Con una característica ronquera, Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) habla indistintamente en primera y en tercera persona sobre lo que es una adolescencia rebelde. De su experiencia como imberbe pícaro e insolente, llevada al extremo, nacen Cangrejo, una especie de alter ego, y su pandilla. Con tintes de épica, en su última novela narra las peripecias de este grupo de chavales asilvestrados en un Bilbao que, en los años 90, bajo el auspicio de Ría 2000, era un “patio de recreo” lleno solares y obras. “Los adolescentes se posicionan en contra de todo para ingresar en la sociedad, no para salir. Es muy divertido: es una rebelión a la contra”, afirma el autor afincado en Madrid. Ya de adulto, congraciado con una madre a la que dio bastantes quebraderos de cabeza, escribe una novela en la que pretende demostrar que de una adolescencia indomable también se sale. Un tal Cangrejo es la gran apuesta de la editorial Sexto Piso para esta temporada.

Ha tardado 13 años en escribir esta novela.

—La ideé hace 13 años, pero me daba cuenta de que no estaba lo suficientemente lejos. La recuperé hace seis años, con contundencia. La novela está muy falseada y hay muchos elementos de ficción, como una violación en las aulas, para aportar una crudeza mayor a los protagonistas: chavales que dejan de estudiar y se mueven por el lado salvaje de la adolescencia. Son elementos de ficción para que el protagonista, Cangrejo, sufra más que yo y podamos llevarle a la esquina del cuadrilátero.

Casi 600 páginas. ¿Ha sido un intento de escribir “la gran novela...”?

—Quería hacer una gran novela sobre el fracaso escolar y sobre la educación, tanto la sentimental como la de las aulas. Cuando te acostumbras a escribir novelas de 250 o 300 páginas y, de repente, te sales de eso, estás tan aterrado como con tu primera novela. Hice muchas entrevistas a gente que dejó de estudiar y a sus padres, sobre todo a sus madres. Tanto el personaje principal, Cangrejo, como sus amigos, son hijos de padres separados y viven con sus madres. La novela es muy testosterónica, había pocas mujeres en esas adolescencias y se comportaban como hombres.

Abandonó los estudios a los 14 años. ¿Hasta qué punto es el ‘alter ego’ de Cangrejo?

—Tiene de mí aspectos psicológicos. Quería arrojar un poco de luz sobre por qué los alumnos dejan de estudiar. En el Bilbao de finales de los 90 había un 29% de fracaso escolar por razones diferentes. Pero de ese 29% un 16% estoy casi seguro de que era porque quería hacerse adulto lo antes posible. Para intentar mapear la psicología de un chaval de esa edad e intentar descubrir sobre las pulsiones que viven, las contradicciones con la violencia y su aparato sentimental, lo más fácil era ponerme en mi pellejo.

¿Por qué para adolescentes como Cangrejo resulta tan atractivo rebasar las normas sociales e izar la bandera de la desobediencia?

—Es algo en lo que pienso bastante. Se hacen desobedientes y se vuelven en contra de todo, pero sobre todo de sus padres y de sus propias naturalezas, porque en la adolescencia se disfrazan: si eres sensible, tiendes a ocultarlo. Se posicionan en contra de todo para ingresar en la sociedad, no para salir. Es muy divertido: es una rebelión a la contra. En ese minimundo que ellos crean copian las disciplinas del mundo adulto: generan una política en los parques, una económica B robando y vendiendo objetos en el Cash Converters…

Algunos de esos hitos consistían en quemar etapas para ganar el respeto de los demás. ¿Han cambiado en algo los adolescentes actuales?

—No lo tengo tan claro. Aparentemente son mucho más niños a edades en las que me recuerdo de manera no adulta, pero sí más estruendosa. Mi hermano, que ahora tiene 20 años, ha vivido una adolescencia muy tímida hasta los 18 años. Si hacen vida de barrio hay más posibilidad de que esa adolescencia se parezca a la mía.

Quizás los adolescentes de hoy en día están más protegidos.

—Quizás sí, hay más teorías sobre cómo educar. Los padres, a veces, tienden a sobreproteger. No sé hasta qué punto es bueno que los chavales te salgan como los de Un tal Cangrejo, pero tampoco es bueno que un chaval esté tan lejos de lo fracasos y de los traumas, porque luego los va a vivir. Cuando los adultos te abren sus puertas, te das cuenta de que están tenían un montón de cosas que te habían escondido. Quizás si se mostraran como las personas que son, con sus pequeñas delincuencias y vicios… Al final todos nos disfrazamos, los hijos de malotes y los padres de ideales.

Pero siempre hay una edad en la que se empieza a tratar a los padres más de tú a tú.

—Los adultos te permiten entrar en su mundo cuando tienes algo que contar, una experiencia vivida. El adolescente, en cierta medida, percibe que, sin pasado, al adulto no le interesa, porque los adultos al final se relacionan contándose las experiencias. El adolescente tiene que crear su biografía para que le respeten.

“Para nosotros Bilbao era una ciudad de escudos y de honor, de miedo y de ambición, a la que había que someter y controlar sin dar un paso en falso”. ¿Qué queda de esa ciudad?

