Tras un retraso motivada por el covid, el cantautor Ismael Serrano acerca la gira de presentación de su último disco, Seremos (Columbia) el domingo 12 al SKA de Santurtzi, en un concierto en el que colabora DEIA. El músico vallecano mantiene “la fe en el futuro y en la lucha por los sueños” a pesar de la dureza de los últimos años. “Hay una intención política en la resignación y el abandono a poder cambiar las cosas”, explica en esta entrevista.

“No soy el cantautor que vino a ordenarte la vida”. Es el primer verso del disco. ¿Busca quitarse trascendencia y solemnidad?

-Tal cual, es una declaración de principios y quise que empezara el disco así. Reviso el tópico del cantautor y puede que del músico en general, que tiende a darse una importancia excesiva, se suele tomar todo a la tremenda y habla con un aire de cierta superioridad moral. Trato de desmontar ese cliché en varios temas. En uno, una chica le dice: “sois cursis hasta en las dedicatorias”. Es un empeño en asumir las contradicciones propias.

El término está muy mal visto aunque Springsteen o Dylan lo son tanto como Silvio o C. Tangana.

-Reviso el tópico, pero reivindico el género y el término. Lo hago desmontando y riéndome del prejuicio existente. Reivindico hasta el canon del cantautor con la guitarra y comprometido políticamente porque su aportación a la cultura popular y a la mía propia es incuestionable; y a mi bagaje personal, social y político también. Creo que el cantautor es un género específico, más allá de ser el creador de sus propias canciones. Tiene que ver con una sensibilidad social que apela al nosotros, a los paisajes y la cotidianeidad compartida, a los sueños colectivos, a una mirada crítica social y poética, y al ejercicio de solidaridad de ponerse en la piel del otro. Algunos reniegan de él porque dan por perdida esa batalla aunque beban de esa tradición, para que les llamen de ciertos festivales.

¿Qué tipo de cantautor es?

-Del primer tipo, pero no quiero que sobrevaloren nuestra sensibilidad como músicos, que no nos otorguen una capacidad especial para analizar la realidad. Lo de escribir canciones no responde a un don, sino a un déficit. Somos niños chicos, caprichosos en algún caso, que no sabemos gestionar de otra manera la pérdida o la soledad, ni renunciar ni crecer. Necesitamos sentirnos queridos.

¿Se deja llevar al componer o busca siempre algo concreto?

-Envidio la capacidad de algunos colegas con la escritura automática, sentarse y ver qué les sale. Yo necesito saber qué quiero contar; es fundamental. A mí me obsesionan los relatos y deben tenerlo una canción, un disco y cada concierto; la vida, incluso. Mi miedo a la hoja en blanco no es a la inspiración, es no tener historias que contar y necesitar cantarlas. Y si no existen, se nota cuando el artista ha perdido la curiosidad y el contacto con la realidad.

‘Seremos’ parece una declaración de que seguiremos aquí. De que, como canta, “hay luz al otro lado” a pesar de referirse a buitres, desahucios, casas de apuestas...

-Hago un retrato de la realidad sin perder la fe en el futuro. Hay un ejercicio de voluntad, ya que las escribí en un tiempo difícil. Lo peor de la pandemia ha sido la sensación de perder el control de nuestras vidas, la incapacidad de hacer planes y concretarlos. La felicidad tiene que ver con las expectativas de futuro. La romantización del encierro revela una frivolidad absoluta. Es cierto que te pone ante el espejo y te hace reflexionar sobre tu vida, pero a ese lugar se puede llegar por otros caminos no tan tortuosos ni dolorosos.

A pesar del cansancio y los naufragios, “de las cenizas nacerá una flor”, canta. Su confianza en el ser humano es ilimitada.

-Bueno… hay una intención política en la resignación y en el abandono a cambiar las cosas. Inocularnos el desánimo es la forma del poder y el sistema de resistirse al cambio, hacernos sentir que no podemos hacer nada para influir en el futuro. Hay noticias desoladoras que te hacen perder la fe, pero hemos asistido a gestas heroicas estos años en el seno de la comunidad médica, por ejemplo, que ha estado en primera línea sin saber qué estaba pasando, o los vecinos haciendo bancos de alimentos o ayudando a los mayores. Salió una reivindicación de lo público aunque haya gente que diga que nos fríen a impuestos. Esa es la resistencia feroz al cambio.

