Bilbao

Fue tras el cierre, tras la espuma de la ola en la arena, tras la última batalla en terreno bilbaino cuando llegó el silencio. Un silencio sepulcral, como sepulcral fue la última velada del Deportivo: por la emotividad del final de la cancha de Alameda Rekalde; por la defunción de la modalidad del leño, que hoy hace 44 años recaló en el frontón bilbaino tras la primera remodelación; por el final, tan rápido, tan doloroso, que no cabía en los 27.000 metros cúbicos de planta del recinto. Y tras la persiana, con un Bilbao plúmbeo, que lloraba, que reverenciaba la pala y al Deportivo, la cátedra recorría Alameda Rekalde en silencio, en filas de a uno. Pocos levantaban la mirada del suelo. Era la tristeza propia de un entierro, como decía José María Zarandona, que evocaba este último día de actividad palista en el frontón del Deportivo como "un funeral, de los muchos que ha habido en los frontones. Solamente en la cesta se han visto que en América los frontones se han reducido de 16 a cinco".

En ese funeral no cabía nadie. En la función de defunción de una cancha mítica, instalada en el tiempo y en el imaginario bilbaino, la pala "esa modalidad tan bilbaina", como dicen los entendidos, no cabía en los cuatro costados de unas gradas atestadas. Jesús María Azurmendi, máximo artífice del último festival, apelaba a la continuidad en Miribilla. "Tenemos que continuar allí, pero yo a veces tengo miedo a que diga la gente que no es de frontón que quiere dar espectáculo", esgrimía el escritor. Y es que, la nueva ubicación de la modalidad del leño es parte del problema y la solución de este embrollo que provoca que el Deportivo se quede descabalgado de la modalidad. Sin embargo, entre los palistas en activo, la ilusión era continuar. "Ahora solamente tenemos ganas de disfrutar. Días como este incluso le agobian a uno", desvelaba el bonaerense Pablo Fusto, protagonista del estelar de la tarde.

El festival comenzó entre tímidos aplausos, un retraso y una novedad. A pesar de que estaba previsto que se hiciera un partido a parejas entre García-Ibargarai y Zulaika-Oiarzabal, un trío plantó cara a los colorados. Zarraga, Zulaika y Oiarzabal se unieron para caer frente a la pareja (30-27); después el bilbaino Imanol, junto a Urkijo, sellaron una dura derrota ante Altadill-Luján (25-30). Mientras tanto, las gradas ardían en un hervidero brutal. La llegada de palistas como Juan Pablo, Insausti, Rekalde o Langarika armó un escándalo tal que todos se dieron la vuelta. Había llegado lo más granado de la modalidad y hasta la pelota parecía callar cuando estos hablaban. En estas, con el público entregado, la pelota empezó a rodar con Esteban Gaubeka, actual campeón individual, y Manu Galán de pulcro colorado y Pablo Fusto, campeón del presente Torneo Aste Nagusia, y Mikel Ayerbe, de azul. Antes, se habían estado preparando en el vestuario -"la cantidad de cosas que han escuchado estos azulejos", señalaba en la víspera el argentino- en una ceremonia, la liturgia previa, tan llena de elementos místicos como esenciales. Esparadrapo, pega, palas...

Ya en la cancha se había olvidado todo lo demás. Fusto corría paleando el aire a modo de calentamiento y Esteban movía los hombros, en forma de calentamiento, para recomponer el cuerpo antes de saltar a la actividad. Después, las fotos de honor. Las últimas fotos de honor. Y el réquiem, a base de pelotazos: duros y al frontis de los zagueros, rápidos y llenos de intención de los delanteros. Fusto dominaba con una izquierda de aire demoledora y Gaubeka respondía a base velocidad y músculo tractor. En los cuadros largos, mientras, Galán y Ayerbe se debatían en un toma y daca de proporciones bíblicas, pero el espectáculo estaba en las butacas. Alberto Carcedo, seguidor de la pelota, sabio de los frontones y exaltado de dimensiones considerables, animaba a base de aplausos y gritos. "¡Vamos, vamos!". Sus palabras dominaban el frontón del Deportivo de punta a punta.

La batalla en la cancha, cruenta. El catedrático Azurmendi, en los cuadros más largos, contemplaba su festival, el de todos, el de despedida de la pala en el Deportivo, como su pequeña criatura, llena de luz, amparada por los que poblaban la cancha, el primer anfiteatro, las barandillas y los ambigús. Y el duelo, entre los palistas más destacados, acabó así, con el silencio del bullicio, con Pablo y Mikel llevándose la victoria y un abrazo descarnado en la cancha, de la que no se despegaron, porque de inmediato llegaron todos los componentes del cuadro palista para homenajear a la pala y los pelotaris. Comentaba Miguel Gallastegi, Don Miguel, una leyenda de la mano y todo un caballero cómo él había sido uno de los protagonistas de partidos de mano entre Bizkaia y Gipuzkoa. "Jugaban, entre otros, Alberto Egia, Kirru Rubio, Pablo Egizabal, de delanteros; y de zagueros, por ejemplo, Felipe Arrien o Dionisio Onaindia. Vaya partidos que jugamos aquí. Gané muchos, pero perdí muchos también", recordaba el gran manista de Eibar.

homenajes y palazos Jesús Azurmendi bajó al frontón para obsequiar a todo el cuadro con el cartel del último festival y una medalla conmemorativa. Sin embargo, el momento más emotivo lo protagonizaron Javier Iriondo e Iñigo Urkia, quienes se retiraban ayer y fueron víctimas de un pasillo de honor. Largo. Largo. Y largo. Y una frase se queda marcada, desde los micrófonos, en voz de Fernando Castro, intendente de Asfedebi Pilota: "Gracias, millones de gracias a todos: pelotaris, intendentes, empresarios, periodistas, taquilleros, corredores...". Silencio.

Pero al delantero de Izurtza le quedaba un as guardado bajo la manga tras comerse las lágrimas de un homenaje espectacular. Iriondo remató la velada con un último golpe. Un resto a un saque del mungiarra Luis Ziskar, con un dos paredes sensacional, finiquitó un partido y una era. Fue Iriondo el que pasará a la historia, tras una vida cosida al cuero, tras un duelo agónico en el que las miradas estaban puestas sobre él, en el que sacó a relucir su poder y la capacidad de golpeo que tiene, siendo uno de los últimos exponentes de palistas clásicos. Así, con el pelotazo de un tradicional de la pala se pone punto y final a la trayectoria del frontón de Alameda Rekalde. Después, Bilbao lloró, con un cielo color gris, que veía como se caía un pilar de la villa. Y la cátedra, cabizbaja, en fila de a uno.