"Soy todas las cosas, yo me transformo", se oye en Motomami (Columbia. Sony Internacional), el tercer disco de Rosalía, a la venta desde el viernes y uno de los más esperados de 2022. Como una mariposa que levanta el vuelo y reivindica su ansia de libertad en su proceso de transformación, la cantante catalana se distancia del flamenco y se escora hacia el reggetón, la electrónica, el hip hop y los ritmos latinos con un disco dispar en estilos y tras consolidarse en Estados Unidos como una artista actual global y pop.

"Yo soy muy mía, yo me transformo, Una mariposa, yo me transformo. Make up de drag queen, yo me transformo. Lluvia de Estrellas, yo me transformo. Pasá de vueltas, yo me transformo. Como sex siren, yo me transformo. Me contradigo, yo me transformo. Soy todas las cosas, yo me transformo", reza la letra de Saoko, la canción de la estrella estatal más global del momento. No se puede ser más clara pero, por si acaso, luego suelta un "sé quien soy y adónde voy, nunca se me olvida" y después reta a quienes reniegan de ella con un meridiano "fuck el estilo, coge tijera, cógela y córtala".

Motomami es un término inventado por Rosalía y que ella liga "al poder y la energía femenina" que aprendió de "mi madre y mi abuela", y que representa con ese casco y subida en una moto de gran cilindrada, mostrando poderío, que dirían los flamencos. La catalana, que porta una simbólica joya con forma de mariposa en la mitad de su dentadura, rezuma en su tercer disco libertad, orgullo, valentía, trabajo a espuertas€ y un caos mental y estilístico compartido por todos los seres humanos que vivimos en esta distopía de 2022; no solo los milenials.

Ella, como el resto, ve en el informativo cómo abuelos y abuelas mueren en medio mundo por un virus imparable y cómo más de un centenar de niños caen por la podedrumbre de las bombas en Ucrania, pero después, en el interludio de la publicidad, la bombardean con colonias, coches y prendas de marcas de lujo. Y eso se refleja en sus canciones actuales, en las que ha trabajado durante más tres de años y ha grabado en diferentes partes del mundo, de Barcelona a Miami y Los Ángeles.

DISCO INTERNACIONAL

El apoyo de la poderosa Sony Interternacional resulta evidente en los créditos de Motomami, ya un disco de ambición global, en el que se agolpan decenas de compositores y productores, de El Guincho a Pharrell Williams, Noah Goldstein o James Blake, por citar a los más conocidos. Rosalía, currante al máximo y lista como pocas, ha asentado en los años de pandemia que ha pasado en Estados Unidos la popularidad que abrazó con el feminista, poético y conceptual El mal querer, en el que se abrió a los sonidos urbanos tras su magnífico debut, Los Ángeles, que rezumaba flamenco por cada surco.

Bien respaldada económicamente y casi mejor relacionada, con un pie metido en el clan Kardasian y el otro en el círculo de cantantes jóvenes de moda en el ámbito latino y estadounidense, Rosalía se muestra ya como una artista global que reniega de la pureza de los géneros y está dispuesta a derribar sus fronteras, orgullosa, porque ella se siente una mariposa que en sus letras actuales revolotea en torno al mismo concepto: la transformación y la celebración del cambio.

Rosalía es una artista de este distópico siglo XXI en proceso de transformación y crecimiento, y para entender mejor Motomami debe conocerse también su propuesta visual, apoyada en las imágenes de los videoclips que factura y de sus coreografías y outfits, que dirían los modernos. Y no le resultará fácil a quienes tengan más de 40 años. El disco se abre con ella diciendo: "chica, ¿qué dices?". Quienes no sean milenials tendrán cierta dificultad para seguir sus letras, injertos de varios idiomas -fruto de sus viajes y últimos años en USA, aceptado el spanglish y jugando con términos japoneses- y jergas de colegueo.

En lo musical, sus 16 canciones nuevas proponen un vertiginoso tobogán estilístico, sin la unidad musical y la coherencia conceptual de sus trabajos previos y, por tanto, rayando el peligro de perder la singularidad de su propuesta, ese flamenco que reivindica en la bellísima Bulerías,Bulerías en la que reivindica a Manolo Caracol, Niña Pastori y José Mercé. Eso sí, como evidencian Saoko o Saoko Chiken Teriyaki embadurnados de sonidos urbanos y reggetón, ella se siente igual de cantaora con un chándal o vestida de Versace.

También cita, con lógica, a la rapera Lil' Kim, el reggetón de Tego Calderón y la world music del siglo XXI que plantea M.I.A. De todo ello hay en Motomami, además de electrónica machacona en CUUUuuuuute, algún guiño al jazz en los pianos, mucha música latina -la mejor, la bachata La fama, junto a The Weeknd-, algún guiño a las baladas y estándars estadounidenses en la sexual Hentai y, sobre todo, dos joyas: Como una g, baladón dedicado a un ex, y la titulada G3 N15. A pesar del autotune, en ella emerge poderosa su voz, pura y sincera, en la canción más plácida, que incorpora un simple solo de teclado y desarma por su dolor, el que plantea su separación de la familia en los últimos años, encarnada en la lejanía de su sobrino. La firma la pone su abuela, con un consejo recitado en catalán, y ella, la posdata al cantar "me toca estar donde no quiero estar, esto no es el mal querer, es el mal desear ".

Hay mucha libertad y empoderamiento en Motomami, sí. Y orgullo del trabajo realizado -"me maté 44/7", canta- y de su estatus actual, en el que alterna dolor y desparrame, fiestas y marcas de lujo con cierta prevención hacia el estrellato y la fama, de la que, a la par, ella se está aprovechando. Tiene claro que "no tuve que hacer naíta que yo no quisiera" y que "ser popstar nunca te dura". Y deja caer que si esta aventura descarrilara, está dispuesta a romperse porque "solo hay riesgo si hay algo que perder". Irregular y bastardo, Motomami ofrece corazón, pelvis -"enamorá de tu pistola, roja amapola", le canta a su novio, Raw Alejndro, en Hentai"- y ritmos tanto para la caricia y la emoción como, la mayoría, para el desenfreno mainstream.