Rosalía: espiritual, poliédrica y radicalmente libre
La diva publica ‘Lux’, un cuarto disco alejado de la carnalidad de lo ‘urban’ y el reggaetón, y centrado en la espiritualidad y el uso de instrumentos de cuerda y voz
En tres años, Rosalía ha pasado de la carnalidad urbana y poligonera de Motomami, su disco anterior, de éxito planetario, a la espiritualidad, la búsqueda de Dios y la trascendencia en el valiente Lux (Sony Music), un cuarto disco arrojado y poliédrico, de corte sinfónico e inabarcable en estilos e idiomas. Es un álbum que cuenta con colaboraciones de la Orquesta Sinfónica de Londres, Björk, Carminho o Estrella Morente y que, paradojas del destino, ha echado por tierra la desmedida operación mercadotécnica que lo rodeaba al filtrarse en su integridad antes de que saliera hoy, viernes 7 de noviembre, a la venta.
Mientras algunos ya dudan de si la propia Rosalía está detrás del filtrado del álbum en una osada operación promocional más, como si no se hubiera hablado hasta el hartazgo de él en las últimas semanas, muchos medios y artistas como Madonna –“eres una auténtica visionaria”, ha dicho sobre la catalana– se deshacen ya en elogios sobre un cuarto disco que insufla emoción y novedades en una carrera artística y un desarrollo personal ligados a la reinvención y la búsqueda.
Lux es otro pasó más en un camino de difícil tránsito, el de no atenerse a las reglas prefijadas por el mercado y, al mismo tiempo, aprovecharse de él de manera radical y exprimirlo sin sonrojo. Rosalía debutó con un precioso y sentido debut de aliento flamenco, Los Ángeles, compartido con el guitarrista y productor Raúl Refree que solo explotó en el acotado circuito –en este caso compartido– de los aficionados al género y a la escena alternativa. El mal querer, su continuidad, abrió su flamenco al pop y disparó su proyección en el Estado, que explotó mundialmente con Motomami y su apertura al sonido urbano y el reggaetón.
Otra transformación
Más de tres años después, Rosalía sigue a lo suyo. Como cantaba en Motomami, “soy todas las cosas, yo me transformo… fuck el estilo, coge la tijera y córtalo”. Y eso ha hecho con Lux, huir de lo previsible, rechazar el casi seguro éxito del urban, los ritmos bailables de éxitos como Despechá y los pantalones y top ceñidos, entre lustrosos cuerpos de baile, y dar un viraje inesperado y sorprendente –nada se sabía de su grabación y contenido– que la proyecta tapada, vestida como una monja y con un sonido arrojado y valiente.
Lux, disponible en digital, vinilo y compacto, es ejemplo de ese “poder y energía femenina” que la catalana aprendió de su abuela. Auténtica Babel idiomática, Rosalía canta hasta en 13 idiomas –incluidos ucraniano, mandarín, catalán o japonés– en sus 18 canciones, reducidas a 15 en su formato digital. Y lo primero que se advierte es el poder de la voz, la excelsa de ella y la de los coros, a veces de carácter operístico, y un uso de la electrónica y el ritmo menos protagonista, opacado por las cuerdas omnipresentes de la Orquesta Sinfónica de Londres.
Con un título tomado de Leonard Cohen sobre la inexistencia de la perfección y la luz que se cuela entre las grietas, Lux ofrece un regreso a sus orígenes más puros. El uso de otras herramientas, instrumentos y vías se ponen al servicio de una conversión personal que ella liga con la espiritualidad y la religión. Casi tanto como las cuerdas de la orquesta, Dios se cuela en múltiples canciones, de la excelsa Mio Cristo Piange Diamante a Sexo, violencia o llantas, pasando por Dios es un Stalker o Sauvignon Blanc, elegante y sentida balada al piano y después sinfónica.
Dios y el hombre
También hay ajustes de cuentas amorosas a lo Paquita la del Barrio en La perla, dedicada a un “gran cabrón y terrorista emocional” que puede ser alguna de sus exparejas; los buenos deseos en el caso de Mundo nuevo; declaraciones de libertad como Focu ´ranni, donde se declara “en paz” y advierte “nunca seré de tu propiedad”, o la necesidad de los recuerdos para “no olvidar lo que he vivido” en el caso de Memòria.
Y todo envuelto en un carrusel estilístico donde la orquesta y sus cuerdas se funden con el quejío flamenco junto a Estrella Morente y Sílvia Pérez Cruz; voces melismáticas y mediterráneas; ritmos afrolatinos; electrónica oscura de rave con Yves Timor y Bjork; guiños operísticos y a la copla; baladas escalofriantes al piano y orquestales; el arrope de un vals y un melancólico manto de fado compartido con Carminho. En Magnolia, la misa final, pide que le tiren flores sobre el ataúd, reivindicando la fiesta y celebración de la vida entre el tañido de campanas con el verso: “yo que vengo de las estrellas, me convierto en polvo para volver con ellas”. Quizá Rosalía desee abarcar demasiado, pero los momentos de exultante belleza que logra son, como diría ella, de altura.