Preocupado por la dimensión que las pantallas están adquiriendo en la vida de los niños y adolescentes, Félix G. Modroño evidencia cómo las nuevas tecnologías permiten que el acoso se efectúe las 24 horas del día. “A mí podía pegarme una pandilla de quinquis en Portugalete, pero llegaba a casa y estaba a salvo”, asevera el escritor, quien considera que ningún padre teme que su hijo sea el verdugo porque eso supone que han errado en su educación. Este problema, cuya resolución considera que está lejos, sirve de caldo de cultivo para Sol de brujas, una novela “100% noir” con continuos giros narrativos y personajes muy reales.¿Sabemos qué hacen nuestros hijos cuando miran la pantalla del móvil? Esta es la pregunta del millón para muchos padres de adolescentes.

—Los padres están afrontando una situación que ellos no han vivido. Además, cuando tienes que lidiar con tus propios hijos el componente emocional no te permite ser objetivo. A los chavales se les da un instrumento que se puede convertir en un arma si no saben usarlo cuando son demasiado jóvenes. Me pregunto hasta dónde vamos si todo se adelanta. ¿Cuándo se inician los adolescentes con el sexo? En mis tiempos era a los 18, con suerte, luego a los 16, 14... ¿No va a haber un límite?

Parece un buen caldo de cultivo para su nueva novela.

—Buscaba un argumento para una novela negra desde hace tiempo. Ahora parece que la novela negra es cualquier cosa en la que haya un crimen y una investigación. Para mí la novela negra tiene que tener un fondo de denuncia social. Esta problemática tan contemporánea y tan extendida me parecía una buena idea.

Conocer de cerca casos de acoso escolar es lo que le ha empujado a escribir esta novela. ¿Pretende concienciar sobre esta problemática?

—He tenido un caso cercano de una adolescente y he tenido contacto con la comunidad educativa y con departamentos de Policía que se encargan de estos casos. Además coincidió con el suicidio de una niña en Santander. Se me ocurrió escribir esta novela negra como un recurso para poder concienciar. Es un problema muy extendido porque es rara la clase en la que no haya un caso.

El ‘bullying’ en realidad ha existido siempre, solo que ahora, con las nuevas tecnologías, ha ido más allá.

—Ese es otro aspecto en el que incido. A mí podía pegarme una pandilla de quinquis en Portugalete, pero llegaba a casa y estaba a salvo. Ahora el acoso es las 24 horas porque puede ser a través de las redes sociales y de manera anónima. Los niños no son capaces de no mirar el móvil, tienen una especie de síndrome. Es un problema muy difícil de afrontar y la única solución es la comunicación con los chavales, desde muy niños. Hay que interesarse por todo lo que hacen.

¿Qué aterra más a un padre, que su hijo sea la víctima de acoso escolar o que sea el verdugo?

—El miedo solo existe a que tu hijo sea acosado, nadie es consciente de que su hijo es verdugo. No saben hasta qué punto pueden tener un pequeño cabrón en casa. La maldad que puede tener un adolescente es brutal y normalmente los padres lo que hacen es negarlo porque no lo quieren ver y no saben afrontarlo.

Y porque supone hacer autocrítica.

—Claro, en el fondo se les está acusando a ellos de una mala educación.

¿Cómo diría que están afectando las redes sociales al incremento de la sexualización de los adolescentes?

—Hay un párrafo en la novela en el que hablo de ello. A los niños se les sexualiza cada vez antes. Antes imitaban a modelos, tenías que hacer un book y esperar a que te llamaran. Ahora la inmediatez consiste en subir un TikTok y recibir el feedback en likes inmediatamente. El problema es que para ellos el mundo virtual es una cosa y la realidad otra. Se encuentran igual de cómodos en los dos. No distinguen que al otro lado del teléfono puede haber un acosador que está chantajeando a niñas. Además juegan a ocultar cosas a sus padres. Ese juego de la clandestinidad les va: el hecho de poder publicar que se están emborrachando y que se están enterando todos sus colegas y sus padres, no.

“Escribir sobre el momento actual es muy complejo, te tienes que adelantar a los acontecimientos y te puedes equivocar”, dijo en su última entrevista. ¿Qué le gustaría vaticinar sobre esta problemática?

—Lo triste de la novela es que no va a perder actualidad. Han pasado casi dos años desde que empecé a escribirla y ahora es aún más acuciante. Me he anticipado a lo que estaba ocurriendo. El problema no se ha solucionado, al contrario, se ha agravado. Me encantaría ser buenista y decir que va a ir a mejor, pero realmente no lo creo. Hace falta un cúmulo de cosas que no se van a dar: una buena política educativa, alejar a los niños de las pantallas...

Sin intención de pedirle que nos haga un ‘spoiler’. ¿Qué pintan las mafias en su relato?

—Mi novela está llena de giros narrativos. Al contrario que otras veces, que he dejado que el lector adivine lo que puede pasar, aquí me apetecía jugar con continuos giros que ahora los llaman plot twist. Conocí a un mafioso colombiano de primera mano y un día le invité a comer. Con lápiz en mano me estuvo contando sus peripecias. Las he trasladado al padre de la niña que aparece muerta, Humberto, que es un narcotraficante colombiano. Cuando me dicen que mis personajes parece que son muy reales es porque son reales, pero les pongo en situaciones que no han vivido.

¿Y cómo refleja ese realismo?

—En una novela negra como esta los personajes están llenos de matices, hay muchos grises. Todos estamos llenos de luces y sombras y quería que eso figurara. El narco puede sufrir por la muerte de una hija, como cualquier otra persona.

La víctima aparece con la boca cosida y las manos cubiertas de gasas. ¿Esas escenas truculentas también están inspiradas en la realidad?

—Afortunadamente eso está inventado. Pero ha habido crímenes mucho más sórdidos que el que yo relato. Una novela negra siempre tiene que tener un aliciente y la muerte se tiene que producir en determinadas circunstancias para despertar el interés.

Afirma que esta es su primera novela 100% negra. ¿En qué se diferencia de las anteriores?

—No he mezclado géneros, las anteriores son novela negra con mezcla de historia y viajes, mucho más emocionales y evocadoras. Esta es 100% noir porque no le he permitido descansos al lector, es muy ágil. De cara al lector se reconoce mi estilo pero he querido incluir muchos diálogos.

Deja de lado a Fernando Zumalde, que lo ha acompañado en las dos últimas novelas.

—Es el protagonista de la trilogía que tengo prevista sobre Bilbao. Interviene en La ciudad de los ojos grises y La ciudad del alma dormida. A la próxima, ambientada a finales del siglo XX, creo que no llegará, pero pienso hacerle guiños. Está contratada con Destino y, en teoría, debería salir el año que viene. Pero lo mismo tenemos mucha suerte con Sol de brujas y me piden una saga. El problema de mis novelas sobre Bilbao es que necesitan mucha maduración, pasaron ocho años entre las dos anteriores.

Ahora su protagonista es mujer, la subinspectora Silvia Martín.

—Al principio parece que es el inspector el protagonista pero en seguida le toman la delantera las subinspectoras, dos mujeres jóvenes. Es lo bonito de la historia, que no necesitan una figura masculina al lado como ocurre en casi todas las novelas. En este caso son las protagonistas las que tienen que tomar las decisiones finales.

“Conocí a un mafioso colombiano y me estuvo contando sus peripecias. Las he trasladado al padre de la niña que aparece muerta”

“Esta novela es 100% ‘noir’ porque no le he permitido descansos al lector. Se reconoce mi estilo, he incluido muchos diálogos”