MÁS allá de las nubes, en el límite de la tierra, allá, a 8.848 metros, captura Juanito Oiarzabal (Gasteiz, 30-3-1956) su primer fotograma vacío de aire. En el Everest, en 2001, en su cuarta expedición al techo del mundo y en su afán por dominar a la fiera sin oxígeno artificial. Lo consiguió y lo inmortalizó. La primera retransmisión en directo de una llegada a la cima del Everest, el programa Al filo de lo imposible, el apéndice siempre del alpinista alavés, lo grabó "a 20 kilómetros de la cumbre y con un enorme teleobjetivo". En el descenso, desafió a la muerte, vio su cara, pero logró darle la espalda.

También más allá de las nubes, a 8.611 del mar, en el K-2, en 2004, Juanito retó al destino y regresó por segunda vez al coloso cruel del Himalaya. Su decisión la recuerda cada día, esa ascensión le costó los diez dedos de los pies. Son las dos ocasiones en las que Oiarzabal lindó la barrera, la llegó a sobrepasar por instantes desconcertantes, pero regresó. Son sus "dos historias de superación". Ayer las recordó, las comentó, se emocionó y emocionó a los asistentes a la conferencia organizada por la Fundación Sabino Arana en el Palacio Euskalduna dentro de su Tribuna de reflexión y debate.

Es el hombre en activo que más ochomiles ostenta. 24 cimas. Fue el sexto en completar las 14 cumbres más altas del planeta cuando firmó tal proeza en 1999 con el asalto al Annapurna. Después, en 2001, fue el cuarto que lo conseguía sin la ayuda de una botella de oxígeno. Ahora, sigue superándose. Continúa batiendo a la montaña. "¿Por qué me he metido otra vez a repetir los catorce ochomiles? Ciertamente, no lo sé. Quizá por mi forma de ser, por lo que he vivido, por esa ambición, por esas ganas y esa pasión y por disfrutar de las cimas", explicaba Oiarzabal.

Ayer, sentado junto a Juan María Atutxa, presidente de la Fundación Sabino Arana, y con Juan Antonio Rodríguez, coordinador de la Tribuna de reflexión y debate y director de la revista Hermes, Juanito relató sus vivencias, su vida, su montaña. Son muchos años, la barba se va tiñendo de blanco, como el color de la nieve, las arrugas, las de la experiencia, van cubriendo su frente, y la historia se va acrecentando. "Es la más experimentada y autorizada de las voces, una leyenda viva del montañismo vasco, uno de los grandes deportistas de Euskadi", le presentó Atutxa. Y Juanito empezó a desgranar sus historias de superación personal, empezó por su idilio con el Everest. "En 1999 coroné los catorce ochomiles. Para mí habría sido muy fácil vivir con eso, pero me quedaba algo importante: subir de nuevo al Everest. En 1993, lo hice por primera vez pero en unas condiciones que no correspondían a mi ética personal. Quizá el ego por conseguir alcanzar la cima hizo que usara oxígeno artificial. Además, esa expedición me dejó un sabor muy agridulce porque al bajar mi compañero Antonio Miranda resbaló y perdió la vida", describió el montañero gasteiztarra. "Para mí, lo prioritario era subir al Everest sin oxígeno para demostrarme a mí mismo que era capaz de hacerlo", incidió. Y sería ocho años después cuando lo lograría. "Las primeras palabras quiero dedicárselas a mi hijo", afirmó en el pico. El momento quedó captado por las cámaras de Al filo de lo imposible. Esas imágenes, que continuaron con la secuencia estremecedora del descenso, ayer se reprodujeron en la sala E del Palacio Euskalduna. Pusieron los vellos de punta. "¡Que no veo!", decía un inmóvil Juanito con las pestañas congeladas: "He bajado nublado". "Pasé momentos angustiosos, hubo un instante preciso en el que iba bastante tocado. Tuve que pararme en el segundo escalón porque había una expedición comercial. Me quedé dormido por un medicamento que me dio el guía de ese grupo. Me quedé solo y sin saber dónde estaba. Al final conseguí regresar al campamento base gracias a unos amigos de una expedición valenciana", manifestó.

En 2004 llegó el gran cristal. Una montaña despiadada. En el cincuenta aniversario de la primera ascensión al K-2 y cuando también se cumplían diez años de la primera vez que subía Oiarzabal, con los Iñurrategi. "Para repetir el K-2 hay que tener las cosas muy claras. En aquella ocasión, ni me lo planteé, ahora si retrocediera en el tiempo diría que no", se sinceró el alpinista vasco. Y es que este ochomil, según las estadísticas, es el que más vidas arrebata en la bajada. Juanito a punto estuvo de sumarse a esos fríos números. "Se me hizo de noche en el descenso y me perdí. Hasta que me encontraron unos italianos. Llegué con principio de edema y si no hubiera tenido la experiencia con la que contaba no habría salido con vida de allí", admitió Oiarzabal. En el vídeo se vieron esos angustiosos momentos, se vio cómo Juanito llegaba semimuerto, o semivivo, al campo base. "Espero que tengan servicio de habitaciones", llegó a decir el gasteiztarra al llegar donde el resto del equipo, donde estaba su inseparable Sebastián Álvaro, creador de Al filo de lo imposible.

Y después de ver los documentales, llegó el turno de las preguntas al protagonista; algunas curiosas: "¿Cómo hacen sus necesidades en la montaña?"."De la forma más natural. Te bajas la cremallera y la sacas".