Bilbao. El Bizkaia Bilbao Basket regresó el viernes de tierras francesas con el gesto torcido, envuelto en una nebulosa de dudas, con la necesidad de tumbarse en el diván y sacar a la luz sus sentimientos contradictorios, las sensaciones hasta ese momento placenteras que el Nancy había sido capaz de mancillar a base de físico, presión y Nicolas Batum. Necesitaban los hombres de negro una terapia eficaz, un tratamiento de choque que diese de alta la confianza perdida y bajase la temperatura de los temores y las desconfianzas. Y cuanto antes mejor, que esas malignas ideas, cuanto más tiempo revolotean por el cerebro, son más perjudiciales para el equilibrio mental. Ese bálsamo, reparador de cuerpo y cerebro, lo hallaron ayer ante el UCAM Murcia, un equipo demasiado blando en la retaguardia y unidimensional en labores atacantes como para salir victorioso de un Bilbao Arena con expectativas de venganza.

Los pupilos de Fotis Katsikaris encontraron a su víctima propiciatoria en las huestes de Luis Guil y no desperdiciaron la oportunidad de hacer sangre, de darse un homenaje, una autotransfusión de confianza cruel para el enemigo pero necesaria para revitalizarse. Lo ansiaban. Lo necesitaban. Si el Murcia llegaba a Bilbao presumiendo de tener la segunda mejor defensa de la Liga, encajando solo 64 puntos de media, los hombres de negro se encargaron de hacerla saltar por los aires con profundas y certeras cargas de profundidad, hasta el punto de superar esa cifra cuando aún faltaban quince minutos de partido. Ese dato da buena muestra de la falta de intensidad de un encuentro que estuvo muy alejado de los parámetros de exigencia del último compromiso de la Euroliga, lo que hizo que el Bizkaia BB se moviese como punzante pez en unas aguas de lo más tranquilas, ya que el rival solo planteó algo de oleaje para maquillar el resultado final, cuando su embarcación navegaba claramente a la deriva sin posibilidad alguna de acabar su singladura a flote.

Con esas premisas, a los anfitriones les bastó con apretar las tuercas en defensa para hundir a un Murcia al que sumar puntos le cuesta una auténtica barbaridad y que recurrió sistemáticamente a James Augustine ante la falta de puntería de su lanzamiento exterior -1 de 11 en triples durante los dos primeros cuartos-. Bien defendido el interior estadounidense -siempre hubo un par de defensores dispuestos para el zarpazo pues los locales eran sabedores que el de Illinois era el hombre a explotar en los esquemas de Guil- el Bizkaia BB únicamente necesitó rigor ofensivo, un discurso notablemente elaborado y carente de tachones, para fundir el luminoso y elaborar un guión en el que la victoria era el único final posible para la novela.

El 25-13 al término del primer acto no fue más que una declaración de intenciones, ya que en el segundo los hombres de negro sacaron el escobón y barrieron cualquier atisbo de competitividad al amasar, con aparente facilidad, ventajas superiores a los 25 puntos. Por ello, ante la ausencia de partido, el público se limitó a disfrutar de la tranquilidad de la situación y de aplaudir un par de highlights de los siempre eléctricos Aaron Jackson y D'or Fischer, letales a favor de viento. A vuelta de vestuarios, la intensidad de los locales bajó muchos enteros y el Murcia, de la mano de los hasta entonces desaparecidos Andrés Miso y Juan Ignacio Jasen, maquilló un resultado que por momentos amenazaba con ser de aúpa. Poco que achacar en este sentido salvo la lógica decepción del momento, pues la sucesión de partidos en la que están inmersos los hombres de negro obliga a pensar más en la economización de esfuerzos que en los alardes de cara a la galería.

Minutos para todos Con todos los salvoconductos que llevaban a la victoria perfectamente sellados y entregados en sus correspondientes ventanillas, la placidez de la tarde dominical sirvió al menos para que Katsikaris repartiera el minutaje entre sus pupilos de cara al maratón de partidos que se otea en el horizonte. De hecho, ninguna de las piezas, con la salvedad de Josh Fisher, permaneció más de 25 minutos en cancha ni menos de trece. Por ello, fue importante, por ejemplo, la respuesta dada por Axel Hervelle y Dimitrios Mavroeidis en pista. Al belga le queda todavía bastante para ser el de las grandes citas, pero su efervescencia e intensidad siempre contagia al equipo cada vez que se asoma al campo de batalla, mientras que el griego volvió a hacer gala de ese carácter batallador que es ya su tarjeta de presentación para hacerse enorme debajo de los aros. Katsikaris necesita rodar a ambos para tener a su disposición un juego interior de primerísimo nivel junto a Marko Banic y D'or Fischer, notables ayer.

Con Jackson sintiéndose, por fin, libre de ataduras tras un par de choques en los que Marcelinho y Linehan le amargaron la existencia, también fue digna de destacar la clarividencia con la que Raúl López dirigió a la segunda unidad, la resurrección de Janis Blums como jugador más que aprovechable, el notable tratado de entrega protagonizado por Roger Grimau ante su hermano Jordi digan lo que digan los números de las estadísticas y la liberación de Álex Mumbrú en el tramo final cuando los tiros le volvieron a entrar. Todo un bálsamo reparador.