Sofonisba Anguissola firmó algunos de los retratos más bellos del Renacimiento italiano. A pesar de ser reconocida en su tiempo, cayó en el olvido tras su muerte, muy posiblemente por ser mujer. Incluso alguno de sus cuadros se han atribuido a otros pintores de renombre. Pero lo cierto es que ella abrió el camino a otras mujeres artistas que brillaron tanto o más que cualquier pintor reconocido.

Miren Arenzana Letamendi (Bilbao, 1965) también ha sido un referente para mujeres escultoras de generaciones posteriores. Así lo reconoció el jurado que le otorgó el Premio Gure Artea de las artes plásticas que concede el Gobierno vasco en 2019 en reconocimiento a toda su trayectoria. Quizás por ello, ambas comparten sala en la exposición BBKateak del Bellas Artes, con la que el museo bilbaino ha reabierto las 21 salas del edificio antiguo tras la reforma y en la que se propone un “cara a cara” entre los creadores de su colección.

¿Qué pensó cuando le dijeron que sus obras se iban a exponer junto a las de Sofonisba Anguissola?

—Me parece que por parte de las dos hay una reivindicación por ser mujeres artistas desde el principio. Hay una conexión que valoro mucho: que ella fuera una mujer que de alguna forma tuviera que reafirmarse para poder trabajar, que aunque luego fuera aceptada también tuviera las dificultades de género... En su época, a las mujeres incluso se les prohibía estudiar anatomía porque no podían ver hombres desnudos. Ahora hay una gran presencia femenina en el mundo del arte, pero ha habido muchos años en los que solo exponían los hombres. En la actualidad, se está haciendo además un gran esfuerzo para que haya más obras de mujeres en las colecciones de los museos.

El tema de género siempre ha sido muy importante en su obra.

—Desde el principio he reivindicado el ser mujer artista, además de otra forma de hacer escultura. Cuando comencé, la escultura era de hierro, de grandes dimensiones, la mayoría de los escultores eran hombres... Yo añadía elementos que decían que las mujeres también podían hacer escultura. Trabajaba con materiales que no había que dominar, además lo veía lúdico, ¿dónde metía el color? Enseguida me puse a buscar otro tipo de materiales que fueran más próximos a mí, que hablaran de mis vivencias. Utilizo todo tipo de materiales, muchos de ellos procedentes de objetos reciclados de uso cotidiano.

La puesta en escena de sus obras es muy original, en el suelo, colgadas, escondidas, sin peanas...

—Siempre me ha interesado que el espacio donde se emplaza la pieza sea parte activa de su estructura. Por ejemplo, estos tocados –dos de sus obras expuestas en el Bellas Artes– están unidos con una aguja a la pared, que es un elemento más de la escultura.

E estudió arte en la UPV pero parte de su formación la ha realizado en Londres...

—Estuve en la UPV del 84 al 89 y me especialicé en escultura, pero antes de comenzar Bellas Artes ya viajaba a Inglaterra para ver cosas nuevas, exposiciones... He tenido una relación muy importante con Londres, donde he vivido temporadas muy largas de mi vida, así que ha tenido una influencia muy fuerte también en mi obra. Iba mucho a los mercados y me interesaba coger elementos que pudieran funcionar para la escultura, pero que también para otras disciplinas para establecer nuevos diálogos. Allí realicé también el Postgraduado Advanced Studies in Sculpture en el Central St. Martins of Art and Design. En 1996, fui a Nueva York para realizar un curso de vídeo y residí allí, antes de volver a Londres y posteriormente a Marsella. He expuesto en Londres, París y, por supuesto, en el País Vasco. En el año 2000 realicé un master en diseño.

¿Recuerda su primera exposición individual?

—Anteriormente, realicé varias colectivas, pero mi primera individual fue en la galería Trayecto de Gasteiz y esa obra fue a ARCO. Pero enseguida me alejé del mundo de las galerías por esa necesidad de resguardar el trabajo; me parecía que el mundo del arte comercial quería que yo fuera en una determinada dirección y yo necesitaba buscar en qué dirección tenía que ir mi camino.

¿Y cómo surgió su pasión por el arte?

—Mis padres siempre tenían amigos pintores, en mi casa siempre se ha apreciado mucho el arte; estábamos rodeados de cuadros. Recuerdo que mi abuelo me regaló con 10 años un microscopio, a mí me llamaban la atención los dibujos que podía ver través de él, pero no lo usaba de manera científica. Viendo que no le daba más uso, me regaló un caballete y pinturas. Iba del colegio a casa, de casa al colegio, siempre me he refugiado en el arte y en la lectura.

Quién le iba a decir entonces que iba a tener obra e iba a exponer en el Bellas Artes...

—Pues sí, la verdad. Lo visitaba muchísimo, de hecho venía de pequeña con mis amigas, era un lugar donde podíamos estar, veníamos a pasear por las galerías, incluso algunas veces a corretear por las salas. A mí el museo me recuerda a mi infancia en Bilbao. Resulta muy cálido, tiene ese lado amable.

En 2019 le concedieron el premio Gure Artea por sus 30 años de trayectoria, ¿qué supuso para usted?

—Sobre todo, reconocimiento. Empecé en los 80 y desde entonces mi trabajo ha ido evolucionado constantemente, me voy poniendo retos, porque es donde demuestras a ti mismo y a los demás de lo que eres capaz. En la exposición que realicé en Carreras Mugica se percibía esa evolución hacia una síntesis, expresar con el mínimo material. Mi práctica se ha vuelto cada vez más austera para referirse y definir el espacio en el que nos movemos y habitamos, sea este el de la galería o un espacio doméstico.

Aprovechó al recoger su premio para reivindicar también la profesión de artista...

—Es una profesión que hay que regularizar porque es muy complicada, no existe un colegio, no hay sindicatos... El reconocimiento es ganarte la vida de alguna manera por tu trabajo, algo que lo tiene cualquiera.

¿En qué está trabajando ahora?

—Tengo un estudio en Bilbao y trabajo también entre el arte y diseño, interiorismo, mobiliario... Arte con el elemento añadido de la funcionalidad. Es espacio, forma, color y función de uso. Llevo años trabajando en el límite entre estas dos disciplinas con el fin de acercar el arte a lo cotidiano.