El bailarín cubano creció bailando break en las calles de La Habana, pero su destino era convertirse en figura internacional del ballet, en el bailarín negro que rompió el molde los roles de los blancos. Salió de Cuba a los 18 años y volvió llenó de éxito años después para montar su propia compañía en La Habana, con la que este fin de semana visita la capital vizcaina.

Ya sólo actúa en funciones esporádicas, sin embargo, vamos a tener el lujo de verle en el Arriaga interpretando una de las piezas del show, en concreto la titulada 'Two'. —Estoy seguro que será un placer bailar en una ciudad tan hermosa como Bilbao. Nunca he bailado en el País Vasco por lo que esto significa un principio para mí, como también para Acosta Danza. Two es una excelente pieza de Russell Maliphant que exige mucha precisión en los movimientos, que deben estar coordinados perfectamente con las luces y la música. Es una obra muy demandante.

Se retiró del ballet en 2016, después de 28 años de carrera. ¿Echa en falta subirse al escenario?

—Por supuesto que siento nostalgia de esos años. A veces vuelven los deseos de ponerme las mallas y bailar un Romeo y Julieta otra vez, pero tengo mi tiempo completamente ocupado por proyectos ahora y para el futuro y vivo concentrado completamente en ellos. Y aunque ya no interprete un ballet completo, no pienso dejar de bailar todo lo que la danza y el tiempo me permitan.

Tras su éxito por todo el mundo, llegó a La Habana con un proyecto bajo el brazo que era la materialización de un sueño: su propia compañía Acosta Danza. Cuéntenos cómo fue el origen y por qué decidió crear esta compañía.

—Realmente llevaba muchos años queriendo hacer un proyecto así en Cuba. Mi país es tierra de excelentes artistas. Nuestros bailarines son muy buenos, son talentos desarrollados durante años en las escuelas de arte y por eso tienen un nivel profesional de excelencia. Pensé crear una compañía de danza que aprovechara todo ese potencial artístico y aunara también lo mejor de la música, las artes visuales, el diseño que se hace ahora mismo en Cuba y presentarlo en la escena internacional. Creo que hacer que nuestra cultura brille en el mundo es mi forma de devolverle a Cuba todo lo que me dio.

¿Cómo ha encontrado el nivel de danza en su país? En su compañía solo hay talento cubano.

—Hay excelentes bailarines y varios coreógrafos jóvenes con la necesidad de hacer cosas novedosas. Quizás a algunos les falte más información sobre las nuevas expresiones de la danza internacional. Por eso también he querido fundar esta compañía, porque otro de mis objetivos ha sido llevar a Cuba coreógrafos que están siendo muy conocidos en el mundo para que creen obras basadas en la cultura de la isla. Así hemos logrado mantener un flujo permanente de conocimiento que le hace bien a todos.

De pequeño no quería ser bailarín... ¿Qué le hizo cambiar de opinión?

—Mi papa intuía que el ballet me podía dar disciplina y un futuro mejor que el que se avizoraba para mí en esos años. Entré a estudiar ballet obligado, sin conocer absolutamente nada sobre este arte. Fue difícil en un principio, pero poco a poco fui descubriendo lo que el ballet me podía ofrecer de aventura y sus retos físicos. Y también empezaron a aparecer personas que creían en mi talento y me lo hicieron descubrir. Esto fue muy importante también para que me entregara a este arte.

¿Cómo recuerda sus inicios cuando llegó con 18 años al English National Ballet?

—Fue un tiempo difícil porque yo era muy joven y estaba por primera vez completamente solo en un lugar que no era el mío. Sentía frío y extrañaba a mi familia. Pero también comencé a conocer cómo era el trabajo en una compañía de ballet y supe de un repertorio diferente al que se bailaba en Cuba. Ese fue uno de mis grandes comienzos.

Ha bailado algunos de los papeles más famosos del ballet, originariamente escritos para blancos, en compañías como el Houston Ballet o Royal Ballet de Londres. ¿En el mundo del ballet se ha encontrado también con problemas de racismo?

—Me enfrenté en un principio a esos problemas hasta que tuve la certeza de que como persona también tenía derecho a poner mis condiciones. No estaba pidiendo nada que fuera un capricho, sino lo que como ser humano tenía derecho: las mismas oportunidades que mis compañeros, en todos los sentidos. El ballet siempre fue un arte regido por normas excluyentes, por nociones muy antiguas que, por suerte, desde hace unos años parece que se están quedando atrás, espero que de manera definitiva.

Se interpretó a sí mismo en la película 'Yuli' de Icíar Bollaín, ¿cómo recuerda esa experiencia?

—Tuve que revivir momentos difíciles de mi vida, no fue sencillo para mí. Pero Icíar es una mujer con una gran capacidad humana y que tiene mucha pericia profesional. Ella supo cómo conmoverme y también cuándo detenerse.

La película refleja una vida dura desde su niñez hasta su edad adulta, viviendo en un barrio marginal muy pobre. ¿Aquel niño soñó en alguna ocasión con estar donde ahora está?

—Nunca lo pensé. Los sueños de ese niño eran otros, muy simples. Luego todo cambió y fueron llegando otras aspiraciones que me trajeron hasta aquí. Así aprendí que hay que soñar muy alto para que los deseos se te cumplan. Ahora solo tengo el cielo como límite.