Para Adriana Bilbao (Bizkaia, 1988) el amor es una fuerza motora capaz casi de cualquier cosa. Es, también, el hilo conductor del último espectáculo de su compañía: Amores / Maitasunak, que estrenó el sábado en Muxikebarri (Getxo). La semana que viene, el 1 de julio, la coreógrafa y bailaora cambiará Bizkaia por Tenerife para asistir a la gala de entrega de los Premios Max, ya que Zarra, el homenaje dancístico a su abuelo, el futbolista del Athletic Telmo Zarraonandia, ha nominado a su troupe a mejor espectáculo de danza y mejor labor de producción. “Tengo los nervios centrados en hoy [por el sábado]. Mañana ya se me empezará a revolver la tripa”, apuntó a DEIA.

Estrena en Muxikebarri un nuevo espectáculo con el amor como hilo narrativo. ¿Por qué? ¿Cómo surge este nuevo proyecto?

—Salió a raíz de una de las pruebas de sonido de Burdina, del primer proyecto de mi compañía, en el cual también participó Beñat [Achiary]. Él estaba cantando una canción que me movió algo. “Beñat, tenemos que hacer algo con esto”, le dije. “Sí, vamos a hacer Amores”, me contestó. Cada vez que nos hemos encontrado ha vuelto a salir el tema y, al final, lo hemos materializado.

‘Amores’, ese es el título de la pieza.

—Sí, en euskera Maitasunak.

¿Y por qué aborda el amor? Es uno de los grandes temas del canon artístico.

—Me daba un poco de miedo enfrentarme a él, porque es un campo tan amplio y tan diferente para uno… Los tres integrantes del proyecto estamos en una etapa vital diferente y las experiencias que hemos vivido son muy dispares. Por eso, cuando empecé a plantear el tema en las primeras residencias, nos dedicamos a hablar. Nos preguntamos qué era el amor para cada uno de nosotros y salieron grandes preguntas: ¿Es el amor posesivo realmente amor?

Sin embargo, su propuesta no habla únicamente del amor romántico, sino que profundiza en el concepto y presenta maneras diversas de querer, ¿cierto?

—Eso es. Cuando hablamos de amor pensamos en amar a alguien. Pero, si no nos queremos a nosotros mismos, el resto de amores no son tan de verdad. Esto, claro, desde mi punto de vista. Entonces, me pareció importante hacer referencia al amor hacia uno mismo. La fe también es una experiencia importante.

¿La fe religiosa?

—No únicamente, también puede ser la fe en algo simbólico, en algo más intangible, místico, telúrico… Algo que no se ve pero a lo que tú te agarras. Para mí el amor es una fuerza que protege y empuja a quien lo siente. Y la fe es eso. Hay gente que necesita agarrarse a algo para enfrentarse a una situación determinada.

Se basa en la tradición cultural y en la obra de grandes poetas, muy diferentes entre sí. ¿Qué nos cuentan sobre el amor figuras como Itxaro Borda, García Lorca o Teresa de Ávila?

—Ha sido un largo recorrido. En todas las conversaciones que hemos tenido, han salido a la luz los poetas que nos remueven por dentro o que nos han hecho sentir algo en algún momento de nuestras vidas. Con Itxaro Borda trabajamos en Burdina y, en esta ocasión, ha escrito pasajes para la obra.

Cuénteme algo sobre los demás autores que se dan cita en el libreto.

—Son grandes referentes. Tienen un nombre increíble. Lorca, Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz dicen muchísimo con muy poco. También está Walt Whitman, con su Canto a mí mismo; Bernat Manciet… Cada uno le va dando una intensidad a cada tipo de amor al que hacemos referencia en la pieza.

Y precisamente por ello los ha elegido, ¿verdad?

—Hemos seleccionado los textos y, después, se ha compuesto la música original. Por ejemplo, cuando hablamos del amor más inocente lo hacemos con nanas tradicionales y también hay alguna letra popular. Yo vengo del mundo del flamenco.

¿Y qué tiene que ver el flamenco con el amor? ¿Puede que esté relacionado con ese querer más pasional?

—El flamenco tiene muchísimos colores. Su cara más vistosa tiene que ver con algo desgarrador y pasional. Yo intento ir al fondo y navegar por aguas más dulces, más místicas…

Podría decirse que baila los poemas. ¿Cómo se dota de movimiento un texto?

—En función de lo que dice el texto, se crea un movimiento. En esta ocasión hemos trabajado los tres a la vez en perfecta sincronización. Es decir, la música y las coreografías se han empastado a la vez. Hemos ido probando y haciendo grabaciones para visionarlas y ver qué funciona.

Sobre el escenario le acompañan Beñat Achiary y Raúl Corredor. ¿Cuál es su papel?

—Beñat recita los textos. Desde que lo descubrí en Burdina, ha sido muy importante en mi carrera profesional. Me ha enseñado todo un mundo de lenguaje corporal que desconocía. Me ha abierto la puerta a otras cosas que están en mi cuerpo y no sabía que estaban ahí. Es como un chamán para mí. Trabajo muchísimo con él y me encanta.

¿Y Corredor?

—Toca la guitarra flamenca, y la eléctrica, en este proyecto. Al principio, necesitaba buscar un guitarrista que se adaptara muy bien a Beñat, porque él es muy especial. No todos los guitarristas que tocan flamenco podrían trabajar bien con él. Es una cuestión de entendimiento. Raúl es la persona perfecta. Conectaron genial desde el primer momento.

¿Cree que el amor es una constante en tu obra? Quizá otro de sus últimos espectáculos, ‘Zarra’, es una declaración de amor, en este caso, a su abuelo.

—El amor está en todos mis espectáculos. El amor enriquece.

Y puede que el amor también esté detrás de su nominación a los Premios Max. ¿Está nerviosa por lo que vaya a pasar el 1 de julio?

—Hoy [por el sábado] estoy nerviosa por el estreno. Mañana ya se me empezará a revolver la tripa. Estoy muy feliz por las dos nominaciones a mejor espectáculo de danza y mejor labor de producción.