El Museo Guggenheim Bilbao acoge desde este pasado sábado y hasta el 16 de marzo del año que viene Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad, una muestra dedicada a la obra de Paul Pfeiffer (Honolulu, 1966). El multidisciplinar artista estadounidense confía en sorprender y en plantear preguntas acerca de la relación con las realidades globales y locales a quienes se acerquen a ver esta exposición, que abarca vídeo, fotografía, escultura e instalación. Pfeiffer considera el Guggenheim como un espacio idóneo para albergar su trabajo, ya que concibe a ambos, el museo y su obra, como una especie de “cápsulas del tiempo” y describe a Bilbao, en general, como “una ciudad muy del siglo XXI”.
‘Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad’ es el nombre elegido para esta exposición. ¿A qué hace referencia con este título?
—Me refiero específicamente a la película Los Diez Mandamientos, de 1956, una clásica epopeya bíblica. Lo que me interesa a mí específicamente es esta alusión: se trata de una referencia a su vez de otra referencia. Es una historia antigua que se ha convertido en una película de Hollywood y nos cuenta el Éxodo. Para mí es una historia de una disrupción radical de un orden social para poder crear otro. En el inicio de la película, el director, Cecil B. DeMille, aparece en un escenario teatral y se dirige al público como si estuviera dentro de un teatro. Y les dice que lo que están a punto de ver es la historia del nacimiento de la libertad, en alusión a la salida de los esclavos de Egipto. Para mí hay muchas capas de referencias, unas sobre otras, y también hay una historia de los medios de comunicación. Existe una relación entre lo que es el relato de una historia y la creación de imágenes y esto está a su vez vinculado a un deseo de conseguir un nuevo mundo. El título se supone que tiene que sacar provecho de este deseo de sustituir un mundo antiguo por un mundo nuevo, lo que guarda una relación con el momento actual.
¿Qué tipo de obras va a encontrar el público en esta exposición?—
Son obras de los últimos 25 años. La más antigua es de finales de la década de los 90 y la más reciente la hice este año, en 2024. Son fotografías, vídeos, esculturas… Una amplia gama de formatos que he utilizado, además de la arquitectura. Porque para llevar el vídeo hasta un espacio en el que se muestra arte contemporáneo, requiere tener en consideración la arquitectura del edificio. En la muestra hay varias obras en miniatura y otras de tamaño monumental. Son objetos sencillos y también hay entornos inmersivos. Pienso que es como una especie de movimiento en diferentes escalas y atmósferas.
Los deportes de masas, como es el caso del baloncesto, tienen una importante presencia en su obra. ¿Qué le atrae de estos espectáculos?
—No es el deporte per se, eso no es lo que más me llama la atención. Se trata de una combinación de algo que se está haciendo en vivo y la arquitectura inmersiva, además de imágenes en movimiento que se retransmiten a través de streaming… Es una combinación de una actividad física intensa con movimientos en diferentes capas entre los espacios reales y los virtuales. Es una especie de microcosmos de la sociedad contemporánea.
También echa una mirada a personajes famosos, estrellas del pop. Así, la muestra incluye una escultura del cuerpo de Justin Bieber, al que representa como una especie de encarnación de Jesucristo. ¿Qué quiere expresar con esta obra?
—Estoy intentando explorar una conexión contraintuitiva que puede existir entre la cultura contemporánea y las tradiciones o los patrones de conducta antiguos. Creo que ambas coexisten en un estado de simultaneidad o de constitución mutua.
La manipulación de imágenes en movimiento de eventos deportivos o de otro tipo es uno de los pilares de su obra. Cuando ve en la actualidad la difusión masiva de gifs o de clips cortos de vídeos en redes sociales, ¿se siente un pionero de este fenómeno?
—He sido un observador de este fenómeno. Desde que yo empecé como artista en la década de los 90, siempre me ha interesado la creación de imágenes. Ese tipo de trabajos queda definido por una gramática técnica y también guarda relación con todo lo popular, con las calles y también con una especie de producción en masa. Supongo que este bagaje en la creación de imágenes es el antecedente de mi evolución hacia la producción digital cuando empezó a aparecer. En cuanto a los gifs, son un bucle y esto es algo que me fascina. Creo hay un aspecto de estas imágenes o sonidos en bucle que tiene la capacidad de modificar la conciencia de la gente. Crea una atención focalizada y en términos psicológicos hay una idea que produce un estado de conciencia alterado en el contexto de la hipnosis, que se define como el estado de onda cerebral alfa, en el que se encuentra el cerebro cuando está más receptivo que nunca para llevar a cabo una reprogramación. A mí me interesa mucho el conocer cómo estos nuevos tipos de creación de imagen establecen una conexión con unos fenómenos antiguos y ofrecen la posibilidad de generar una conciencia alterada.
En más de una ocasión ha planteado el dilema sobre si es el espectador el que da forma a la imagen o si es al revés, que es la imagen la que moldea al espectador. ¿Ha encontrado respuesta a esta cuestión?
—La respuesta que he encontrado va en una dirección totalmente diferente. Fue a mediados del siglo XX cuando se produjo la emergencia de una nueva actitud respecto al pensamiento sistémico. Esta cuestión de si es el espectador el que da forma a la imagen o al revés, desde el punto de vista del pensamiento sistémico, son dos elementos del mismo sistema y el uno forma parte del otro.
¿Qué supone para usted poder exhibir esta muestra en el Museo Guggenheim Bilbao?
—Bilbao es un caso muy específico. Pienso en el Museo Guggenheim como una cápsula del tiempo de un momento muy concreto. Se construyó en los años 90 y más o menos coincidió con la época en la que yo comencé a trabajar como artista. Este es uno de los primeros ejemplos de lo que es la arquitectura digital. Tiene una relación icónica con la ciudad que le rodea. Es una yuxtaposición que puede verse desde cualquier ángulo de la ciudad, que se produce entre una arquitectura del siglo XX que guarda relación con las raíces industriales de Bilbao. Y así tenemos ese ejemplo emblemático de un nuevo tipo de espacio que se ha podido llevar a cabo gracias a las nuevas formas de producción digital que se emplearon para el diseño. Y yo también pienso que mi obra es algo parecido a una cápsula del tiempo. He ido trabajando en los primeros años de la revolución digital, que es cuando arranqué. Por tanto, la oportunidad de presentar mi obra aquí tiene que ver con poder recalcar el concepto de la cápsula del tiempo, algo que tiene que ver con el espacio y la temporalidad.
¿Qué reacción le gustaría generar en el público que vea la muestra?
—Espero crear una experiencia que permita disfrutar, que sea sorprendente, que quizás plantee algún que otro reto y que plantee preguntas acerca de la relación que existe con respecto a las realidades globales y también a las locales. Estoy pensando en La Catedral de San Mamés como un ejemplo local de un fenómeno global, similar al del Museo Guggenheim. En este sentido, Bilbao es una ciudad muy del siglo XXI. Por ello, espero que mi obra tenga alguna influencia positiva y espero que esto sirva para generar más diálogos acerca de la estética del siglo XXI y también de la experiencia cotidiana.