Cantar sobre el vino debe ser tan antiguo como su propia existencia. ¿Acaso su ingesta excesiva no provoca una alegría desaforada que conduce a la fiesta, el baile y... al canto? A los músicos vascos Morau y Beñardo Goietxe, que comparten micrófonos y guitarras desde hace más de dos décadas, les gusta el vino y tras gozar de él en una bodega se les ocurrió dar forma a Ardo. El trabajo, ampliado con la tercera pata de las ilustraciones de Iñaki Martiarena Mattin, es un disco–libro que agrupa canciones, poemas y dibujos. Un brindis pop que remite a la obra de Everything but the Girl, Jonathan Richman o Billy Bragg.

Una de las imágenes de Iñaki Martiarena que ilustra el disco libro dedicado al vino.

No somos los primeros en tener la tentación de cantar sobre el vino, y ten por seguro que no seremos los últimos. Es un tema tan universal… Se puede decir que, para nosotros, era solo cuestión de tiempo que esta serie de canciones estuviera sazonada”, explica Andoni Tolosa, conocido como Morau, cantautor elegante y costumbrista en las viñetas musicales que ha ido pintando, ajenas al gran público, hace ya casi tres décadas. Al principio, logró el apoyo de un pionero como Xabier Montoia (M-ak, Her-tzainak) y con el paso del tiempo, con su discografía picando del folk, el power pop, el country o la bossa-nova, se fueron arrimando a su cálida visión musical Joseba Tapia, Ñaco Goñi, Petti, Joxi Ubeda, Beñardo Goietxe, Maite Arroitajauregi o Jose Afonso.

Y no le falta razón a Morau, porque la nómina de músicos que han dedicado canciones al vino –homenajeándolo, maldiciéndolo o directamente bajo sus efectos– son legión. De los más cercanos, de Laboa a Lisabö, Rafa Berrio o WAS, a Estopa, Serrat, Los Rodríguez, Celtas Cortos, El Último de la Fila, Xoel López, Maluma, Alberto Cortez… Y la nómina anglosajona sería interminable: UB 40, Johnny Cash, Neil Diamond, Tom Waits, Nancy Sinatra, Otis Redding, Emmylou Harris, Hozier… Adele escribió I drink wine. ¿Y quién no? Camila Cabello, con Pharrael Williams, se apuntó a la sangría, y Neil Diamond usaba el tinto para “olvidar que todavía te necesito tanto”.

Eso sí, un disco conceptual como Ardoa no suele ser común. Morau se alía en él con las delicadas y ricas texturas de la guitarra de Beñardo Goietxe, otro degustador del buen vino y ex de Noise Hole y miembro de los Mugalaris de Ruper Ordorika. Y el círculo se cierra con Iñaki Martiarena Mattin, otro colega de décadas, dibujante de cómics y responsable del concepto estético con sus ilustraciones en el libro y en la portada. Jonan Ordorika aparece como responsable técnico del álbum, de aliento espartano y minimal, que únicamente cuenta con las aportaciones de Peio Gorrotxategi (técnico de grabación) a los teclados en una canción y de Raúl Garzia, a la armónica en varios.

De la bodega

El proyecto Ardoa, que agrupa una docena de canciones, medio centenar de poemas y 24 ilustraciones que giran en torno al vino, surgió tras una estancia en una bodega. Morau y Beñardo decidieron hacer un álbum sobre el noble jugo, ya que, como defienden, “nació del placer, de la curiosidad, de la afición más pura”, y fue cobrando vuelo durante la pandemia, con humildad y anclados en la tierra que da alimento a la vid.

“El vino es el instrumento perfecto para la hablar de la gente, del mundo, de la vida”, explica el dúo. De hecho, se advierte en el libro ilustrado por Mattin, que está dividido en diferentes capítulos relativos a las estaciones del año, la cultura, la ideología, la antropología, la filosofía… Siempre en torno al fruto de la uva. Y sobrevuela en él cierta crítica social, aderezada con la ternura y el sentido del humor habitual de Morau, que musicalmente ha optado por un disco de pop mayormente acústico y desnudo en arreglos, siguiendo su tendencia reciente.

Mano a mano con Beñardo, Morau entrecruza sus guitarra en ejercicios de melodías pop de cuna folk, como en Bandera, en la que canta “hain ederra zara”, con bellísimos cruces de mástiles con la eléctrica de Beñardo en temas como Ardo txarra, que recuerda a las primeras canciones de Billy Bragg aunque sin distorsión, o en Izenak galdutako ardoari, donde se suma la percusión de una palmas efectivas. Destacan también la balada eléctrica Sagapotoak edan du y la desnudez acústica de Gasteizen azkeneraino, así como las apariciones puntuales de la armónica de Gartzia y las leves y puntuales percusiones de Mattin Arbelaitz y el teclado de Gorrotxategi.

“Cuando quieras, lo que bebamos juntos será el mejor vino de este mundo, de todo el planeta, del universo”, escribe Morau en Ardo ona. Y “todo es nada, nada es piel; disfraz, vacío, falta… pobre vino”. “Uvas, minerales, lluvia, agua, espíritus vivos, geografías oníricas que no se clasifican en dinero. Hay cuatro denominaciones de origen para coleccionarlos: alegrar, consolar, amar, representar”. Ese podría ser el resumen de este disco, que va calando, calentando, emocionando y emborrachándonos con cada sorbo de sus canciones. !Salud! l