“Nunca sabré si la música y mis compañeros me salvaron la vida”, llega a reconocer Pablo Benegas, guitarrista de La Oreja de Van Gogh, en su libro Memoria (Plaza y Janés), en el que relata su vida en primera persona, de “la dura travesía por la tristeza y el dolor” de su infancia y juventud, con su padre, Txiki Benegas, amenazado por ETA, a la etapa de creación y éxito del grupo donostiarra de pop, “un viaje lleno de felicidad y de color”.

La de Pablo Benegas es solo un grano de arena de una playa bañada por el dolor, las amenazas, la represión y la violencia que marcó a Euskadi en el siglo pasado. El guitarrista de La Oreja de Van Gogh relata en primera persona en el libro Memoria –de 248 páginas y a la venta por 22 euros–, en versos sinceros y dolientes, los recuerdos que han marcado su vida desde una infancia marcada por el terrorismo de ETA hasta el éxito de una de las bandas más reconocidas e icónicas del panorama musical estatal.

Enmarcado entre dos escenarios ‒el del Velódromo de Anoeta, al que Pablo se subió por primera vez siendo apenas un niño, y el de las Fiestas del Pilar del 98, que supuso la consagración de su grupo para el gran público‒, el libro supone un ejercicio de memoria intenso y conmovedor en el que los recuerdos construyen una poderosa reflexión sobre el impacto del miedo y de la violencia, pero también acerca del valor de la amistad y de la música.

Benegas recuerda la realidad de Euskadi en los 80 y 90 desde las calles de la capital vasca que sufrió el mayor número de asesinatos de ETA, Donostia, y lo hace con la “amenaza latente” de un posible atentado a su padre, el socialista Txiki Benegas, y el recuerdo del aviso de su madre: “cuando salgas a la calle, no te olvides nunca de quién es tu padre”. El peso del apellido paterno hizo inevitable que el niño/joven viviera el choque con una realidad de escoltas y coches blindados, de lágrimas y silencios.

Portada del libro Memoria

Portada del libro Memoria

“Un compañero me avisó de que habían pintado en una pared del baño ‘Benegas’ dentro de una diana. Me impresionó mucho descubrir mi apellido en un punto de mira. Me preocupaba que los que entraban en el baño me identificaran con la pintada o que alguien se distanciara de mí por miedo a que también le señalaran. Solo quería que la borraran de inmediato. Ni siquiera me interesaba saber quién la había hecho. No pensaba que fueran a matarme, pero sí lograron su objetivo: me quedé tocado”, escribe el hoy músico de éxito, entonces “un adolescente”, época en la que “el miedo y la vergüenza bien mezclados son un potente inhibidor”, apostilla Pablo sobre una pintada que un profesor ordenó borrar.

Esa imagen de la diana fue solo “una más para mi álbum del terror”, escribe Pablo, que pasó a convertir la música en “un refugio” durante la adolescencia, en tiempos de casetes grabadas y compartidas, de conciertos y ensayos con una guitarra clásica en “la intimidad” de su cuarto, copiando a sus grupos favoritos, de U2 a Metallica o Pearl Jam, a los que llegó a ver en directo en la Donostia de los 90.

Luz, amistad y música

Como contrapunto al terror etarra, que originó una respuesta inconcebible en un Estado de Derecho desde las cloacas de los aparatos del Estado, la luz se fue haciéndose paso al calor de bares y cafés, conciertos y locales de ensayo. El libro, que convierte al fan de La Oreja de Van Gogh en testigo privilegiado de su nacimiento y primera etapa, es también una historia de amistad desde que se encontró con sus compañeros: el “divertido Xabi”; Álvaro, en cuyo hombro lloró Pablo su primer desamor en La Concha; “el tímido y bondadoso” Haritz, con quien se encontró “el primer día en la Facultad de Derecho”, y Luis, que completó el embrión de un grupo sin cantante todavía.

“A los postres, las amigas de Amaia le pidieron que cantara algo. Ella se negó en un primer momento porque le daba mucha vergüenza, pero las otras insistieron tanto que acabó aceptando con la condición de que apagaran la luz. Empezó a cantar, a oscuras,

Nothing Compares to You. En la intimidad del silencio y la penumbra, con nuestras emociones navegando en el agua de Valencia, la voz de Amaia nos acarició uno por uno. Fue realmente mágico. Nunca había oído cantar así, y menos a treinta centímetros de mí”, escribe Benegas sobre el descubrimiento de Amaia Montero, la primera vocalista del grupo.

Memoria es un relato emocionante que nos descubre aspectos desconocidos sobre los orígenes de La Oreja de Van Gogh, desde la elección del nombre de la banda a la grabación de sus primeras maquetas; del triunfo en el concurso Pop Rock Ciudad de San Sebastián al fichaje por parte de Sony, sin dejar de lado la creación de algunos de esas canciones que hoy forman parte de la banda sonora de varias generaciones.

Y entre el miedo y la violencia se fueron abriendo paso las cosas del día a día y las canciones, que reflejaban una juventud capaz de enamorarse, de estudiar, de tumbarse en playa de La Concha… “No era más que un grito de esperanza para recordarnos que en algún momento las flores volverían a crecer donde ahora llorábamos”, según Benegas, que recuerda el apoyo de los miembros del grupo en tiempos de asesinatos y concentraciones pacifistas, hasta entonces vividas en soledad, sin el apoyo de “ni mis amigos íntimos” anteriores.

“Asumo que esta frase pueda sonar grandilocuente y presuntuosa, pero nunca sabré si la música y mis compañeros me salvaron la vida”, escribe Benegas. “Lo que sí sé es que el primero de los caminos hubiera sido una dura travesía por la tristeza y el dolor, mientras que el segundo ha sido un viaje lleno de felicidad y de color”, apostilla.