Tendrá el cuerpo roto y desvencijado tras un ictus reciente que le impide tocar la guitarra y ha ralentizado los movimientos del lado izquierdo de su cuerpo, pero Lucinda Williams, de 70 años, tiene el corazón tan joven y rockero como cuando cogió una guitarra tras la estela de Dylan, Hank Williams y los bluesmen. Se comprobó recientemente tras su emocionante concierto en el Azkena Rock de Gasteiz y ahora se confirma con Stories From a Rock’n’Roll Heart (Lost Highway), editado este fin de semana coincidiendo con su autobiografía, No compartas con nadie los secretos que te conté (Liburuak). Este maravilloso y eléctrico disco es una oda a la perseverancia y a la sanación a través de la música.

Portada del libro

Portada del libro

Un intento de violación, el suicidio de varios amigos, la herencia de una madre con problemas mentales y la mala elección de parejas sentimentales durante décadas –hasta que llegó su actual marido, representante y productor, Tom Overby– no se lo han puesto fácil. La felicidad y el éxito llegaron tarde a su vida, que estuvo a punto de descarrilar debido a un ictus que casi coincidió con la pandemia. Resiliente, a la obligada rehabilitación física sumó la composición del nuevo álbum, sin posibilidad de usar la guitarra tras el derrame cerebral pero con ayuda de colaboradores como Overby, Jess Malin, Springsteen, Angel Olsen… Su recital en el Azkena se inició con Protection –“protección, necesito protección”–, pero ella tiene claro que el escenario es su lugar en mundo, sinónimo de supervivencia, del sentido de comunidad, de la camaradería y sanación que ofrece la música. Vayamos con sus sobresalientes y últimas canciones.

Con Let’s Get the Band Back Together, a ritmo del r&b de los Stones o The Faces y citando a Dylan y The Boss, contrapone la vida real –“el tiempo se nos escapa”– con el sueño del rock y su locuras. Y aunque “algunos han desaparecido y brindemos por ellos”, sigue en la brecha, brindando por “la noche que nunca termina”.

Más electricidad en un medio tiempo con Springsteen y su esposa, Patti, a las voces en New York Comeback. “Piensan que todo ha terminado, pero el llanto y la historia ya se ha contado”, canta. Apuesta por el regreso y la vuelta tras la pandemia. Last Call for the Truth es un baladón de ecos country en el que pasa revista a su vida y a su “juventud perdida”. El resultado es claro: “dame una canción más para cantar, un baile más para abrazarte”. ¿Ecos de la pandemia en la Jukebox, estremecedora balada con la steel guitar de Dough Pettibone y la segunda voz de Angel Olsen? “Prisionera en estas cuatro paredes, enloqueciendo con el sonido de mi propia voz, me vuelvo loca si no salgo de casa”, canta. La solución es el bar y su rockola, la música, otra vez, como salvación, mecida por canciones de Muddy Waters y Patsy Cline. Otra joya con guitarras en duelo en el estéreo es Stolen Moments. Es un sentido recuerdo al fallecido Tom Petty, de quien en pandemia grabó un disco completo con sus temas. “Pienso en ti en momento robados, tú cabalgas conmigo”, le canta. El crescendo eléctrico final resulta inolvidable.

Corazones desubicados

Caña y más caña con Springsteen de nuevo a los coros en Rock’n’Roll Heart. Declaración de principios, el de esos corazones rockeros desubicados que no son nada en “un pueblo sin salida” y del que huyen para cumplir “el sueño de tocar la guitarra adonde quiera que te lleve”. Corazón incombustible al tiempo, que “no puede romperse ni desgarrarse”.

La canción política del disco es This Is Not My Town, en clave de blues, garaje y psicodelia con órgano ubicuo y Margo Price a los coros. “¿Alguien puede ver lo que pasa? Nos envían a todos los payasos para jugar con todos tus miedos y decirte lo que deseas oír. Enfrentan unos a otros ¡Sacúdelos!”. El fantasma de Trump amenaza.

Otra balada plena de emoción llega con Hum’s Liquor. Le canta a la bebida y los demonios del pasado… “Nada estaba hecho para durar”, le dedica a Bob Stinson, guitarrista de The Replacements, con la voz de Tommy, su hermano, bajista del grupo y antiguo marido de Lucinda.

Where the Song Will Find Me es una oda a la inspiración. Otro baladón todo sensibilidad. “Cruzaré el puente y miraré las estrellas tan cerca del borde y todos los coches que pasan solo para que la canción me encuentre”, canta, convencida de que la inspiración llegará “sin hacer ruido”. Con ella, la alegría de “sentir ese momento”, el de la salvación con el arte.

Con Never Gonna Fade Away llega un gran medio tiempo sobre su propia mortalidad y relevancia artística. Agur con un himno a la resistencia, a no renunciar. “Nunca voy a desaparecer”, canta. Y para quienes no entiendan que Lucinda siga de gira, a sus 70 años y con problemas de movilidad, les dejamos versos de Stories From a Rock’n’Roll Heart: “a por el último whisky, déjame tener la última palabra, una última oportunidad de hacerlo a mi manera, un último disparo, un último golpe, una última canción que cantar”. No, no nos queremos perder esas canciones. Queremos que “se produzca el milagro otra vez”.