alain laiseka

Samuel Sánchez nació en Oviedo en febrero de 1978 y pocos meses después Bernard Hinault ganó su primer Tour. El bretón tenía 24 años, cara de niño y mirada de buitre viejo y hambriento. Fue el último de los grandes campeones precoces porque Indurain necesitó siete intentos y la plena madurez física, los 27 años, para alcanzar la gloria en París y Armstrong no se dejó ver por allí hasta que caminaba hacia los 28, tras superar el cáncer. De la irrupción de Hinault, que antes que el Tour se llevó ese mismo año la Vuelta, hace ya 33 años, que es el tiempo que ha tardado Samuel en dar los pasos, cortos, milimetrados, pero seguros y pacientes, hacia la consideración de hombre Tour, título ciclista al que el asturiano no se considera acreedor pero al que se aproxima por empeño después de ser cuarto en la pasada edición de la carrera francesa, rozar el podio y aspirar a él en 2011 como máximo reto personal y de Euskaltel.

Samuel, antes que hombre Tour, se considera hombre Vuelta, básicamente porque los datos le dicen que allí ha ganado cinco etapas y ha subido dos veces al podio; la última en 2009, cuando hizo segundo muy cerca de Valverde. Y, sin embargo, le ha absorbido Francia, su carrera, a la que vuelve a dedicarse casi en exclusiva porque tiene la certeza, como Contador, de que en el ciclismo moderno no se entrena con dorsal y que cada presencia en carrera, más que un baño de sol, debe ser para obtener resultados.

"No puedo considerarme hombre Tour porque he corrido cuatro y solo he acabado dos", dice Samuel, que podría añadir que, sin embargo, la mitad que ha acabado, precisamente las últimas, lo ha hecho sexto y cuarto, en progresión, y que quizás haya acertado, a base de pulir detalles y de empeño, a tomarle la medida a la carrera francesa.

En 2010 Samuel Sánchez estuvo cerca del podio -se lo quitó Menchov en la última contrarreloj- lo que sorprendió incluso a Igor González de Galdeano, dos veces quinto en Francia y maillot amarillo unos días durante la edición de 2002, y conocedor, por tanto, de la complejidad del reto del asturiano. Samuel le convenció, primero, con palabras, con esa creencia en sí mismo que seduce cualquier duda y que se apoya en los test, las pruebas, la preparación milimetrada y la experiencia. Luego habló en la carretera.

"A Samuel", recuerda Galdeano, "el Tour le agobiaba, no le gustaba porque le generaba un estrés fuera de lo normal. El desgaste que sufre allí es superior al del resto de ciclistas, pero ha sabido reciclarse. Se ha adaptado a la carrera de una manera tan asombrosa que ahora creo que es capaz de hacer allí cualquier cosa".

La razón de su convencimiento y posterior adaptación al Tour hay que buscarlo en 2008. "Hice sexto y me di cuenta de que podía dominar esa carrera, como antes, en 2006, acabé séptimo en la Vuelta y supe que se me podía dar bien. Después del Tour de 2008 me dije a mí mismo que la próxima vez había que trabajar para estar más adelante e intentar ganar una etapa". La etapa la perdió, "por juvenil", un error en Avoriaz ante Andy Schleck que recordará siempre, y el podio se le escapó en la última etapa del Tour, ante Menchov.

¿Fue el techo de Samuel? Ni él ni Galdeano lo creen.

Principalmente porque el líder de Euskaltel no atisba aún la llegada de su límite biológico, sigue pensando que en el ciclismo corre más el que quiere que el que puede y apela a la ilusión como valor supremo. "Ahora tengo más ganas por entrenarme que cuando pasé a profesionales", asegura Samuel, que no entrena más cada año para progresar, sino que, proclama, entrena mejor, que es lo que le escuchó decir a Jalabert en una entrega de premios en Madrid en 1999, cuando él aún era aficionado. "Así que cada año lo único que intento es hacer las cosas mejor, aunque cada vez resulte más difícil encontrar dónde hacerlo".

LOS ALPES Y CONTADOR Para hacerlo en el Tour y acercarse al podio, Samuel exprime su capacidad para reciclarse, pulir sus límites y sorprender con virtudes que no se le imaginaban. "Siempre se puede mejorar, pero para eso hay que observar y analizar". Ha analizado, por ejemplo, una y otra vez, los vídeos del pasado Tour para identificar los errores que le alejaron del podio y ha comprobado que este se le fue en la caída en la etapa del pavés y en la bajada de la Madeleine, el día de los calambres. "Pero eso", matiza, "son circunstancias de carrera que no puedes controlar. Ese es el juego del ciclismo. Sí me he quedado más con que la clave en el Tour siempre son los Alpes. Y con que no me puedo obsesionar con Alberto y con Andy, con su explosividad en montaña, porque yo no puedo correr así. Por mucho que analices los vídeos, cuando Alberto ataca es complicado seguirle. La genética de cada uno es la que es y yo no soy como ellos, como Antón, escaladores puros, pero tengo mis virtudes, mi manera de correr, las conozco y trabajo para explotarlas", dice Samuel, que apenas ha cambiado nada en sus métodos de preparación pero que se involucra en la evolución del material, se apunta a la revolución biomecánica y fisiológica y aplaude, por ejemplo, las nuevas técnicas en materias tan delicadas como el masaje de recuperación. "Siempre hay que estar aprendiendo. Cada vez quedan menos recursos, pero muchos pocos hacen mucho. Aunque, no nos engañemos, las piernas siguen siendo lo importante".

Antes de buscar el podio del Tour, Samuel luchará en primavera por ganar la Vuelta al País Vasco, la carrera que lleva persiguiendo casi una década, en la que ha sido líder varios días, ha pisado tres veces el podio y ha ganado cuatro etapas, lo que, más que orgullo, le genera ahora un terrible amargor, "que solo me podré quitar si la gano".