Bilbao
resulta sencillo aislarle de la masa pétrea que recorre alienada los pasillos del aeropuerto. En el abrevadero donde el tumulto aguarda embebido en conversaciones banales su momento de ser transportado a otra parte, a otro tiempo, sobresale su figura de roble: un tallo de 1,89 metros y 105 kilos. Y uno, más bien enjuto, aún más entregado a la gravedad ante el gigante, sintiéndose un Gulliver cualquiera al perder de vista la mano entre su maza, no deja de pensar en aquello que escuchó una vez de boca de alguien sin nombre ni rostro; era algo así: "El rugby no es un deporte de brutos". Así que atenazado aún, abrumado por su presencia, con la frasecita incordiando en la sesera, descuida la continencia verbal y se escucha a sí mismo aterrorizado: "Viéndole a usted, cualquiera se cree que el rugby no es un deporte de brutos". Federico Negrillo, tercera fila hispano-argentino del Bizkaia-Gernika Rugby Taldea que debuta hoy con la selección estatal ante Georgia en el Campeonato de Europa de Naciones 2008-10, dilata la respuesta como si la sopesara tratando de adivinar su verdadera intención. Mastica con detenimiento el momento. Finalmente, descongela su rostro y sonríe. Es una sonrisa reparadora.
"Es cierto que en el terreno de juego, sobre el campo, el rugby es un deporte agresivo, de brutos, llámalo como quieras. Pero nunca hay mala intención. Dicen, y es la mejor definición que he escuchado nunca, que el rugby es un deporte noble jugado por caballeros. Es por el enorme respeto que hay entre los jugadores", explica, y habla luego de los terceros tiempos, la liturgia tras los partidos en la que aficiones y jugadores de ambos equipos se fusionan en un bar y beben cerveza mientras dialogan y se piden perdón por un pisotón o alguna de esas embestidas en las que cruje el esqueleto. "Y eso sólo ocurre en este deporte", traza.
dejar argentina Sentado, descendido de su perpetuo estado en altitud, se deslava la tosquedad del corpachón de Negrillo. Propicia el cambio un rostro amable que dibujan dos ojos chicos que se esconden tras los cristales de unas gafas minimalistas -"Con el ordenador portátil y las gafas podría pasar por un ejecutivo", bromea- y una boca pequeña por la que se desliza un hilo de voz contrapuesto a su presencia hercúlea. Tiene cierto aire intelectual Negrillo; y casi susurra cuando habla. "¿Sabes? Llegó un día en el que tuve que salir de la Argentina. Me lo pedía el cuerpo. No era por nada, pero necesitaba estar solo, vivir de una manera distinta a la que lo había hecho. Entendí que partir era la única forma de evolucionar en lo personal y en lo deportivo", reflexiona. Antes de coger aquel avión hacia Europa, el jugador del Bizkaia-Gernika creció en las calles de San Miguel de Tucumán, la capital de Tucumán, el estado más pequeño de Argentina en el que bulle la pasión por el rugby. Es el deporte del pueblo. "Más que el fútbol, y se practica desde chico". En las escuelas. Una asignatura más. Entonces es un juego que elude el contacto físico y prima la destreza, la agilidad de movimientos, la asimilación de las reglas y, sobre todo, "el entender que el balón no es redondo, sino oblicuo, y que su bote nunca es regular". A ese juego escolar lo llaman Tocata. "Es, básicamente, la simulación de un partido de rugby. Pero no se puede tocar al contrario por encima de la cintura y basta con tocarle con la palma para parar el juego. No es nada agresivo, no es de brutos", ironiza el argentino, quien desde su llegada a Gernika este año (antes jugó dos temporadas en el Algero italiano y una en Roma) se desvive por aprender euskera, "algo complicado", y ha desfilado junto a otros compañeros por ikastolas e institutos tratando de mostrar a los niños "que hay otros deportes además del fútbol". "Creo que precisamente eso es lo que diferencia, por ejemplo, a los jugadores argentinos de los vascos", reflexiona Negrillo; "los vascos son fuertes. Me he encontrado aquí, en nuestro equipo o en otros, tipos realmente duros, buenos jugadores. No es eso lo que les falta, sino... Quizás sea picardía, el hecho de haber jugado a esto desde chicos en la escuela".
bercimuelle, la génesis La historia que ha llevado a Federico, líder del Trofeo al Jugador Más Regular de la División de Honor tras doce jornadas, a la selección estatal -"Se oía que Ged Glynn (el seleccionador) podía llamarme", aclara- es más pretérito que todo eso. El relato nace en Bercimuelle, un pueblo íntimo, 101 habitantes, asentado frente a la sierra de Béjar. De aquel paisaje embriagador es su abuelo, Timoteo Negrillo, cuyos ojos sólo se llenaron durante diez años del paraje salmantino, pues de chaval, con esa edad, se lo llevó a Buenos Aires el vientecillo de la necesidad. "No sé mucho de mi abuelo. Sé que anduvo de Buenos Aires a Tucumán, de un lado a otro, trabajando, pero poco más. Creo que a mi abuela la conoció allí, en la capital". Timoteo, como el padre de Federico, Luis Alberto, trabajó en una fábrica de alpargatas cuando se asentó en Tucumán. Allí abrió el hijo del emigrante hace 15 años un drugstore, "una especie de supermercado pequeño en el que se vende de todo", en el que trabajaba el jugador del Bizkaia Gernika mientras compaginaba los estudios de educación física y su afición por el rugby. "Llegué a jugar en la selección de Tucumán, La naranja, pero no en el equipo A", explica Negrillo, jugador sin raíces en el rugby, "nadie en mi familia jugó nunca", y que corrió hasta los 15 años en bicicleta con una Cannondale M900 de MTB porque su tío y su abuelo por parte de madre tenían una tienda de bicis "y, claro, toda la familia competía". Era entonces Negrillo un chico alto pero espigado, de piernas y brazos de alambre, que iba bien cuesta arriba. "Es el rugby el que me ha moldeado, el que me ha formado así. Por eso digo que este deporte es el más democrático. Hay sitios para todo el mundo; chicos, altos, gordos, delgados... No hace falta tener el don como en otros deportes. El rugby, practicarlo, te hace", teoriza Federico, el nieto del emigrante.