Todoterreno de la música de jazz, este músico y docente polaco de nacimiento y bilbaino de adopción, ha tocado con buena parte de los músicos vascos de los últimos años y con artistas de ventas y prestigio como Mecano, Orquesta Mondragón, Itoiz, Tete Montoliu, Terry Mulligan y Chick Corea, entre otros.
Una vida ligado a la música ¿no?
En serio empecé con cinco o seis años. Empecé con el piano porque Zdunska Wola, mi ciudad natal, era muy pequeña y solo había una academia aunque con una profesora muy buena en música clásica. En aquella escuela había los instrumentos básicos, ni saxofón ni clarinete.
¿Por qué abandonó el piano?
Se me daba bien, sin falsa modestia. Mi profesora me decía que debía continuar con el piano, pero ya con 10 años empecé a tocar boogie boogie y ella se desesperó con el cambio de técnica y el tacto al teclado. Ya me empezaron a gustar otros estilos gracias a mi padre, músico también.
¿Qué tocaba su aita?
Música popular con el acordeón, pero no era profesional. Le interrumpió la Segunda Guerra Mundial. Trabajaba como tornero y al regresar se limpiaba las manos media hora y luego practicaba tras su turno laboral. No ayudaba en casa, pero tenía esa fuerza de voluntad de tocar horas y horas. Eso lo he heredado: sin metrónomo ni práctica diaria no llegas a ningún sitio. He de decir que de niño no tenía muchas ganas de practicar (risas).
¿Tocaba usted de niño con él?
Con tres años hacía percusión con las cucharas de la cocina mientras él tocaba el acordeón. Y mucho, no me cansaba. Y como no teníamos piano, él tumbaba el acordeón en horizontal, lo estiraba y yo ya interpretaba melodías con sus teclas.
Dice que si Chopin viviera en este siglo compondría y tocaría jazz.
Era un gran improvisador cuando tocaba en los salones de la aristocracia parisina. Bebía champán y sacaba melodías y piezas que utilizaba luego. Es algo que les falta a muchos músicos por la educación académica que solemos recibir.
¿Cómo se produjo ese salto del estilo más cerrado de la partitura al terreno más libérrimo del jazz?
A mí me gustaba disfrazar las melodías y añadir cosas al piano ya con solo 10 años. Al pasar al saxofón y al clarinete, empecé a tocar en bodas con mi padre. Allí, las bodas duran un mínimo de 12 horas. Y yo, con 14 años, lo hacía desde las 19.00 horas en adelante. Llegaba un momento en el que se nos acababa el repertorio.
¿Toca jazz gracias a las bodas?
Sí. Le decía a mi padre que me acompañara con una melodía y yo hacía otra. Él se asustaba al principio. Aprendí a improvisar en las bodas. Esa libertad es la que más me atrae del jazz, tocar una melodía y disfrazarla, añadir cosas, darle tu propia forma en directo. Que suene diferente en cada escenario. Yo practico mucho en casa para tener la capacidad técnica suficiente para luego tocar al dictado de mis ideas. Cuanto más practico, menos toco en vivo las cosas que he practicado, me dejo llevar por la emoción.
¿Por eso el escenario es el mejor contexto para la música de jazz?
Claro, aunque yo disfruto mucho también grabando en un estudio. Muchos compañeros hablan del público como inspiración, pero en el estudio tengo unas buenas condiciones para escucharme, lo que me inspira también aunque no haya público. En directo puede haber problemas con el equipo de sonido, los monitores, el micrófono, la climatología… Eso me desanima.
Volvamos a cuando dejó el piano.
Fue al dejar mi pueblo, a los 13 años, al ir a un internado en Łód. Fue como una mili, dormía en un cuarto con 12 camas. El acceso lo hice con el piano, pero como había pocos instrumentos me animaron a tocar otro. Tenía un primo que tocaba la batería y al que le gustaba el saxofón, y me decidí por él aunque tuve que pasar antes por el clarinete clásico. Hice la carrera y luego pasé de un instrumento de viento a otro.
Y con cierto éxito, creo.
