Si te gusta el pop rock alternativo, déjate de zarandajas, aparca a Viva Suecia, Izal y Vetusta Morla, y dale una oportunidad a León Benavente, el grupo del compositor, teclista y cantante Abraham Boba, que se curtió en escenarios acompañando a Nacho Vegas. La banda ha superado ya la década de trabajo y ahora propone “un baile existencialista” desde la autogestión en su disco actual, Nueva sinfonía sobre el caos (Laventura), en el que no dejan de lado sus textos vitriólicos sobre el desorden moral y tecnológico actual, pero lo acompañan con la colección más electrónica de su discografía. El 14 de diciembre se pasarán por Bilbao.

Luz y oscuridad, baile y reflexión. Así son las canciones de resistencia generacional de León Benavente, un grupo que completan Eduardo Baos (bajo y sintetizadores), Luis Rodríguez (guitarra) y César Verdú (batería). Sus miembros rondan ya los 50 años y desde su debut, con himnos como Ánimo, valiente o Soy brigada, nos han propuesto canciones de repulsa a “una era de cambio, entre la estupefacción y la esperanza”, explican.

El cuarteto, que tiene su columna en el spoken word, el rock, el pop y la electrónica, acaba de publicar su quinto disco, ya sin el apoyo de la multinacional Warner y desde la autogestión. Nueva sinfonía sobre el caos (Laventura) se llama el lustroso artefacto sonoro, que sus seguidores bizkaitarras, aquellos que reventaron el Kafe Antzokia en su última visita, dispondrán del doble de aforo para bailar porque se pasarán a presentarlo el 14 de diciembre por la sala Santana 27 de Bolueta.

El nuevo álbum es hijo de sus dos trabajos previos, Vamos a volvernos locos y, especialmente, de ERA, el más reciente, en el que la electrónica y los ritmos krautrock ya exigían espacio a las guitarras eléctricas. Ellos lo explican como un paso más en “un camino de aprendizaje y transformación” en el que buscan que “cada nueva canción nos lleve un paso más allá que la anterior”. “Queremos pensar que ahora hemos llegado al lugar exacto al que nos dirigíamos, sin saberlo, con nuestros pasos anteriores”, indican.

Metamorfosis

El grupo se pregunta en su canciones actuales cuál es su lugar como individuos y como colectivo en “este fugaz desorden” y reflexionan sobre si el ser humano es capaz de “mutar y seguir emocionándose”. Y el proceso para concluir el disco se basó en el cambio –un método que utilizan “para sorprendernos a nosotros mismos”–, desde el método de composición a la ayuda de un productor externo por vez primera en su carrera: Martí Perarnau IV (Mucho, Zahara, Juno_).

En un estudio gallego y con un agente externo que se mueve cómodo entre el rock y la electrónica, se juntaron con Perarnau IV durante varias semanas y volcaron su energía para llevar a cabo “un proceso de metamorfosis que toda banda con un poco de inquietud acaba necesitando cuando empieza a contar sus años de historia”, explica Boba. El resultado es un álbum que les ha quedado tan directo como reflexivo, perfecta banda sonora para el momento actual, “tiempos revueltos y lejos de un orden lógico” que se cuela por cada rendija y arreglo del nuevo repertorio.

Corto, bailable y reflexivo

Y han logrado lo que buscaban, un disco “corto y directo, de canciones clásicas en estructura pero valientes y arriesgadas en la forma, poderosas y bailables, hedonistas y, a la vez, reflexivas”. Y abierto al presente más rabioso, como confirma su apertura total al krautrock con el uso de sintetizadores, cajas de ritmo e instrumentos sintetizados. Disco furioso, vital, exuberante y reivindicativo, nos ofrece una producción y sonido apabullantes en sus 34 minutos sin artificios y directos al hueso.

La sinfonía actual de León Benavente suena electrónica desde su arranque kraut con ritmos gruesos a lo Chemical Brothers como Úsame/Tírame, que embadurnan con gritos a lo Alan Vega y guitarras eléctricas furibundas –escasas y también presentes en A la moda y Su verso, con la voz de Cristina Martínez, vocalista de El Columpio Asesino– , y que se mantienen, sintéticos y enérgicos, en cortes como el hipnótico, minimal y entre bolas de espejos En el festín, o en el pelotazo electrónico Baile existencialista, que resume un álbum en el que resalta el afterpunk de su próximo y eterno himno: Nada.

Y entre referencias a New Order, Elvis Presley, Frank Black (Pixies), Brian Eno, el cineasta Gus Van Sant, el pop claro en La aventura y el sonido disco en Brillando, la banda se reafirma ante la industria –“he podido renacer, queda sitio para mí, y voy a darlo todo”–; le canta al cansancio y el hartazgo generacional; y se enorgullece de sus contradicciones al cantar “moviendo el cuerpo, pensando en nada” aunque, al final, deja claro su filosofía: “Que se termine la violencia, que haya menos ignorancia”, y el deseo de “ver a la gente contenta”. Y a su antigua multinacional les lanzan “y si ahora no te gusto, qué te puedo decir: que te jodan, yo no soy el Titanic, no me voy a hundir”. Pasando de modas, con emoción y cambios. Y danzando, claro, con el teléfono apagado y “el amor como salvación”.