El concierto de Euskadiko Orkestra (OSE) que se ofrecerá hoy viernes en el Euskalduna en Bilbao cuenta con un programa muy especial: el compositor vasco Ramón Lazkano estrenará a nivel mundial esta tarde su ultima obra, Mare Marginis, un concierto para piano encargo de las orquestas de París y la de la Radio de Colonia junto a la orquesta vasca. Lazkano ha querido reflejar en su partitura “un mar sin agua que es también el lugar de un límite, el que demarca lo visible de lo invisible de la Luna”.

Bajo la batuta del titular de la Euskadiko Orkestra, Robert Treviño, contará además con uno de los pianistas más reconocidos a nivel internacional, el francés Alexandre Tharaud. Se trata del segundo concierto de piano escrito por el compositor donostiarra (residente en París) después de Hitzaurre Bi, de 1993.

Completará el programa en la segunda parte la partitura de La Quinta sinfonía, de Gustav Mahler. Sonará ese Adagietto que se escucha en Muerte en Venecia y también en la película Tar, protagonizada por Cate Blanchett, en la actualidad en cartelera.

Euskadiko Orkestra ofrecerá también este programa en Donostia (Kursaal, días 20 y 23) y Gasteiz (Teatro Principal, día 21).

Me imagino que toda la ilusión de un compositor será que su obra se interprete, que llegue al público.

—Un compositor quiere que la obra viva, que salga hacia fuera. Normalmente, componer es un trabajo muy solitario, son sueños personales, la obra empieza a existir cuando el sonido se empieza a producir, cuando el público empieza a percibirla, con ese contacto directo con el sonido que te has imaginado en el taller.

¿Cómo surgió la composición que se estrena hoy?

—La idea partió hace tres o cuatro años; conocía a Alexandre (Tharaud) personalmente, es un músico muy versátil, muy diverso. Ha hecho mucha música barroca, de repertorio del siglo XIX, también músicas más ligeras, de cine, pero además compone y está muy cercano al mundo creativo de hoy. Ha encargado y ha estrenado ya varios conciertos para piano, que son grandes obras que han surgido a través de él. Un día, después de una cena, pensamos que igual podíamos hacer algo juntos. Y hablamos con un par de personas que conocemos, en la orquesta francesa y en la Radio de Colonia, que inmediatamente nos dijeron que sí, que el proyecto les interesaba. También hablamos en Euskadi con Robert Treviño, que es un gran amigo y un gran intérprete de mi música. Es extremadamente fiel y generoso, se volcaron también en la coproducción y a partir de ahí, el proyecto se puso en marcha. Escribir esta pieza de 25 minutos me ha llevado un año.

En principio, iba a estrenarla en París el pasado 11 de febrero...

—Estaba previsto que se estrenara en París con la Orquesta Nacional de Francia, pero por la huelga general contra la reforma de pensiones, no ha podido ser. Las dos orquestas se declararon en huelga y se canceló tanto el ensayo general como el concierto. Al margen de la simpatía que uno pueda tener con las motivaciones o por las razones de las luchas de los otros, en el terreno artístico y creativo fue un disgusto. Y bueno, hoy se estrena en Bilbao, luego irá a Donostia y Gasteiz con la Orquesta de Euskadi y luego se retomará en la Radio de Colonia. Hay otras ejecuciones previstas, que esperamos que lleguen a buen término.

¿Por qué ha titulado su obra ‘Mare Marginis’?

—Es el nombre de uno de los mares lunares; en la antigüedad se pensaba que esos valles de la Luna eran mares y que contenían océanos y en realidad luego hemos visto que no son mares, que no hay agua en la Luna y que esos mares. en realidad, son grandes valles desiertos. El Mare Marginis se encuentra en el borde este de la cara visible de la Luna, demarca lo visible de lo invisible de la Luna. De alguna manera, para mí esa idea es una fuente que me sirve para encontrar mis marcas en el momento de intentar concebir la relación del solista con la Orquesta, lo que es visible y lo que es invisible, la parte del sonido del piano que podemos detectar inmediatamente y esa otra parte que no detectamos que emana de él y que la orquesta expande. Entra en una forma de resonancia con el piano, retoma y amplifica toda esa parte secreta del sonido de este instrumento.

¿Cómo empezó Ramón Lazkano con la música? ¿Tiene referencias familiares musicales, familiares músicos?

—No vengo de familia de músicos, pero es cierto que la música ha estado siempre presente en mi familia, sobre todo, en la materna. Por ejemplo, mi tía fue organista, tocaba en la catedral del Buen Pastor y estudió composición con Francisco Escudero. De hecho, fue ella la que me llevó por primera vez a clase de solfeo, cuando era un crío, tenía 12 o 13 años, para estudiar armonía primero y luego composición y orquestación con Francisco Escudero. Él fue mi gran maestro, tengo un recuerdo imborrable de sus clases, de su entusiasmo y de su generosidad. Lo cierto es que en casa teníamos piano desde pequeños. Mi pasión encontró salida a través del piano, de la improvisación. Cuando era crío, me gustaba improvisar al piano y empecé ya a escribir. Desde que este llegó a casa, no hice otra cosa que intentarlo.

Después se marchó a la capital francesa a profundizar sus estudios de composición y orquestación con Alain Bancquart y Gérard Grisey y ahí se quedó definitivamente.

—Terminé aquí de estudiar lo que en aquellos años era la carrera y la acabé joven, quizás excesivamente joven, no lo sé, con 18 años. De Donostia me fui a París donde entré en el Conservatorio Nacional y también terminé joven, con 21 años, y bueno, la vida nos lleva por senderos insospechados. Ahí me quedé, es cierto que en París me he sentido bien, muy bien acogido y recibido. Francia ha sido un país generoso conmigo y con mi trabajo. Es un país que me ayuda mucho constantemente en todos los sentidos y mi vida ha ido construyéndose en torno a esta ciudad. Aunque he pasado periodos en otros lugares, siempre he vuelto a París, que es donde he encontrado mi segunda familia, no la familia de sangre, sino la que uno construye mientras va viviendo.

Compagina la composición con la docencia...

—La enseñanza es una parte fundamental de mi actividad de músico, me gusta, me apasiona. Disfruto mucho teniendo gente joven alrededor que me aporte ideas, a la que procuro ayudar a través de mi propia experiencia. Pero a la vez me enriquece y me posibilita también estar en contacto con una realidad que es cambiante. Enseñar, transmitir es un deber ético de los creadores.