En pocos años empecé con grupos de dixie land, pero como me gustaba la música negra, Ray Charles, Earth, Wind & Fire, James Brown, el pop y el rock, vi que allí no encajaba el clarinete y me pasé al saxo.
Prejuicios cero ¿no?
Es que no soy el típico músico de jazz cerrado y estricto. Me gusta tocar buena música y me atrae el ritmo. Da igual qué género sea, si está bien tocado (risas).
¿Por qué abandonó Polonia y acabó en Bilbao?
Acabé aquí de casualidad. Allí había tocado cientos de conciertos porque en los 70 había mucha actividad. Hice casi 300 recitales al año.
En un país comunista, recordemos.
El comunismo era malo, lo digo porque lo viví, pero favoreció la cultura al no existir la publicidad y no contar los números, las audiencias y las ventas de discos. Por eso, podías ver en la televisión conciertos de jazz a media tarde, no como aquí, de madrugada. Ya había tocado con todos los músicos polacos y decidí salir, pero no era fácil, solo podíamos hacerlo para tocar y volver rápido. De cada contrato, el gobierno se llevaba el 30%. Mi ex mujer, Iwona Przylecka, que era violinista, logró una plaza en la Orquesta Sinfónica de Bilbao y yo la acompañé como freelance. Quería tener otras experiencias, vivir fuera y tocar con otra gente.
¿Sabía algo de Bilbao?
Nada, llegué en 1984, con 30 años. He vivido más tiempo aquí que allí.
Ya estaría aquí Pío Lindegaard como impulsor del jazz en Euskadi.
Sí, nos conocimos al llegar y toqué en el primer concierto de la Bilbaina Jazz Club. Y antes en el Crystal.
No le habrá resultado fácil sobrevivir con un estilo tan minoritario.
Cuando llegué, vi que el panorama no era muy bueno. Tampoco cuando fui a Madrid, algo más en Barcelona. Con el tiempo llegué a trabajar con Tete Montoliu, de quien aprendí mucho, con la Big Band de Gerry Mulligan, Chick Corea o el gran Kenny Drew, pianista del mítico John Coltrane. Me daba juju al principio. Nuestra afición al vodka hizo que me dejaran de temblar las manos (risas). Empecé a tocar más, pero no daba para vivir.
Y acompañó a artistas de otros estilos músicales, no solo de jazz.
Gracias al batería vasco Ángel Celada, que me introdujo en el pop de aquí. Trabajé con Orquesta Mondragón, Miguel Ríos, Mecano, Manzanita... Muchos. Y vascos también, de Itoiz a JC Perez en solitario, Carla Sevilla, Golden Apple Quartet, Iñaki Salvador... Iñaki era muy joven. Y he sido profesor de músicos actuales reputados como Víctor de Diego, Gorka Benítez...
¿Ve avances en Euskadi en el terreno del jazz? Ahora existe Musikene, los festivales, Jazzon Aretoa...
El panorama ha cambiado mucho. No había músicos y ahora hay muchos y muy buenos, pero faltan salas, ayudas económicas y un circuito de jazz. Ahora es difícil hacer una gira, como antes, en los 80.
Por eso se hizo docente también.
Estuve como profesor en Musikene y en los Conservatorios de Bilbao y Leioa. En este último, más de 30 años, hasta mi jubilación. Nunca lo pensé, ya que no me gusta, me restó tiempo para mi desarrollo artístico. Volvía demasiado cansado.
¿Qué vamos a escuchar en este concierto de celebración y con qué acompañantes?
En los homenajes a una carrera suele haber nombres muy conocidos, pero yo lo haré de otra manera. En muchos casos, con mis exalumnos. Estará la Bizkaia Big Band, en la primera parte, y en la segunda con mi propio cuarteto —Nacho Soto (piano), Juanma Urriza (batería) y Oscar Muñoz (bajo)— y la cantante polaca Malvina Masternak. Haré un recorrido por mis composiciones, algunas dedicadas a mis hijos de 8 y 6 años. La mayoría serán cantadas y las incluiré en un disco futuro.