El feminismo nunca ha entendido ni de épocas ni de lugares. Prevalece incluso en los momentos más oscuros de la historia. Y muestra de ello fue la poetisa de nacionalidad francesa Christine de Pizan, que en pleno siglo XV, cuando la Edad Media se encontraba ya en su ocaso, consiguió utilizar la literatura como medio de vida, una herramienta que le ayudó a subsistir a ella y a su familia. 

Nacida a finales del siglo XIV -allá por el año 1364- en el seno de una familia asentada en aquel momento en Venecia, de Pizan creció recibiendo una educación que en aquella época no estaba al alcance de todas las mujeres. Fue su padre, el médico Tommaso da Pizzano, quien decidió ofrecerle a ella y al resto de sus hermanos -Paolo y Aghinolfo- una educación que a ella la acercó a las letras, desarrollando de forma temprana una pasión por ellas. 

Mientras su padre ofrecía sus servicios en la corte del rey Carlos V en Francia, ella componía canciones y baladas que deleitaban a todos sus miembros. Y pocos años después, cuando la joven tenía 15 años, su padre decidió desposarla con un destacado miembro de la corte. Su nombre era Étienne de Castel, y era notario y secretario del rey.

Al parecer, este fue un matrimonio próspero y feliz, que dio a la pareja tres hijos, aunque la suerte de ambos estaba a punto de cambiar. Cuando de Pizan tenía apenas veinticinco años tuvo que despedirse en un breve lapso de tiempo de su padre y de su marido, ambos fallecidos -su esposo debido a una epidemia-. 

La situación política en Francia tampoco era de gran ayuda. En unos años convulsos en los que a la muerte de Carlos V le sucedieron las rencillas por el poder en las que el heredero Carlos VI tuvo que recuperar el trono por la fuerza al cumplir los 21 años, Christine se encontró viuda, con tres hijos y una madre a su cargo. 

¿Cómo iba a conseguir salir de aquella encrucijada? La decisión que tomó de Pizan en aquel momento cambió el curso de su vida. Decidió dedicarse a la escritura como medio de vida, y pronto pudo salir adelante y de esta forma ayudar a su familia. Tal fue su éxito que sus poemas, canciones y baladas fueron bien recibidas en la corte y pronto fue apoyada por muchos nobles medievales, incluidos los duques de Borgoña, el rey Carlos VI y su esposa la reina Isabela de Baviera. Pero antes de todo esto, y tal y como recuerdan desde National Geographic “se hizo cargo de un taller de escritura, un scriptorium, en el que supervisaba la labor de los maestros calígrafos, encuadernadores y miniaturistas”.

Apenas dos años después de darse a conocer en su faceta de escritora, tuvo la oportunidad de componer El libro de las cien baladas. Pero su trayectoria no había hecho más que empezar. Además de la poesía y las baladas, tenía un don para la palabra que traspasaba la letra escrita en papel. 

Debate

Cuando el siglo XIV ya llegaba a su fin, de Pizan comenzó a escribir también sobre los derechos de las mujeres, y en el año 1400 participó́ en uno de los debates máśfamosos de la historia de la literatura francesa, el conocido como Querelle de la Rose. El centro de la discusión era un poema, el Roman de la Rose. Este consta de cerca de 22.000 versos octosílabos que adopta la forma de sueño alegórico, y aunque está dividido en dos partes, que se escribieron en momentos distintos, la obra no fue concebida de modo conjunto. Ni siquiera el autor es el mismo en ambos casos. 

El centro de la conversación era la segunda parte, que provocó polémicas relacionadas con la visión que de la mujer tiene el autor Jean de Meung. Precisamente una de esas críticas más conocidas es la de Christine de Pizan a sus posiciones y que desembocaron en una de las primeras “querellas”. Y es que algunos pasajes de esta obra escrita un siglo antes relegaban a la mujer a objeto de deseo que servía solo para complacer y satisfacer los instintos masculinos. 

Ahí, precisamente esta poetisa introdujo planteamientos interesantes y rompedores, convirtiéndose en una pionera en las cuestiones de género. Ella misma aseguraba, al fin y al cabo, que la inferioridad femenina en realidad no era natural, sino como ella misma definía, se debía a una cuestión cultural.

Y de ahí, uno de los extractos de una de las obras que han pasado a la posteridad de esta laureada autora, titulada La ciudad de las damas, una respuesta en cierta manera de de Pizan al popular Roman de la Rose, de Guillaume de Lorris, que había acabado Jean de Meung: “Si fuera habitual mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres”. Y precisamente esta cita, entre otras muchas de esta obra, sigue siendo tan necesaria ahora como hace seis siglos.