En la vida de Alejo Stivel (Argentina, 1959) demasiado nunca ha sido suficiente. El eterno líder de Tequila conoce bien las escaleras que suben al cielo y bajan al infierno, porque ha recorrido el camino en ambas direcciones muchísimas veces. En sus 65 años de vida ha saboreado las mieles del éxito y galopado sobre los peligrosos lomos del caballo, en ocasiones hasta tener la guadaña de la parca a un milímetro del cogote. Nunca ha llegado a degollárselo. Por eso, el libro en el que explica su vida se titula Yo debería estar muerto. (Espasa, 2024). Ayer recaló en Bilbao para presentarlo en sociedad.

Siempre ha creído que nació siendo “el hombre sin memoria”, pero acaba de publicar un libro repleto, precisamente, de memorias. Un poco contradictorio, ¿cierto? 

También pensé llamarlo Desmemorias de Alejo Stivel. Cuando era pequeño siempre se me olvidaba todo y lo perdía todo. Es un clásico en mi vida. Por eso, dudaba de mi capacidad para hacer un libro, aunque me lo pedían, me lo sugerían y me lo recomendaban. Finalmente llegó la editora Pilar y me presionó, elegante pero insistentemente, hasta convencerme, y eso que no me acuerdo de la letra de las canciones que canté mil veces. 

De todos modos, esta no es una autobiografía al uso. Juega con el tipo de letras, su tamaño, es muy visual…

Esa fue la única condición que le puse a Pilar cuando le dije que sí. No quería un tocho con una separata de 20 páginas de fotos. Quería un libro en el que estuviera todo mezclado: frases gigantes, fotos a doble página, recortes de prensa, de periódicos, de revistas… 

Dice en el título que usted debería estar muerto.

Sí, aunque no en el sentido imperativo de la palabra. La parca pasó muy cerca muchas veces, pero la esquive como quien esquiva las pelotas de tenis.

En su autobiografía hay muerte, exilio, fama, abandono, alegría… Deténgase un segundo, eche la vista atrás y cuénteme, ¿cuál sería el titular que sintetiza la vida de Alejo Stivel? 

Es una frase que vi en una marquesina en Nueva York. En Times Square había un teatro reconvertido en un salón de jueguitos. El nombre del lugar era un neón gigantesco, compuesto de unas letras de 20 metros, que decía Too much is not enough, o sea, demasiado no es suficiente. Y, en cierta medida, me representa. 

Cada capítulo funciona como un pasaje vital que va precedido de una canción que, supongo, es especial para usted. 

Sí. Además, las escogí meticulosamente porque tienen algo que ver con lo que cuento en cada capítulo. 

Una banda sonora.

Esa es la idea, que alguien se ponga a leer el libro y le de al play para dejarse llevar por esa banda sonora. Cuando hablo de drogas suena Cocaine, de Eric Clapton. 

¿Puede que la música haya sido su salvoconducto, aquello que le ha alejado de la parca? 

No sé si la música me ayudó a esquivar a la parca, pero me ayudó a vivir y a ser una persona moderadamente feliz, porque la vida es un poco dura y te presenta muchas situaciones en las que te deprimes y lo pasas mal. Aunque tengo mis momentos, la música me mantiene a flote, es un salvavidas. 

En el libro describe cómo era aquel Madrid en ebullición después del franquismo. ¿Cuánto de mito y cuánto de verdad hay en la percepción popular de eso a lo que llamamos La Movida

Nosotros somos anteriores a La Movida, pero cuando llegó a la calle la aprovechamos. Lo pasamos muy bien. Eso sí, no sé si fue tan importante a nivel creativo como el París del veintipico o el Londres de los sesenta. Pero a nivel juerguístico fue brutal. Todas las noches había fiesta.  

También relata el ascenso a los cielos de Tequila y la explosión del fenómeno ‘fan’. ¿Cómo gestiona un chaval de apenas 20 años una fama tan repentina? 

Bueno, yo vengo de una familia bastante famosa y estaba acostumbrado a ella. Tenía una relación natural con la fama. Eso sí, cuando la viví en primera persona me trastocó un poco. Evidentemente, ser un adolescente reconocido en todos lados, todo el tiempo, tuvo su aquel. Pero, insisto, no me sorprendió de una manera demasiado descarada. 

Murió de éxito, pero después cayó en una espiral de oscuridad. Sucumbió a las drogas. ¿Cómo de presentes han estado en su vida? 

No creo haber sido muy original. Piensa que todos nuestros ídolos se drogaban. David Bowie, Lou Reed… Toda la gente exitosa consumía de manera muy intensa. Nosotros pensábamos que eso no podía ser tan malo. Después vimos que sí. Ahora los ídolos son diferentes. Cantantes como Dua Lipa o Taylor Swift son gente sana, entrenan, se alimentan bien y, si se drogan, lo hacen a escondidas.

Tampoco se deja el exilio en el tintero. Confiesa que es un cobarde y que por eso no militó en la guerrilla de los montoneros. ¿Hasta qué punto condiciona esta experiencia todo lo que viene después? 

Marcó un antes y un después en mi vida. Mi padre era un dirigente montonero y para eso hay que tener un valor que yo no tengo. Quizá lo tenga para otras cosas, pero no para empuñar un arma y liarme a tiros. Cuando vi que mi vida corría peligro, me escapé con mi madre. Soy más de la opción Picasso o Buñuel. Gente que prefirió el exilio a la muerte. 

¿Le resultaría muy disparatada la idea de que, ahora, con Milei como presidente del gobierno argentino, la historia vuelva a repetirse?

Creo que sí, que van a venir [al Estado] cientos de miles de argentinos, porque el plan de él es acabar con la clase media. La gente más pobre no va a poder venir, pero quienes tengan sus últimos pesos los gastarán en comprar un boleto de avión. Estoy convencido.