O ha dejado de ser cineasta, “su dedicación principal”, pero Víctor Erice acaba de publicar ahora también un libro con sus reflexiones basadas en la instalación que realizó en 2019 sobre la obra del artista Jorge Oteiza para el Bellas Artes. El libro, patrocinado por la Fundación BBVA, se presentó hace unas semanas en Madrid, y en él plasma su mirada hacia el genial escultor oriotarra.

Erice (Karrantza, 1940) explica que no llegó a ser amigo de Oteiza, “pero sí le conocí y le traté algo, al final de los años cincuenta y principios de los sesenta. La primera vez que le vi fue en el cine club de Irun. En el coloquio que seguía a las proyecciones solía intervenir con frecuencia un aficionado de mediana edad, que mostraba un talante decididamente político, generador de ideas que a veces no dejaba títeres con cabeza. Salvadas las distancias, me pasó algo parecido a lo que le sucedió a Nestor Basterretxea en Buenos Aires en 1938, cuando se cruzó con Oteiza por primera vez en unas escaleras. Al parecer, Oteiza las bajaba dando saltos. Cuando preguntó quién era, le respondieron: Un escultor, Oteiza, está loco”.

Pero Erice, como le pasó a tantos creadores de la época, tampoco escapó de la gran capacidad de seducción del escultor. Ni entonces, ni años más tarde, cuando en 2019 presentó en el Bellas Artes de Bilbao una videoinstalación basada en el monumento que Oteiza y el arquitecto Luis Vallet dedicaron al músico Aita Donostia, que está situado en la cima del monte Agiña, en Lesaka. Con Piedra y Cielo, Piedra y Cielosegún reconoce, retomaba la experiencia íntima y privada con el cine. La única luz procedía de las dos pantallas de grandes dimensiones instaladas en la sala.

Erice, autor de un cine personalísimo y alejado de los circuitos comerciales, ha admitido que en este proyecto encontró una gran libertad “sin tener que pasar por una serie de aduanas” de la industria audiovisual. Aunque la experiencia pueda verse como una incursión en el mundo del arte, Erice cree que lo que hizo fue “introducir la sala cinematográfica en el museo”.

el alto de agiña

El libro recoge un texto de Erice, que comienza con una reflexión personal sobre sus colaboraciones con museos y centros de arte, que él entiende en clave cinematográfica. Aborda seguidamente la figura de Jorge Oteiza, rememorando las impresiones que se conservan de la primera visita del escultor a Agiña y su idea del crómlech como espacio protector del ser humano.

El alto de Agiña forma parte de una estación megalítica que cuenta con ciento siete crómlech, once dólmenes, cuatro túmulos y un menhir. “Aunque la principal teoría existente acerca de este espacio lo relaciona con ritos ancestrales y enterramientos, hay otros estudios que afirman que representarían en realidad constelaciones, constituyendo las huellas de una religión astral precristiana. Sin olvidar que Urtzi, el nombre vasco de Dios -que parece datar del siglo XII- significa firmamento o, con más precisión el del cielo

Y fue esta combinación entre lo terrenal y la galaxia lo que inspiró no solo a Jorge Oteiza a la hora de realizar su escultura en el alto de Agiña, sino también al director de El sol del membrillo, El espíritu de la colmena o El sur, para aceptar el proyecto literario que ha desarrollado conjuntamente entre el Bellas Artes de Bilbao y la Fundación BBVA.

Además, de saldar de esta manera una “deuda intelectual” que reconoce que contrajo con el escultor y poeta vasco. Un creador al que cineasta vasco siempre ha admirado.

La publicación tuvo su origen en la videoinstalación que el realizador vasco presentó en el Bellas Artes en 2019