Icono de la cultura popular más que cantante al uso, la más esquiva cabeza del cartel del 17º Bilbao BBK Live, auténtica diva pop, dejó ayer su impronta en Kobetamendi, a sus 76 muy bien llevados años de edad, con una sesión de baile al aire libre trufada de éxitos propios como Slave to the Rhythm y Pull Up to the Bumper, y versiones de algunos de sus músicos favoritos, de Iggy Pop a Roxy Music.
Musa de artistas como Andy Warhol, estrella de las pasarelas y marcas millonarias y de lujo, actriz ocasional en películas de James Bond y Conan, cantante superventas a finales de los 70, portadora de carné Premium en el Studio 54 de Nueva York, donde lucía su figura de ébano felina y andrógina mientras la fiesta y el descontrol danzaban a su alrededor… Casi medio siglo de vida profesional y artística han convertido a esta artista de 76 años –sí, no he tecleado mal– en uno de los iconos pop del siglo XX.
La apuesta por esta jamaicana de origen que triunfó en Nueva York y París ha sido muy alta, según se reconoció desde la organización del festival, que llevaba tiempo detrás de ella y no lo había logrado hasta esta 17ª edición debido a su elevado caché y contados conciertos. A pesar de ello y del target juvenil de la cita de Kobetamendi, por su faceta de cantante no pasará a la historia aunque sí logró agrupar varios éxitos bailables en el siglo pasado. Por ello, se asistía con cierta incertidumbre y reparo a su concierto estelar de la segunda jornada del festival, en un horario apropiado para una septuagenaria como ella.
Pronto advertimos que no había perdido ni un ápice de atracción felina. Alta, delgada, fibrosa... y con bastante retraso. Así apareció, caído un telón, con capa azul al viento y tocada con botas altas de plataforma que disparaban su ya notable altura, para empezar con una versión de cadencia reggae de Nightclubbing, una oda a los clubes nocturnos que Iggy Pop y David Bowie quemaron en Berlín y que cantó desde una plataforma. Las cosas claras desde el principio aunque no sé yo si camino de los 80 años seguirá siendo asidua de las discotecas de moda.
Su concierto –11 canciones entre temas propios y versiones, alargados en muchos casos por repeticiones minimalistas de sus cuatro músicos: bajo, batería, guitarra y teclista– vistió de jazz, disco, funk, pop y reggae un recinto mayoritariamente joven que asistió con ganas al estreno de The Key, un inédito que formará parte de su próximo disco y que abrió la puerta a la discoteca al aire libre con un funk vibrante con guiños al rap, voz robótica con vocoder y un solo hard de guitarra. La diva confirmó que mantenía la “llave” del groove ya antes de atacar su celebrada versión reggae de Private Life, de los Pretenders. Cuando demandó amor y energía a los fans ya no portaba la capa ni la máscara que portó desde su salida, una calavera dorada que nos recordó a los protagonistas depravados de Eyes Wide Shut.
Bromista y accesible
Su voz mantuvo el tipo, bien secundada por dos coristas negras conjuntadas en sus movimientos y de garganta soul, mientras ella saltaba de temas propios a versiones, cambiando de accesorios sobre un top que dejaba sus glúteos al aire y en su cabeza, otra máscara y sombrero incluidos. En Demoliton Man, de The Police, ayudó en la percusión al golpear unos platillos y se mostró siempre bromista, accesible, cercana e interactiva con la muchedumbre, lejos de a imagen distante que cultivó de joven.
Después, nos llevó a su país natal con My Jamaican Guy, de nuevo desde las alturas, mientras se vanagloriaba de su magnífica forma física tumbada en el suelo y haciendo ejercicios gimnásticos antes de rescatar I’ve Seen That Face Before (Libertango), sin dejar la cadencia reggae y la potrera del tango del arrabal, rescatada con una melódica.
Especialmente bailada fue su versión de Love is the Drug, de Roxy Music, con guitarra y teclado art rock y coros soul, y ella alumbrada por luces de discoteca sobre un bombín de lentejuelas, y rozó la emoción su ataque a Amazing Grace, el estándar de John Newton convertido en himno por Aretha Franklin, interpretado solo con voz y piano. A la hora de cerrar esta edición, la diva se aprestaba al fin de fiesta, confeti incluido y paseos por las primeras filas, con sus dos pelotazos millonarios y bailables: Pull Up to the Bumper, a ritmo de funk percutivo, y Slave to the Rhythm, imaginamos que bailando, incansable, el hula hop durante 10 minutos y –quizás, si estaba de humor–, para despedirse con un La vie en rose, de Edith Piaf, a capella.
Albert Pla
Por otra parte, el escenario Beefeater acogió la verbena festiva y rumbera Rumbagenarios del catalán Albert Pla, que salió a pecho descubierto con Bombas en Madrid, pero rápido se rodeó de su banda actual, The Surprise Band, mayoritariamente femenina y que fue su vehículo para mezclar rumba, electrónica, bailes, proyecciones, ironía e ingenua mala leche en su espectáculo más ambicioso. Al frente, en lo musical, el guitarrista Diego Cortés, un todo terreno capaz de convertir en jolgorio un funeral. Lo evidenciaron Marcelino Arroyo del Charco, Pepe Botika, Joaquín El necio o sus versiones de Soy rebelde y la reciente y anticapitalista de Experiencia religiosa de Enrique Iglesias, vía Los Javis. Mucha rumba y risas.
Khruangbin
Además de avión en tailandés, Khruangbin es el nombre de un trío de Texas que ya se había estrenado en un espacio pequeño del festival antes de que su popularidad se disparara tras colaborar con el vocalista de color Leon Bridges. Ayer se coronó en el escenario Nagusia, el principal, y a una hora destacable y ante un público masivo.
La bajista Laura Lee, el guitarrista melenas Mark Speer y el batería Donald Johnson integran este trío estadounidense que en su cita bilbaina ofreció un viaje lisérgico, bailable, desprejuiciado y sensual, con una escenografía –escaleras y ventanas incluidas– que recordaban a la portada de su último, reciente y cuarto disco, A la sala.
Ofrecieron un espectáculo tanto para bailar como para disfrutar de la escucha gracias a la simplicidad de la propuesta –solo tres músicos– y al virtuosismo de sus impulsores, al virtuosismo de sus impulsores, especialmente en los bajos marcados de ella y una guitarra sideral, convincente en los riffs y, sobre todo, en el efecto melódico que extrajo Speer del mástil de su Fender Stratocaster gracias al uso de diferentes pastillas.
Venciendo desde el principio al temor de convertirse en música de fondo, el público disfrutó y bailó porque hubo espacio para el rock, pasando por el funk, el groove africano, el dub y la psicodelia en su alternancia de canciones –de letras cortas y voz queda, a veces en spanglish debido al origen latino de la bajista y vocalista– e instrumentales del poder exótico y sensual de A Love International, May Ninth, Juegos y nubes, Hold Me Up, Pelota y, ya al final, los imparables Time (You and I) y People Everywhere(Still Alive).