Mikel Urdargarin acaba de concluir su disco nuevo, Mundua eder, un álbum autoproducido y el primero con temas nuevos cuatro años después de Izurdeen lekua. En él, con apoyos puntuales de Kirmen Uribe y Harkaitz Cano, radiografía el mundo actual desde su interior y emociones personales en 10 canciones sobre la belleza y el horror de un mundo inhumano y cargado de guerras. “Aunque se desangre, no puedo evitar sentir el mundo bello”, asegura el optimista creador.
No ha perdido el tiempo desde ‘Izurdeen lekua’. Reeditó su debut y grabó junto a la BOS, pero tocaban canciones nuevas.
—Eso es, aunque tuve un momento de duda hace unos meses. Ahí di el arreón y me focalicé en él porque, mientras trabajaba con la orquesta y reeditaba el debut, iba componiendo aunque a un ritmo pausado. Al final, junté los temas y vi que tenía un puñado, así que pensé en unificarlas.
¿Ha vuelto a componer al piano?
—Sí, nueve de las diez canciones del disco. Solo una la hice a la guitarra, Ilunabarra. Paso ya más tiempo con él que con la guitarra.
¿Ya ha aprendido a tocarlo? Era muy crítico consigo mismo.
—(Risas). Bueno, no soy pianista ni aspiro a serlo, pero busco valerme de él y conocerlo. Me da una gran amplitud a la hora de buscar sonoridades y explorar armonías. Me abrió un paisaje nuevo, es lo que toco ahora, el instrumento que me acompaña por placer y disciplina. Con solo una nota y otra después es capaz de crear todo un universo. La mayoría de los pianos del disco son míos, los más nítidos. El resto son de Koldo Uriarte, que ha sido también el productor.
Tras girar en solitario, vuelve al formato de grupo.
—Es con el que me siento más cómodo, con diferencia. Grabar con la BOS es, además de inusual, algo muy potente y como una locomotora que te pasa por encima si no estás al loro. Es muy exigente y complejo por el tamaño de su maquinaria. Lo que más a mano tengo es el grupo, que tiene ya un sonido y una voz propia.
Editaba con Zart Kolektiboa, pero este es una autoproducción.
—No era fácil el proyecto, no sé si darle el finiquito, pero está parado ahora. Era muy ilusionante, pero había diferente ritmos vitales entre sus miembros.
Con la que está cayendo… y viene usted con este título: ‘Mundua eder’.
—Es para pensártelo, sí (risas). Compongo durante mucho tiempo y en la fase final escribo las letras en un tiempo concreto y compartido con la sociedad, por un lado, y en otro interior relacionado con cómo vivo y siento en ese momento. Me pregunto a qué quiero cantar y, a la vez, que vivo en 2024 y el mundo está como está. Y ahí surgió la letra de Kirmen Uribe, ese poema que me dio el título y el tema del que escribir: la belleza.
El poema fue entonces el estímulo que necesitaba.
—Me paré en esa fase final y busqué que las letras se hermanaran entre ellas. Él me dio la idea: no escribir tanto de un mundo bello, sino de la percepción de la belleza y de cómo la entiendo en mi vida. Y me atreví a pesar de que el mundo se desangra en la época reciente con más guerras en el universo, ya que no puedo evitar sentir el mundo bello. Soy así, aunque hayamos probado el sabor amargo que te da la vida cuando pone tus garras sobre ti.
¿El dolor es parte de la belleza, se complementan como la vida y la muerte?
—Exactamente, quiero pensar que en Gaza, Ucrania o Sudán surge la belleza todos los días a pesar de tal miseria humana. Ante la deshumanización, belleza, pero no estética, sino interior. Es una emoción, no es tanto lo que es, sino lo que sientes. La belleza cobra más sentido cuando las cosas pintan mal. De eso trata el disco, que contrapone también la fealdad. Pero gana la belleza, que es un concepto vacío al que da sentido el ser humano.
Y en esa necesidad y búsqueda de belleza, ¿qué papel juega la música, como creador y como oyente? Ya lo avanzas al cantar: “mundua edertzen du arteak”.
