“Me gustaría trasladar la felicidad de mi padre, que ahora no es consciente, pero estoy seguro de que sería consciente en el caso de estar aquí, de que por fin su trabajo está siendo reconocido y se va a ver en plenitud”, declaró ayer lunes José Ibarrola, hijo del artista Agustín Ibarrola, quien recordó que desde su creación, en 1983, el Bosque de Oma ha pasado por muchas vicisitudes. “Ha tenido muchos momentos de gloria pero también muchos de penuria”, expuso en relación a las talas “salvajes” que tuvieron como resultado “una pérdida de material importante”.

A juicio de José Ibarrola, su padre siempre “ha defendido que el Bosque de Oma era una de sus obras cumbre”, ya que se trata de una síntesis de muchos trabajos de carácter social y de investigación. “Por eso, muchas veces le indignaba que dijesen que era land art. Él decía que llevaba todas las investigaciones, a través del Equipo 57 y de su propia obra, al bosque y que, para él, el bosque era no solo el gran lienzo donde podía hacer un trampantojo, sino que encontraba la finalidad social del arte”, indicó. Según mostró el también artista, su padre consideraba el bosque era un sitio donde la gente “podría disfrutar de lo más vanguardista del arte contemporáneo que curiosamente enlaza con el arte prehistórico”.

Tras evidenciar la satisfacción por el trabajo que se está llevando a cabo, incluyendo aquellos conjuntos que se habían perdido, consideró que “va a quedar un lugar mágico, porque mágica es la propuesta”. En ese sentido, señaló que la propuesta encaja con el propósito de Agustín, a quien no le interesaba hacer “una obra anquilosada desde el punto de vista museístico”, sino una creación “dinámica y activa”. “Habrá quien añore el viejo bosque, el original. Pero estoy convencido de que pasado ese sarampión se va a recuperar realmente el placer de pasear en un bosque con esa magia”, concluyó.