Desde Velvet Goldmine, que abordaba el surgimiento del glam rock, hasta I’m not there, su particular retrato de Bob Dylan, la carrera del norteamericano ha estado salpicada de música. Ahora, trata de romper los códigos del documental con su nuevo trabajo presentado en Perlak.

¿Cómo surgió su pasión por The Velvet Underground?

—Cuando te remontas al pasado intentas recordar siempre el momento exacto en el que descubres algo que marcó tu vida, pero cuando eres joven, ¿cuándo fue el momento exacto? Yo no los escuché hasta que fui al instituto y todo el mundo me decía que tenía que oírles. Ya había escuchado a gente como los Roxy Music o David Bowie, por lo que cuando rememoró esos días me doy cuenta de que ya les había estado escuchando a través de otros artistas. Así que no fue completamente accidental, les escuché porque ya venía de esa música.

¿Cree que ha conseguido hacer un documental que no sea un homenaje más al grupo?

—No (risas). Es un homenaje a esa época, al tiempo, al lugar y a esa música. Fue un momento de posibilidades. Todas esas fuerzas que formaron el grupo se entrelazaron de forma milagrosa, se encajaron, y no dependieron de un solo individuo. Surgieron por el engranaje de muchas cosas que ocurrían fuera y la colisión de todos los miembros. Admiro mucho lo que hicieron. En la cultura actual parece algo lejano porque es un momento amenazado en nuestro recuerdo. Quería volver a visitar esa época y por eso he hecho la película.

El documental está dividido en una primera parte más experimental y una segunda más formal, de igual modo que parece que fue la trayectoria del grupo.

—Es una manera muy justa de entender esas fases. Queríamos pasar bastante tiempo en la excavación de su música y de la banda en sí. Para ello, había que viajar alrededor de muchas actividades artísticas mostrando además una especie de partida de ping pong entre John Cale y Lou Reed. El espectador tiene que esperar hasta la hora del documental antes de dar con la primera canción de The Velvet Underground. Se olvida que está viendo una película sobre el grupo y va entrando poco a poco en ello. Me gusta esa idea de que cuando por fin escuchas la canción tiene más sentido porque has entendido el contexto y has hecho el viaje por ti mismo.

¿Qué papel cree que ejercieron en el cambio social y político que se vivió en ese tiempo?

—Creo que ellos mismos no eran concientes de que hacían política. Lou Reed no lo pensaba. La cultura oyó algo que no había oído antes, ya solo porque evoca el dolor y la vulnerabilidad, la autodestrucción, el deseo de consumir drogas para anular la mente... Esos mensajes no se comunicaban en esa época. En los 60, y antes, surgieron infinidad de músicas, pero ninguna hablaba de ello. Apareció toda una gama de personas que lo mostraron y que cuestionaron la sexualidad, la retórica del punk rock, sus resonancias... No tenían la ambición de ser influyentes, pero lo fueron. Describían algo muy diferente de lo que contaban otras bandas.

Gran parte de su filmografía se basa en la música. ¿Cuál es la clave para plasmar ese lenguaje al cinematográfico?

—Creo que es la pregunta básica sobre el estilo y el lenguaje de la película. ¿Qué tiene este artista que es distinto y qué género o paralelismo cinematográfico puede coincidir con esa música? Por ejemplo, cuando hicimos Velvet Goldmine entramos en el mundo de los personajes autocreados, en una conciencia teatral del sentido artificial de la identidad sexual en la que puedes cambiarte todos los días de género. Yo busqué darle una estética completamente diferente a lo que podría ser el glam rock. Es un ejemplo porque hay distintos tipos de intentos con distintos personajes. Para mí fue un regalo tener que contestar a esa pregunta con The Velvet Underground porque tenía tal cantidad de material fílmico hecho en esa época que ocupaba una gran cantidad de estilos y sensibilidades, pero todas eran relevantes. Había cineastas que incluso vivían con los miembros.

¿Cómo sería hoy día el grupo?

—No lo sé. Me he hecho esa pregunta varias veces. Es muy difícil imaginarlos porque hubo generaciones de músicos que les siguieron y todo ya ha sido absorbido por el lenguaje corporativo y por las multinacionales. No puedes encontrar ese sitio fuera de la cultura corporativa, ese espacio fuera de la empresa capitalista. Que yo sepa, al menos. Me gustaría que si hay gente haciéndolo fuera del sistema que me lo diga para poder verlo. Vivimos en una web de interconexión que nos separa más que nos conecta.

En el documental se han quedado fuera los reencuentros que llevaron a cabo.

—No sabíamos cómo acabar la película. Teníamos solo el principio, así que fue en el mismo proceso de creación cuando apareció el final. Uno de mis montadores me dijo que había que terminarla cuando John Cale se va de la banda, pero yo creía que no debía ser así. En la segunda parte del filme se ve cómo se deshacen los años 60 pero no creo que hubiera tanta devastación. Hay unos pasajes que muestran la carrera en solitario de cada uno de los miembros que demuestran que estas personas sobrevivieron y tuvieron una carrera creativa después. Pero es verdad que es un periodo lleno de pérdidas y hemos jugado todo el rato con el tiempo. Toda la película está llena de su tiempo a través de sus rostros. La historia está marcada en ellos. Hablan del pasado pero han evolucionado mucho.

No obstante, da la sensación de que el único que mantiene esa influencia en nuestros días es Lou Reed.

—Creo que su papel como el autor de la banda es algo que no se puede negar, pero su sonido no se puede separar de un conjunto de personas. Es un colectivo, no está solamente el que escribe la canción. Los grandes grupos son eso y no los puedes separar porque si son buenos son porque están juntos. Si una persona con talento complementa a otra persona con talento, funciona. Eso hace que sea un momento único.

“El papel de Lou Reed como el autor de la banda no se puede negar, pero su sonido no se puede separar de un conjunto de personas”

“Los miembros de The Velvet Underground no tenían la ambición de ser influyentes, pero lo fueron”