No hace falta tener 78 años, como David Gilmour, para sentir la incertidumbre y el miedo ante estos tiempos que nos han tocado vivir. A ese temor que atenaza nuestros latidos, a la mortalidad, al paso del tiempo y a la fe que nos proporciona el amor se refiere, entre una tormenta de solos excelsos y estratosféricos, Luck and Strange (Sony Music), el quinto disco en solitario del exguitarrista de Pink Floyd, un álbum de rock maduro grabado con letras de su esposa y la colaboración a la voz y arpa de su hija menor.

Si exceptuamos el tributo de Pink Floyd a su teclista Richard Wright, The Endless River, y la canción Hey hey, rise up, dedicada a Ucrania, Luck and Strange es el primer proyecto en nueve años de uno de los mejores guitarristas de la historia de la música popular. El álbum está producido por David y Charlie Andrew, conocido por su trabajo con el grupo de art pop alt-J, y está previsto que se presente en una gira internacional que no contempla fechas estatales.

El álbum ofrece lo que se puede esperar de Gilmour a sus 78 años: un disco de rock maduro, con una producción excelsa. Previsible, muy previsible, pero ideal para los seguidores de Pink Floyd, que evocarán algunos pasajes de la mítica banda en su visión musical muy años 70, con solos virtuosos y constantes, y un planteamiento filosófico en sus letras, compuestas por su esposa, la escritora Polly Samson. Por si quedaban dudas, él mismo canta “no me gusta hacer promesas que no puedo cumplir”.

El álbum se abre con Black Cat, instrumental que remite al último disco de los Floyd antes de plantear sus credenciales con el tema que le da título, en el que, a ritmo de blues cadencioso y con ecos de Dogs, nos ofrece, con su voz reconocible y en buen estado, una fotografía filosófica de su estado de ánimo, el que recorre todas estos temas nuevos. De un lado, el temor ante la distopía actual –“el corazón late de miedo”–; el recuerdo de su niñez y juventud –“una época segura” tras la II Guerra Mundial en la que “la leche era gratis” y “estábamos seguros”– y la esperanza: “Cuando el telón baja, la mañana siempre llega”.

Fama y dinero

The Piper’s Call, un tempo folk dibujado con una leve psicodelia, es, a pesar de su tono musical amable, la canción más crítica en su letra aunque se aleje del tono radical de su excompañero y hoy enemigo Roger Waters. Los “despojos” de la fama, el éxito y el dinero saltan y se balancean entre sus versos. “Cueste lo que cueste, mantente alejado de las serpientes/el camino al infierno está pavimentado con oro/todas las cosas que no necesitas, te las venderán”, canta un Gilmour que realizó recientemente una donación millonaria tras vender decenas de sus queridas guitarras.

Portada del disco.

Y después de cantar “cosecharás lo que siembres”, llega A Single Spark, en la que propone, con un traje cercano al de crooner entonando un estándar de final orquestal, coger su guitarra para afrontar “estos salvajes e inciertos tiempos” y preguntarse si el mundo seguirá girando solo “con buenas intenciones”. Vita Brebis es un interludio instrumental preciosista y etéreo previo a su versión de Between Two Points, de The Montgolfier Brothers, que canta, a lo Suzanne Vega más folk, su hija menor, Romany, quien también se luce al arpa.

Dark And Velvet Nights, que surgió de un poema que su esposa regaló a Gilmour en su aniversario de boda, arranca grandilocuente, con ecos de The Wall, pero se transforma en casi disco funk con una letra sobre la mortalidad y la madurez ante la “noche oscura y aterciopelada” que a todos nos envolverá. El paso del tiempo y el amor maduro protagonizan también Sings, balada que aboga por “dar marcha atrás al reloj” y hacer que “el tiempo se detenga” mientras se repasan “fotografías de amor joven envejeciendo en blanco y negro”.

Tras la asunción de que “seguimos en el baile” con Scattered, que se acompaña de un sintetizador líquido y un bellísimo solo acústico de Gilmour, entre levísimas cadencias reggae, se recupera un tema antiguo: Yes, I Have Ghots, nuevamente con Romany al arpa y voz, aire de cuento infantil y un evocador violín que viste una letra sobre esos fantasmas –a los que también cantaba recientemente Springsteen– que todos vamos incorporando a medida que crecemos y nos acechan. “La espera, el cebo, mi asesino, mi amigo”, canta el británico.

El cierre llega con una versión del tema que da título al álbum grabada en el granero del ex Pink Floyd en 2007, junto a su amigo Wright, poco antes de su muerte. Se mantiene el tono blues, obvian la letra y ofrecen un instrumental que nos arroja al centro de un ensayo entre colegas, como una jam session extendida donde sintetizador y guitarra dialogan, se duelan y dejan espacio al lucimiento del resto de instrumentistas, que van dando paso a sus solos respectivos. Unas risas quedan congeladas tras la escucha, al igual que el latido del corazón que suena en Scattered. Sí, puede que la luz se esté desvaneciendo pero Gilmour, casi octogenario, sigue vivo en “estos días oscuros que fluyen como la miel”. Y brinda por ello con sus guitarras mágicas.