Hace 25 años que se fue, primero a Madrid para convertirse en cantante y luego a la Sierra de Gata, donde reside, pero Tontxu siempre regresa a su Bilbao. Lo ha hecho para promocionar el concierto en el que repasará su trayectoria el 27 de octubre en el Teatro Arriaga. “Será como tocar el cielo para mí”, explica sobre el recital, en el que el cantautor de 52 años, que está a punto de publicar un disco-libro con poemas ajenos musicados, le pide a quien asista que “cante conmigo”.

Ha tocado varias veces en Bilbao, pero llega el Arriaga.

—Por fin, ya era hora de que se cumpla el sueño de la infancia de un bilbainito nacido en Indautxu y que siempre miraba al teatro con un gran respeto.

Parafraseando una de sus canciones, será como “tocar el cielo”.

—Eso va a ser, tienes razón. Lo que tarda en llegar se aprecia más. El actor Lander Otaola me decía que cómo no lo había hecho antes. No sé, la vida no me había puesto ahí. Ahora llega en un momento en el que estoy preparado para ello y, si no lo he hecho antes, es porque no lo estaba o no lo merecía. Por cierto, Para tocar el cielo es una canción que escribí en Bilbao con 17 años. Ya tenía 300 completas antes y grabadas en casete, pero es la más antigua de mi repertorio, la que sobrevive.

¿Qué pide a quien le vaya a ver?

—Me gusta que canten conmigo, me hace mucha ilusión ver cantar los temas que tienen en la memoria desde hace 25 años. ¿Sabes la cantidad de gente que se ha casado, ha tenido hijos o se enamorado con alguno de ellos? El verdadero premio de este oficio es eso, que mucha gente se haya conocido con mis canciones o que alguien conociera a su pareja grabándolas en una cinta. Y me lo han dicho.

¿No le gusta el oyente pasivo?

—Moncho Borrajo me dijo un día que me preocupara de mi público, no del público. El concepto público no existe hoy con tanta oferta, no puedes estar pendiente de él.

Borrajo fue el acicate de su carrera, ¿verdad?

—Me llevaron mis padres a verlo y salía, pedía tres palabras al público y hacía una canción.

Pensaría que era magia.

—Este oficio parece fácil desde fuera. Y luego, me llevaban a ver a Mocedades, donde cantaba mi tío, José Manuel Ipiña, y veía a Amaia cantar… Me dije que de mayor quería dedicarme a eso, pero no se ven las kilometradas que te comes. Estoy hablando contigo y ayer amanecí en Granada. Como en todos los oficios, hay una realidad detrás de lo que se ve. Ahora ya se conoce algo a raíz de programas como OT.

Nació en Bilbao, pero se muere por Madrid.

—Nací aquí en 1972, en Bombero Etxaniz, y me fui en 1996. En Madrid descubrí el cielo azul más allá de dos meses (risas). La luz anima mucho a alguien que se crió en Licenciado Poza. Madrid es una ciudad muy interesante, y más con la edad en la que fui. Digo que soy bilbaino de Chueca –viví allí de los 22 a los 40 años, y mantengo un ático allí– aunque ahora también soy extremeño, ya que tengo dos hijos allí y resido en la Sierra de Gata, cerca de Portugal.

Sobrevivió a Madrid y a sus peligros, como cuenta en su canción ‘Teñida de blanco (tá tó pagao)’.

—No debo contar mucho porque lo va a leer todo el mundo (risas). Tienes esa edad y en el mundillo este sabes lo que hay… Caes en la trampa al seguir la inercia de esa ciudad, que es muy tentadora. En ese sentido, hay que cogerla con pinzas, respetarla y ser prudente. Cumplí 40 años y se acabó, ya que tenía dos opciones: vivir o morir. Y, siguiendo a mi mujer, me fui a Extremadura.

Esa canción es muy valiente. Canta “apenas hay voces con encanto”.

—Cuenta la realidad de cómo se vive en Madrid y hago alusión a que cuando llegué estaban Antonio Vega, Enrique Urquijo, Antonio Flores, Manolo Tena, Luz Casal… Hoy en día, pones emisoras y no distingues a uno de otro, todo pasado por el filtro del autotune y los programas de edición. Todo suena igual, antes había entidad propia, aunque hay que tener la mente abierta y madurar te hace comprender a la juventud. A mí me gustan Billie Eilish y cosas actuales buenísimas entre esas 180.000 canciones que se suben a diario a las plataformas.

Habla en esa canción de postureo e hipocresía. Lo ha vivido, ¿no?

