Iratxe Fresneda es, como su filme, empática, crítica e intuitiva. En esta entrevista, lahonda en las numerosas vertientes sociales, laborales y familiares que la llevaron a la creación de cuatro historias que convergen en un trasfondo actual enfocado en la migración. 

¿Cómo fue su trayectoria hasta llegar a la dirección de ‘Tetuán’?

Mi historia profesional comienza como periodista y crítica de cine y televisión. Luego desvié mi carrera hacia la investigación cinematográfica, específicamente al archivo, y empecé a dar mis primeros pasos como investigadora en la universidad. Estudié el cine desde un punto de vista de género mediante el análisis y aprendí cómo se construyen las películas.

Es decir, que sus investigaciones se convierten en sus películas.

Sí, pero no hablo únicamente de mis investigaciones en las películas. Utilizo parte de ese material de archivo que voy descubriendo para conformar otras historias, como en el caso de Tetuán. En ella se habla de este tema tan complejo y tan difícil que es el fenómeno de la migración, el cual nos atañe a todas las personas. Es algo que ha estado siempre en la historia del ser humano. Todos somos de aquí y de allá. Juntos formamos parte de ese crisol de identidades distintas y diversas.

¿Cómo realizó la investigación para este largometraje?

Empezó con la investigación previa para el estudio de la Trilogía del registro. Sin embargo, empecé a darle forma cuando comencé a indagar en torno a la figura de mi padre. Él murió cuando era una niña y su identidad se fue diluyendo poco a poco hasta casi convertirse en una nebulosa, como una persona desconocida o de la que sabía muy poco. Por eso surgió mi investigación en torno a su historia y de las personas que pudieron haberse topado con él en algún momento. Mi padre era de origen español y nació en Brasil, pero por casualidad se crió en Marruecos.

“Empecé a dar forma a este película cuando comencé a indagar en torno a la figura de mi padre. Él murió cuando era una niña”

¿Cómo ha sido el proceso de este filme?

Fui generando la película a través de sonidos e imágenes, no de secuencias. Después, empecé a estructurarla sobre el papel, dándole forma y ordenando esas ideas para generar un relato. Cuando se iniciaron las grabaciones, alrededor del 90% de la investigación ya estaba realizada. Pero, siempre encuentras novedades en el camino, descubrimientos que son un poco mágicos. Siempre está abierto a lo que pueda pasar y a los desvíos que pueda haber en el camino. Para Tetuán, empezamos a buscar localizaciones hace tres o cuatro años, pero el rodaje en sí, con Irina Concoa y Mohamed Iacob como protagonistas, comenzó en septiembre del año pasado.

El coronavirus habrá condicionado mucho el proceso.

No recomendaban viajar a varios países o ciudades a los que necesitábamos ir. Precisamente, nosotras teníamos que movernos a la África subsahariana, hacia el norte de Marruecos. Se tornó bastante complicado y debimos tomar muchas medidas.                                                                                                         

¿Algún momento recordable? 

Ha sido muy bonito compartir esta película con todo mi equipo. Nos hemos convertido en una pequeña familia. Otro aspecto importante ha sido la convivencia con distintas familias de Rumanía o del Sahara; además te cambia la mirada. Tuve mucha comunicación con ellas y el encuentro siempre era desde el respeto, desde una no invasión. Yo misma abrí las puertas de mi propia casa para que esas personas fueran partícipes de mi vida y yo de las suyas. 

Yendo en esta línea familiar, antes explicaba que abordó este proyecto para conocer más sobre su padre, ¿siempre había querido saber su historia?

Sí, es algo que siempre había querido hacer. En este caso se convirtió en una excusa o en un detonante para contar una historia colectiva de la humanidad y de cómo nos movemos, sin hacer retratos victimistas y tratando de no estereotipar, sino más bien ampliando la mirada. De este proceso, muchas cosas me las quedo para mí y otras, las comparto para que aporten a ese retrato colectivo, para que aquellas personas que vean la película se sientan identificadas de una u otra manera. 

¿Cree que los hijos de migrantes se beneficiarían de ahondar en las historias de sus padres?

Creo que sí. Yo siempre animo a generar este tipo de relatos porque, como suele decir Patricio Guzmán, los documentales forman parte del álbum personal y familiar de la humanidad. Es fundamental que no siempre se cuenten las mismas historias, ni de las mismas personas ni del mismo modo. La diversidad está de maravilla.

En términos audiovisuales, ¿cuáles fueron sus inspiraciones?

Había una cuestión fundamental que tenía que ver con el seguimiento y observación de los personajes, que aún estando cerca, no se alterasen las acciones de quienes estaba retratando, con cierta cercanía y distancia al mismo tiempo. Y nos parecía muy importante respetar el estatus de la fotografía para hacer una ruptura. Era esencial mostrar espacios abiertos como una oportunidad para generar movimiento. La colorimetría de la película se basa en un color miel muy agradable que evoca al atardecer.

¿Qué espera que la gente se lleve del largometraje ‘Tetuán’?

Me gustaría que la gente la disfrutara y la pensara al salir del cine, que todavía tuviesen la película en la retina. Creo que condicionará el modo de mirar a las otras personas y a quienes denominamos ‘el otro’ o ‘la otra’.