Lola Herrera está en ese Olimpo particular de actores y actrices de los que ya se ha dicho de todo y todo bueno. Después de más de 70 años de exitosa trayectoria en el mundo de la interpretación, la actriz continúa subiéndose al escenario cada semana. Ahora, vuelve al teatro Campos de Bilbao con la obra Camino a la meca, basada en la vida real de la escultora sudafricana Helen Martins.
Escrita por Athol Fugard, narra la lucha de Martins por la autonomía y la libertad individual, enfrentándose a las normas de la sociedad en la Sudáfrica del Apartheid. Sobre el escenario del teatro bilbaino, Lola Herrera estará acompañada de Natalia Dicenta (su hija), y Carlos Olalla.
Interpreta a Helen Martins, una mujer que se rebeló contra todos los estamentos de su época.
Helen tuvo que pasar una cadena de cosas muy desagradables, todo el mundo tenemos dificultades, pero a ella le tocó vivir en la Sudáfrica del Apartheid, en un lugar muy pequeño, en un pueblo perdido, con lo cual las cosas siempre se agrandan. Fue una mujer maravillosa, muy echada para adelante y también muy vulnerable.
Salvando un poco las distancias y la época, usted también tuvo que ser una mujer bastante echada para adelante cuando empezó en el teatro en plena dictadura.
Bueno, yo creo que no hay nada fácil. Nací un año antes de la guerra, me tocó pasar lo que me tocó pasar aquí y más, con una familia de izquierdas, de clase obrera. Pero cuando tomé la decisión de dedicarme al teatro tuve la complicidad de mis padres que respetaron mi deseo, aunque sabía que me tenía que trasladar de Valladolid a Madrid. Fue un camino duro, no hay caminos dulces, pero poco a poco se van consiguiendo las cosas; como decía Machado “el camino se hace al andar”. Pero, en general, no me puedo quejar. Yo no me quejo más que de la dictadura.
En esta ocasión va a compartir escenario con su hija, Natalia Dicenta..
Ella tiene su propio nombre y apellido y tiene sus grandes cualidades, es una tía maravillosa. Está mal que lo diga yo, pero es la realidad, es una mujer que está mucho más preparada que su madre, porque ha vivido en otros tiempos y se ha podido preparar mejor. Es una alegría muy grande después de 24 años, cuando hicimos Solas, encontrarnos otra vez sobre el escenario, pero allí no somos madre e hija.
¿Se dan consejos la una a la otra?
No, nunca porque somos de hablar, de intercambiar opiniones sobre las cosas, sobre lo que vemos, sobre lo que hacemos, sobre la vida, pero nunca nos damos consejos.
Su hija es actriz y su hijo, Daniel Dicenta, se ha convertido en un gran fotógrafo, productor y, circunstancialmente, autor de teatro. ¿Está contenta de que sigan sus pasos artísticos?
Quiero que se dediquen a lo que les haga más feliz, lo que crean que pueda gratificarles. El trabajo es duro, por lo que, por lo menos, hay que realizar algo que te eleve, que te haga soñar, que te haga vibrar y esta profesión es así. Cada uno debe elegir su camino pero, por supuesto, estoy encantada de compartir tantas cosas con ellos.
A mis 90 años, además de que tengo buenos genes, la fuerza y la energía me las dan la ilusión y la curiosidad que tengo por la vida
¿Por qué hay que ir a ver al Campos la obra ‘El camino a la meca’?
Porque el público va a encontrar muchas cosas que reconoce, que les va a conmover. No van a salir del teatro sin una maleta llena de cosas que les hagan pensar; creo que el teatro realmente es eso.
Acaba de cumplir 90 años y sigue totalmente activa. ¿Cuál es el secreto? ¿De dónde saca tanta energía?
Sinceramente, no hago nada especial, suelo decir que tengo unos buenos genes. En mi familia, por parte de mi madre, todas las mujeres han durado muchísimo. O sea, que yo lo achaco a los genes, también a la profesión, que te ayuda mucho porque dejas de ser tú muchas veces, con lo cual no te aburres de ti misma nunca. No pierdes la ilusión en ningún momento, sino que creces con el tiempo. Creo que vivir ilusionada es algo importante porque hay mucha gente que, por circunstancias o por carácter o por que creen que ya no hay que hacer nada más, llegada a una edad se arrinconan un poco y dejan de hacer cosas. Unos porque no pueden, porque no tienen salud, pero otros porque no quieren.
Y usted está estupendamente de salud.
Sí, voy tirando con achaques, pero creo que la fuerza me la dan la ilusión y la curiosidad que tengo por todo en la vida. Me siento muy viva, ¿sabes? Hay que crearse también las ilusiones porque hay una sociedad que no invita a ello. Incluso se desprecia a la gente mayor, no se la tiene en cuenta. No se dan cuenta de que todo el que es joven ahora y de mediana edad, si no se muere antes, será mayor. A los mayores hay que darles también iniciativas, hay que acercarse, hay que cuidarles y hay que estimularles. Habrá muchísima gente que se ocupa de sus mayores, pero hay muchísima también que no se ocupa absolutamente. En nuestra sociedad, la vejez está mal vista y por eso precisamente me gustó tanto el texto de Camino a la meca, porque aborda el tema de la libertad y la dignidad en la vejez, del poder de decidir cómo vivirla.
¿Ha sufrido mucho el edadismo en su profesión?
No, no se nota tanto en el teatro, siempre hay personajes de cierta edad, pero en el cine sí que existe. No quieren más que a gente muy joven, a gente muy tersa... No lo entiendo muy bien. En nuestra profesión, como en todas, ya sabes que a las mujeres nos cuesta todo más, pero yo especialmente en el teatro no lo he sentido. He hecho en televisión lo que me ha tocado por el camino, pero mi gran pasión es el teatro.
A lo largo de su trayectoria, ha interpretado numerosos papeles, pero si le pregunto con cuál se quedaría ¿sería con Carmen de ‘Cinco horas con Mario’?
Es el personaje que he hecho más tiempo porque lo he interpretado en cinco épocas de mi vida a lo largo de 40 años. Han salido muchas Cármenes gracias a esa manera de escribir de Miguel Delibes, tenía muchas lecturas. Ha sido el mayor regalo que me pueden hacer, pero la vida sigue y tú sigues haciendo, por ejemplo, este papel encarnando a Helen Martins y que me tiene muy ilusionada. En Cinco horas con Mario me dirigió Josefina Molina, que es una directora a la que admiro profundamente desde siempre, y en esta me ha dirigido Claudio Tolcachir, que estaba loca por trabajar con él. Realmente, interpretar a esta escultora está resultando todo un placer. Hay que disfrutar de lo que haces y depende de con quién trabajas lo disfrutas más o menos. Y este Camino a la meca está resultando un regalo. La profesión tiene muchos altibajos, te encuentras con muchas dificultades desagradables, pero también te encuentras con muchas cosas que te hacen volar. Como este Camino a la meca.