—Y muchos abrazos largos y tontería, lo sostengo. Si no tienes un duro, no te hace caso nadie (canta). Pasa igual con el éxito, pero lo digo con ironía, sin acritud ni rencor. Para mí, las canciones son terapéuticas, sirven de desahogo.

Sobreviven las voces especiales, pero también hace falta suerte, ¿no cree?

—De mi época juvenil, ¿a quién escuchas hoy? Yo surgí en una época de moda de cantautores y ¿cuántos quedan hoy? Ismael Serrano, pocos más. Esto es como el pelotón ciclista, hay 80 tíos pedaleando y yo te puedo decir tres o cuatro. Somos muchos en la música, todos somos parte de un pelotón. Que vaya a una ciudad y haya gente cantando mis canciones, aunque sean 80 personas, es un milagro.

¿Le da más importancia a la letra que a la música?

—Gente como Jorge Drexler o Carlos Goñi, que son maestros, o yo, hemos cuidado siempre la música; con más o menos gracia. Debe haber una mecedora interesante alrededor de la letra.

No le molesta que le llamen cantautor.

—No, ¿por qué? Canto y escribo canciones, Springsteen también lo es. La palabra ha sido denostada porque hubo mucho plastautor. A veces, somos algo plastas, pero debe haber música para cada momento.

Otra canción reciente es ‘Nido vacío’. ¿Se pone la venda antes de la herida?

—Yo tengo una hija de 19 años que ya no vive conmigo, sino en el extranjero, pero esa surgió de mis dos adorables vecinos, Macu y Meño. La hija mayor se fue antes y el pequeño iba a Salamanca a la Universidad. Y su madre no sabía si cerrar la puerta del hijo o dejarla abierta. Cuando me lo dijo, se me puso la piel de gallina. Esa foto era la canción.

‘50 vueltas al sol’ sí es autobiográfica.

—Ahora son ya 52 (risas). Esa canción estaba ahí, flotando, surgió mirando al cielo. Y la tenía al día siguiente. Esos temas son oro. Si salen así de rápidos, funcionan.

Es bueno hablar de las cicatrices que deja la vida.

—Claro, tengo un disco titulado Cicatrizando; y no me refiero a las emocionales solo. Viví un accidente en Cuba en 1999... Estoy vivo de milagro. Ese título me lo dijo mi padre cuando le pregunté qué tal estaba. Igual tuvo jarana la noche anterior. Estamos cicatrizando desde que nacemos hasta la muerte.

¿Estas últimas canciones formarán parte de un disco?

—Estoy hasta los huevos de esta dichosa moda de las canciones sueltas porque, los autores, que diría Bunbury, medimos nuestras vidas en discos. Quiero sacar uno que resuma mi vida en los últimos años, pero la inercia del sistema lo pone difícil.

O sea, que no habrá disco inminente.

—Sí, sí. Tengo dos proyectos, uno con textos que he musicado en los últimos 10 años de poetas. Hice 30, pero han quedado 15 que saldrán en un disco-libro titulado #letrasdeotros que incluirá los poemas y cómo conocí a esos autores y ellos a mí. Los he ido grabando yo solo en el estudio en la última década.

Y el otro sería con letras originales suyas.

—Sí, tengo más de 100 canciones, y se irán casi 90 a la basura. Ese irá después, antes el de poemas. Lo tengo como una mochila emocional y será uno de mis mejores trabajos, si no el mejor, porque las letras son muy potentes. Valoro mucho al escritor puro, cuya escritura aguanta sin música. Hacer canciones es de juguete.

No soy Broncano, pero ¿cómo anda de dinero tras 25 años?

—Lo mío es todo de Hacienda y del banco. Vivo de los directos y de lo que generan mis canciones en autores porque Spotify te da unos céntimos solo. Vivo del público que me quiere y cuida. Tengo el dinero para vivir.

Pero feliz, ¿no?

—Mi referente es James Taylor. Llegar a una edad así, feliz y calvo. Yo estoy descapetado hace años (risas). Salud, eso es lo importante, ver bien a mi familia y trabajar con gente que conozco hace décadas. Me he vuelto algo huraño con los años.

¿Y volver al botxo?

—Me lo preguntó el otro día en San Mamés el exfutbolista Edu Alonso. Al irme, supe que iba a volver siempre, y regreso a menudo, menos que antes por la familia, pero vivir… estoy en la meseta, con el cielo azul y soy feliz. Soy mesetero, le pasó también a Unamuno y al pintor Zuloaga.