Durante la última visita de Concha Velasco a Bilbao, en agosto de 2021, la gran dama de la interpretación demostró, una vez más, por qué era merecedora de pasar a la historia del teatro como una de las actrices más incombustibles. “Sigo teniendo la misma ilusión sobre el escenario de entonces, cuando era una jovencita”, respondía en una entrevista a este periódico al ser preguntada sobre qué quedaba de la chica yeyé, canción por la que aún se la recordaba cinco décadas después.

Hacía tres días que le habían dado el alta tras una operación, pero la vallisoletana tenía claro que no iba a fallar a su público. “No podía, ni quería dejar de venir a Bilbao. Para mí es una ciudad muy especial”, afirmaba con 81 años, que se describió como “chica Olea”. Asistida por un bastón, la actriz reconoció que la pandemia le había causado estragos. Ello no impidió que el público del Teatro Arriaga, con el que mantenía un estrecho vínculo, se pusiera en pie tras la última función La habitación de María.

Concha Velasco falleció en la madrugada de ayer, a los 84 años, acompañada por sus dos hijos en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, a consecuencia de una complicación de su enfermedad. La actriz sufrió un cáncer linfático en 2014 y, tras la pandemia, ella misma admitía que su estado había empeorado. “He dado un bajón enorme, tengo dos hijos maravillosos pero se lo tomaron tan a pecho que no solo no dejaban entrar a nadie en mi casa, sino que tampoco me dejaban salir a mí. Además, me caí y me rompí una pierna y un brazo”, reconoció en su última estancia en Bilbao. Unos meses después, en marzo de 2022, su hijo mayor Manuel Velasco anunciaba ante los medios que su madre se encontraba en una residencia para que estuviese atendida las 24 horas del día. “El miércoles estaba fenomenal, estaba muy bien, y el viernes se puso muy malita”, reconocía ayer Manuel, quien confirmó que los restos mortales de su madre descansarán en Valladolid, donde hoy se oficiará su funeral.

La chica yeyé

Desde su debut en la gran pantalla en La reina mora (1955), con apenas quince años, Concha Velasco participó en cerca de un centenar de filmes a los que sumó una veintena de series televisivas, más de treinta obras de teatro y la grabación de una decena de discos. No se acomodó, arriesgó en cada rodaje dentro de una versatilidad de la que habla la disparidad de personajes que interpretó durante siete decenios en películas como Las chicas de la Cruz Roja (1958), Historias de la tele (1965), Una muchachita de Valladolid (1973), La Colmena (1982), París-Tombuctú (1999), El oro de Moscú (2002), Flow (2014) y Malasaña, 32 (2020). Chica yeyé, chulapa, prostituta, mística, novia ejemplar, esposa modelo, mujer fatal, moderna, progresista... abordó una inmensa variedad de registros a las órdenes de directores de diferentes generaciones como José Luis Saenz de Heredia, Pedro Olea, Josefina Molina, Luis García Berlanga, Mario Camus y Jaime de Armiñán junto a Tony Leblanc, Manolo Escobar y Alfredo Landa como los actores con quienes más veces coincidió.

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Capilla ardiente de Concha Velasco EFE / EP

Su carrera teatral alzo el vuelo en 1960 con el programa de teatro Estudio 1 de TVE, donde dejó su impronta en obras como La dama del alba, La alondra, Don Juan Tenorio, Una muchachita de Valladolid o Las brujas de Salem. Luego continuó su carrera teatral en numerosas comedias, cuando ya era la chica yeyé –por la canción que interpretó en la película Historias de la televisión– antes de profundizar en otros géneros y compartir escenario, en los 70 y 80, con los grandes del momento, como María Luisa Ponte, José Sacristán o Adolfo Marsillach. Con la obra de Eduardo Filippo Filomena Marturano tuvo en 1979 un éxito arrollador acompañada por José Sazatornil Saza, una pieza adaptada al cine por Vittorio de Sica, Matrimonio a la italiana.

El Teatro, su pasión

Llegó a tener compañía propia y colaboró muchas veces con el que fue su marido entre 1977 y 2005, el productor Paco Marsó. En 1986 decidió iniciar otro proyecto, que aumentó más su popularidad, el musical Mamá, quiero ser artista. De esa obra, precisamente, y de Hello, Dolly! (2001) se sentía especialmente orgullosa. Sin embargo, décadas después seguía pagando el alto coste de la producción. “No me importa decirlo, he tenido que vender todo lo que tenía en mi casa porque cuando no se cobra, hay que hacerlo”, reveló en 2021, cuando reconoció que en el teatro había sido “un poco despilfarradora”.

En la década de los 90 su carrera en los escenarios se enfocó a títulos más dramáticos, como La rosa tatuada, Carmen, Carmen o el musical Concha, yo lo que quiero es bailar. En 1999 Antonio Gala escribió para ella Las manzanas del viernes, un gran éxito que repetiría con otra obra del dramaturgo, Inés desabrochada, en 2003, junto a Nati Mistral y Paco Valladares. Y entre 2009 y 2011 representó La vida por delante, de Jose María Pou.

Justamente con Pou y Maribel Verdú protagonizó Hélade, en la que fue su primera participación en el Festival de Mérida, en el que repetiría un año más tarde con Hécuba, con la que luego estuvo de gira hasta que su dolor pudo más que su miedo a ir al médico. En mayo de 2014 paró su carrera para recuperarse de un linfoma, año en el que la actriz pasó tres veces por el quirófano (peritonitis, hernia y vesícula). No obstante, meses después volvió a la escena con la obra Olivia y Eugenio demostrando que no podía vivir sin actuar. Una dilatada carrera teatral que le valió ser reconocida como miembro de honor de la Academia de las Artes Escénicas de España en 2014 y para recibir el Premio Nacional de Teatro en 2016.