió una tarde, y a esa le siguieron muchas otras con los mismos protagonistas, idénticos roles y el balón de siempre. Luego la familia emigró a Tenerife por prescripción médica (su madre sufría una enfermedad), tierra a donde él volvió cuando solo llevaba seis meses en la fábrica de talentos azulgrana porque le vencía la añoranza y apenas tenía gente de su edad con la que hacer migas. Pero llegó el día en que vio a sus excompañeros por la televisión y suplicó regresar a La Masía con una promesa: llegar al primer equipo del Barça. Inició el definitivo camino con 13 años desprovisto todavía de pasión por su demarcación, pero finalmente, al alcanzar la mayoría de edad, sintió ya sí la llamada de la portería y votó por la que sería su profesión. No faltaba nada. Solo suerte. La que le sobrevino con 20 años.
Supersticioso, Valdés reza antes de cada partido, sale al verde con el pie derecho sin pisar las líneas y se agacha para rozar la hierba. Cuando el equipo marca, salta, toca el larguero y señala al cielo desde su cúspide. En sus 423 encuentros oficiales ha mantenido su portería a cero en 196 ocasiones, es decir, casi la mitad de los compromisos. En esta campaña son ya 12 la veces en que no ha recogido el cuero de las mallas, por lo que opta a superar el récord de Liaño (1993-1994), que acabó con un promedio de 0,47 goles encajados por partido. Sea o no por el influjo del guerrero nórdico que luce en el tatuaje de su brazo, el portero que no quería serlo bate marcas. Y quiere seguir haciéndolo el domingo en San Mamés.