—Como oyente, la belleza va unida a la autenticidad y la verdad. Si la percibo en un disco o un escenario, es sinónimo de belleza. Es lo contrario de lo ligero, de la impostura.
Va más allá, concluye el disco con esa belleza titulada ‘Edertasuna’, a la que también Aute en ‘La belleza’. Esa letra es pura emoción. Basta con estar con quien quieres, mirarse, dormir juntos…
—Pienso los discos de principio a fin, con un desarrollo y conclusión. Y ese tema es muy importante porque habla de lo cotidiano, de observar cómo atrapa el sueño a la persona a la que amas. Esa situación es tan íntima como hermosa, el reflejo de la belleza sin teorizaciones ni grandes palabras.
Más que temerario, es un auténtico kamikaze. Como canta, le veo “bailando como un loco bajo la lluvia”.
—Es una evocación de la niñez, hablo de un recuerdo intenso y con una gran carga afectiva. Por eso perduran y son eternos. Me refiero a un niño que baila bajo la lluvia, se cae, hace daño y alguien le cura. La belleza pertenece también a nuestra memoria y está muy atada a los recuerdos.
¿Buscando la luz, siempre, como canta en ‘Argira’?
—Esa canción apela al futuro, contemplo el mundo que sueño, al igual que otros lo contemplan desde las playas de Gaza. Hablo de belleza y de guerras con el verso repetido “begira nago”. Me sentí abocado a hacerlo.
Y Rafa Rueda desata la electricidad.
—Exactamente, aparecen los truenos, las bombas, el grito y la denuncia. Seguro que hay alguien mirando desde allí y preguntándose cómo les hemos abandonado. De todas formas, hay guitarras muy poderosas, pero se notan menos porque están en capas. En directo se notarán más.
Disco ambivalente en arreglos, va desde un cierto minimalismo a la riqueza de ‘Ilunabarra’ con su fliscornio o la percusión étnica de ‘Mundua eder’, que quizás habría sido más previsible en ‘Bart gauez’.
—Bart gauez está dedicada a Mahsa Amini, la mujer iraní a quien apalearon hasta la muerte por no llevar velo, solo por mostrarse. La música me llevó a este tema, tuve necesidad de escribir sobre ella y me la planteé como un mantra con una sonoridad hipnótica. Tiene fuerza y no le hace falta la percusión, aunque estéticamente podría entrar. Tienes razón en la ambivalencia, pero cada canción podría ser un mundo, un mundo que habita en el concepto general. Cada tema tiene un carácter muy singular, pero están unificado en sonido de banda y productor, y por la emoción.
Ahora que se retira Lertxundi, alguna canción me recuerda a él Y en el caso de ‘Udako gau epela’, ¿incluye un guiño a Laboa, a ‘Gure bazterrak’?
—(Risas). La letra es de Kirmen también y alude a la época dura, la de la droga en Euskadi. Es desgarradora, pero tiene belleza también cuando habla de ella como “lo único que me abraza por dentro”, aludiendo al chute. Es la dualidad del yonqui, que se muere, pero se siente muy bien. Y tiene, en lo musical, contención y explosión final. Es como la vida misma, nos controlamos hasta que explotamos. Es una disco con dinámica y relieve, desde la voz.
Reincide con Izaro.
—Sí, juntamos nuestras voces una vez más. Es curioso, ya que nunca he invitado a nadie. Me gusta su voz, que se complementa muy bien con la mía. Costará que vuelva a invitar a alguien, no soy dado a ello. Me gusta escuchar al artista o el grupo lo más genuino y puro, tal como es. Ahora que lo deja Benito… me hubiera encantado, pero no doy ese paso. Es algo que no siento.
No es la única voz femenina, se hace acompañar de Alison Keable.
—Ella es ya un instrumento más, y lo digo con todo el cariño. Izaro es voz invitada. Alison tiene tesituras de soprano y texturas de voz, es parte ya del grupo. Estará en las presentaciones.
Le veremos en el concierto habitual de Navidad del Antzokia, el día 28. ¿Y la gira?
—Ahí andamos mirando. Será cerca de primavera, con concierto en las capitales vascas. Vamos sin prisa, pero esperamos hacer un buen verano y un mejor otoño (risas). l