—Bilbao es un personaje más en la novela, pero no quiere ser crudamente realista. Es Bilbao vista por Cangrejo; es la ciudad, a finales de los 90, pero también es medieval, romana… imprime su propia imaginación haciéndose películas. Mientras Bilbao Ría 2000 estaban construyendo, eran todo solares y obras. Era el mundo boyante, había dinero. Dejaban los martillos neumáticos, los mosquetones, los arneses… y de noche entrabas ahí como Pedro por su casa, subías por todos los edificios y te llevabas lo que te daba en gana. Para nosotros fue un verdadero patio de recreo. En el Guggenheim, cuando aún estaba cerrado, yo he estado patinando donde ahora está Serra.

De la misma forma que ‘El guardián entre el centeno’ es una novela muy leída por adolescentes. ¿Les recomendaría la lectura de su libro?

—Creo que el adolescente tiene que meterse donde quiera, pero si hay adolescentes lectores no veo por qué no. Puede ayudarles incluso a entender algunos procesos que estén pasando en cuanto a las pulsiones que nos gobiernan. Ese tipo de adolescencias que se salen de la ruta establecida van a existir siempre en un porcentaje equis. Los padres, ahí, a veces se vuelven muy impacientes. Creo que también puede enseñarles qué está viviendo el adolescente.

El suyo es un relato generacional, el de una generación a la que se le ha inculcado que estudiar es imprescindible para obtener el éxito definido términos capitalistas.

—Mis protagonistas no estudian pero tienen esa visión puramente capitalista de las calles. Les han dicho que han fracasado desde ese discurso que tiene que ver con la meritocracia. Sin embargo, ellos perciben que tienen un ansia de poseer: necesitan dinero, quieren cosas. Pese a esa sensación de que no hay futuro, cumplen ciertos aspectos capitalistas en cuanto necesidades. Responden muy bien a ese perfil, y a perfiles machistas que también hay en el mundo adulto.

Afirma que la culpa es el motor de su vida, su motor creativo.

—Está en casi todas mis novelas en algún grado. Pese a todo, en esta novela no intentaba que la culpa dominara el centro, porque intento moverme entre tres tonos: es muy cruda, es muy violenta pero también me desplazo hacia el humor, hacia lo épico.

¿Y de dónde viene su culpa?

—La culpa está por algunas cosas que hizo mi yo adolescente en cuanto a la violencia que ejercí dentro de casa. Fui un adolescente de romper cosas, aunque en la novela lo llevo al extremo. Estaban los servicios sociales por ahí metidos y en la novela también aparecen. Te haces tristemente fuerte cuando solo están las madres, el cónyuge más débil físicamente. El adolescente es extorsionador. Cuando ve dinero o necesidad, se queda ciego, no ve más allá de lo que quiere.

¿Cómo es ahora la relación con su madre?

—Ahora nos llevamos estupendamente y lo sabe todo de mí, incluso cuándo me drogaba de chaval. Lo sabe todo. Hay gente que ha tenido adolescencias maravillosas, a los 30 años me invitan a cenar con sus padres y me dicen que no fume, porque sus padres no saben que ellos fuman. A veces esas rupturas enormes hacen que conozcas mejor cuál es el otro.

Pero en su día sus padres sufrirían por su abandono escolar...

—Mucho. Y el adolescente también sufre; hace una serie de locuras en casa pero al minuto siguiente está encerrado en el baño pensando en cortarse las venas. La violencia desestructura la realidad, para poder ejercerla necesitas imaginarte en una película. Hace falta paciencia porque se pasa. En el mayor número de los casos el adolescente se reintegra en la sociedad; al final tiene que acabar aceptando quién es, cuáles son sus sensibilidades y debilidades.

De hecho, la novela lanza un mensaje esperanzador.

—Justamente ese: de una mala adolescencia se sale y las cosas que se hicieron muchas veces no se reproducen. Hay un montón de vías para que tu vida pueda construirse. La FP estaba muy mal vista en aquellos años, tenías que ser universitario. Con el tiempo hemos descubierto que quizás era un camino mucho mejor para ciertas estabilidades.

En su “reintegración” tuvieron mucho que ver todos esos libros que había en su casa. Su madre era profesora de literatura, de hecho.

—Sí, y la propia aceptación. El propio Cangrejo escribe en secreto, no puede contarlo. Al final de la novela lo hace menos a escondidas. Es un paso inicial para reconstruirte en la persona que eres, mostrar las debilidades nos hace más humanos y los adolescentes las esconden para parecer más masculinos y gallitos. Cangrejo se plantea, siendo un poco mayor, si no ha arrastrado al resto de sus amigos a un infierno, sabiendo que él las castañas se las podría sacar porque en su casa hay más dinero. En mi caso, a los 18, me fui a una escuela de letras en Madrid para aprender a escribir. Mi madre me apoyó.

Además de profesor de escritura, ha ejercido como crítico literario, ¿cómo deja que ese perfil no se inmiscuya en su propia escritura?

—Se lee y se escribe de maneras diferentes. Leyendo se aprende mucho a escribir, pero cuando lees estás identificando según qué cuestiones y cuando escribes estás intentando poner en marcha esas cuestiones. Son mecanismos que aunque van de la mano, son al revés. En uno vienes y en el otro vas. Somos pluriempleados en este mundillo, vas cambiando el chip.