Los pasillos de los institutos están llenos de conversaciones, deberes por entregar y risas disimuladas. Pero también lo están de ansiedad, silencio, angustia y una sensación difusa de no poder más. Cada vez más adolescentes en Euskadi conviven con problemas de salud mental sin que nadie —ni el sistema educativo, ni las familias, ni los propios jóvenes— sepa muy bien qué hacer. ¿Está preparado el sistema para atender esta nueva emergencia silenciosa? Todo indica que aún queda camino por recorrer.
Ainara tiene 17 años y estudia 2º de Bachillerato en un instituto público de Gipuzkoa. Entre exámenes, redes sociales, presión familiar y un futuro incierto, no recuerda la última vez que durmió una noche entera. “Me siento como si llevara una mochila llena de piedras. Nadie la ve, pero la llevo todos los días”, cuenta.
Cuando intentó hablar con su orientadora escolar, dudó. “Pensé: ¿me va a ayudar? ¿Y si se lo cuenta a mis padres? ¿Y si solo me da una charla?” Finalmente no fue. No supo cómo pedir ayuda. Como ella, más de la mitad de los adolescentes que atraviesan algún problema psicológico no lo cuentan. Según un reciente informe sobre El estado de la Infancia en la UE de 2024 calcula que alrededor de 11,2 millones (el 13%) de los niños y jóvenes de 19 años o menos de la UE padecen algún problema de salud mental. Sin embargo, pese a estas cifras más del 50% no busca apoyo ni dentro ni fuera del sistema educativo.
En Euskadi, la preocupación es creciente
Según datos del Gobierno vasco, ya en 2018 el 7,8% de los jóvenes de entre 15 y 24 años había padecido síntomas de ansiedad o depresión. Cinco años después, tras una pandemia, una crisis económica y un contexto social cada vez más exigente, esas cifras han aumentado considerablemente. Docentes, psicólogos y familias coinciden en que la salud mental se ha convertido en una de las grandes asignaturas pendientes del sistema educativo vasco.
“La escuela refleja lo que pasa fuera. Pero cuando lo que pasa fuera es una crisis de salud mental, y dentro no hay recursos, el resultado es devastador”, afirma Irati Mendizabal, orientadora en un instituto de Gasteiz.
La preocupación del profesorado es compartida, aunque muchas veces se oculta tras la rutina. El 93% de los docentes admite haber detectado un aumento significativo de problemas mentales en su alumnado, pero apenas el 30% dice sentirse preparado para abordarlos. “Estamos desbordados. Sabemos cuándo algo va mal, pero no tenemos herramientas reales para actuar. Ni tiempo, ni formación, ni protocolos claros”, explica Xabier Larrinaga, tutor en un centro educativo de Bilbao. “A veces detectas señales: ausencias, falta de concentración, irritabilidad… Pero ¿qué haces? ¿Le mandas a casa? ¿Llamas a la familia? ¿Y si no sirve de nada?”.
Más allá de la voluntad individual de muchos docentes, lo cierto es que el sistema carece de estructuras consolidadas para abordar la salud mental escolar. Un estudio reciente revela que más del 50% de los centros educativos no cuenta con un protocolo de prevención en salud mental. Y en Euskadi siguen faltando en muchos centros públicos enfermeras escolares o psicólogos integrados en plantilla, pese a que esta es una de las principales demandas del profesorado y de las asociaciones de padres y madres. “Necesitamos que la salud mental esté integrada en la escuela, no como un tema tabú o una charla puntual, sino como parte del día a día. Igual que hay planes de lectura o de convivencia, tiene que haber programas de bienestar emocional”, reclama Ainhoa Salvatierra, psicóloga clínica especializada en adolescencia.
El precio de la indiferencia
Ignorar el problema no lo hace desaparecer. Lo agrava. Entre los años 2000 y 2021, las hospitalizaciones por conducta suicida en menores de edad se cuadruplicaron. Y en 2023, una encuesta estatal reveló que el 33% de los jóvenes había tenido pensamientos suicidas en el último año. La cifra es estremecedora. Además, la precariedad también juega un papel. Según el último informe de Fundación FAD, la situación económica, la presión por el futuro y la dificultad para independizarse son factores que impactan directamente en la salud mental juvenil. Un dato resume la gravedad: el 60% de los jóvenes entre 16 y 29 años reconoce haber tenido algún tipo de sufrimiento psicológico en el último año, pero solo el 17% ha podido acceder a atención psicológica pública en menos de un mes.
Desde las instituciones vascas, hay movimientos, pero no a la velocidad que requiere la situación. El Plan de Salud Euskadi 2030 contempla la salud mental como un eje clave, y algunos programas piloto están empezando a incorporar talleres de inteligencia emocional, mindfulness y espacios de tutoría activa.
La comunidad científica y educativa coincide en tres líneas de actuación: incorporar psicólogos y enfermeras escolares en los centros educativos. Formar al profesorado en primeros auxilios emocionales y detección precoz y reforzar los servicios públicos de salud mental con especial atención a la infancia y adolescencia. Además, se insiste en la necesidad de reducir la presión académica, revisar el modelo de evaluación y fomentar espacios de diálogo, confianza y emocional dentro del entorno escolar.