Y salen ganando, hasta le han quitado la palabra la libertad a la izquierda.

-Existe una batalla cultural sobre cómo se vacía de contenido a ciertos significados y se les da la vuelta. Esto viene de lejos, ya lo canté en la canción Si se callase el ruido. Si hablamos de reforzar la sanidad y la educación pública, nos dicen que atenta contra la libertad de elección de centro u hospital. El concepto libertad está en disputa y ahora se lo está apropiando esa derecha libertaria que en pandemia, frente a ley y el orden de la izquierda, asumió el gamberrismo político. La izquierda no sabe disputar bien esa batalla cultural. Ayuso lo aprendió de Trump y Steve Bannon.

En su canción ‘Farenheit 451’, que nos retrotrae a Ray Bradbury y Truffaut, se refiere a estos tiempos de ruido, de más redes sociales que de libros.

-Es el espejismo que nos hacen vivir. Nos contaron que las redes nos traerían más libertad y conocimiento, pero están generando ruido y desinformación, comunidades cerradas que potencian los prejuicios y que hacen que perdamos capacidad crítica y de debate. Los algorritmos están hechos para generar indignación, que es un motor grande a la hora de actuar, y los defensores del turbo capitalismo celebran el cambio de propiedad de Twitter a cargo de gente que no parece muy garante de la libertad de expresión. El modelo de Internet es bueno, pero ahí está la dictadura del algorritmo. Creo que está incluso definiendo nuestra forma de crear contenidos audiovisuales y de expresarnos. Es una tiranía asumida de manera casi inconsciente.

Reivindica la tristeza en un momento en el que todo es comedia y risa.

-Lejos de infantilizar al oyente, creo tener un gran sentido del humor pero, al mismo tiempo, reivindico estar triste y transitar el duelo con la calma que merece. Por algo se han inventado las canciones tristes, que forman parte de un ritual de sanación que necesitamos para no salir averiados de ciertas experiencias traumáticas. Si pierdes a alguien y no estás triste, eres un psicópata. Tendemos a eso, a la dictadura de la sonrisa impostada, al rollo de reírse aunque se sufra. Ver a alguien ponerse triste en televisión genera incomodidad porque creemos que es una impostura. Y toda buena intención se ve como cinismo, no nos creemos la vulnerabilidad del otro. Si hasta se usa buenista como calificativo negativo y si vas a una entrevista en televisión esta debe estar traspasada por la comedia.

¿Ha ido a ‘El Hormiguero’?

-No me han invitado nunca, no. Sería un reto interesante, ya que es el ejemplo de la tiranía Mister Wonderful, la de ¿por qué estás triste? No lo estés. Yo he hecho una serie sobre las canciones tristes. Mi favorita es Ne me quitte pas, de Jacques Brel, y en castellano salió en votación pública Alfonsina y el mar.

‘Cuando llegaron ellas’ y ‘La primera en despertarse’ son dos claros homenajes en el disco a las mujeres.

-Lo digo en los conciertos, en un diálogo con una voz en off. En Papá cuéntame otra vez le reprochaba a su generación haber construido un relato edulcorado de su juventud. Ellos lo tenían, al menos. ¿Y nosotros, lo hemos construido? Esa voz me responde que igual no somos nosotros, sino ellas, las mujeres, las que lo están construyendo para transformar el mundo. Se ve también tanto en la música, en Rozalén, Ede o Ainhoa Buitrago, cuya mirada es diferente al cantarle a la política o al amor, y en la política de izquierda, donde los nuevos liderazgos los asumen las mujeres. Es natural que tengan otra propuesta.

¿Cuál es el relato de esta gira?

-Tiene que ver con esa mirada al futuro, también al pasado. “Porque fuimos, seremos”, canto. Al empezar, con 20 años queríamos cambiar el mundo y hay que preguntarse de qué manera hemos crecido y madurado. Pues igual no cumplí todas las promesas, pero nunca es tarde, hay que seguir luchando. Como decía Galiano, la utopía parece alejarse cada vez que doy un paso hacia ella, pero sirve para seguir caminando.

¿Le contará esto a su descendencia cuando le reproche el mundo que les dejamos?

-Sí. Al menos no me rendí, no me parece algo menor. A mí me gustaría concretar mis sueños, pero la vida consiste en escribir un relato y dar argumentos a mi existencia. Luchar por los sueños es un gran argumento.