En el marco de la Feria del del Libro de Bilbao, el escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) habló sobre su último trabajo Castellano (Ed. Destino) en el que aborda la revuelta del pueblo de Castilla contra el abuso de poder de Carlos V que culminó en la batalla de Villalar, en 1521. Una obra de naturaleza híbrida en la que entre la novela histórica, el libro de viajes y la autoficción, el autor de Recordarán tu nobre, Carta Blanca y la Trilogía... rinde homenaje a la lengua castellana y al poso humanista de su mejor tradición literaria.

Junto a la leyenda hay muchas historietas y mitos sobre los comuneros. ¿Por qué ha elegido este tema?

—Por uncúmulo de cosas. La historia me pareció interesante; por los antecedentes, por el significado posterior y los personajes. Desde el punto de vista narrativo era un material interesante. Además, soy descendiente de salmantinos y Salamanca fue una de las ciudades que estuvo en primera línea de esa revolución de las comunidades de Castilla contra Carlos V, así que, en cierto modo, tengo una conexión personal y me servía para dilucidar algo del carácter que me pudieron transmitir mis antepasados. Por otro lado, es cierto que hay una bibliografía copiosa sobre sobre los comuneros, que en el siglo XIX se mitificó mucho con ellos, pero si vas por la calle y preguntas por qué se sublevaron contra Carlos V, casi nadie lo sabe. Nos encontramos con cierto fracaso de la ficción española.

¿Con su novela quiere rendir tributo a alguien o algo? ¿A la foralidad, a los derechos del pueblo frente a las leyes opresoras de los nobles y los reyes?

—A este movimiento que surgió en Castilla en el que el pueblo castellano al sentirse defraudado, humillado y utilizado por quien le gobernaba viendo que le estaba siendo desleal con su Reino, en este caso el rey, lejos de aquietarse y negociar decidió plantarse y hacerle ver que eso no podía ser; que Casilla no era un reino que tolerara esos abusos. Hay que recordar que era un tiempo de monarquías absolutas. En toda Europa, los monarcas absolutos eran los reyes de mambo. Y el único sitio donde se le plantan al rey es en Castilla. Es decir, que la revolución no fue ni en Berlín, ni París ni Londres; fue en Toledo.

A la hora de encarar la historia de los comuneros, ¿parte a favor o en contra de ellos?

—Ni a favor ni en contra; soy un narrador de historias. Lo maravilloso es que puedan ser complejas y que uno pueda encontrar en ellas luces y sobras en todos los protagonistas. Tanto en el lado de los comuneros como en el otro bando; la historia tiene una complejidad suficiente para que sea un disfrute para el narrador. Los comuneros en 1520 fueron unos adelantados a su tiempo ya que representaron unas ideas que al final se fueron implantando; lo que se impondría era que el rey solo tiene sentido si sirve al reino. Esto está en la Constitución de Cádiz, en la actual.

¿Se mitificó a los comuneros?

—De hecho, parte del fracaso de la ficción que se ha realizado sobre ellos atiende a una concepción decimonónica y, por tanto, romántica. Los liberales españoles los reivindican mucho y los idealizan. Quizás sería más interesante desmitificar a las comuneros, desidealizarlos para reivindicarlos. Esto no se ha hecho suficientemente.

Tras el fracaso, ¿se mejoraba o empeoraba? ¿Se pasaba de vasallaje a los nobles al de los reyes?

—El vasallaje y los impuestos se pagaban a los señores, podían ser desde un almirante al arzobispo de Toledo. Pero en las ciudades castelanas existían unas libertades que Carlos V quiso eliminar, ya que no les podía poner impuestos, que es por donde empieza todo el conflicto; no podía variar las leyes sin una aceptación mayoritaria de las 18 ciudades castellanas con representación en las Cortes. Por eso, Carlos V sobornó a los procuradores. Después de la revolución estas prerrogativas de las ciudades castellanas desaparecen y las Cortes se convierten en algo decorativo. Aquí empieza el declive económico de Castilla y la emigración de sus gentes a América y a otras zonas del Estado, como el País Vasco.

La batalla de Villalar, abolición fuero castellano; siglo XVI, pérdida de los fueros de Aragón; siglo XVIII, despoje de los fueros de Cataluña; siglo XIX, anulación del fuero vasco y navarro. ¿Hemos aprendido algo?

—Que al final, la evolución, aunque haya habido regresiones, ha sido en un sentido positivo; nos ha llevado mucho tiempo, pero la Constitutición del 78 se parece mucho más a lo que defendían los comuneros del siglo XVI que a ese pulso totalizador e imlperial. Castilla es la que ha salido peor parada porque se ha troceado en varias comunidades que compiten entre ellas. La foto actual nos dice que algo de razón tenían los comuneros, a los que en su tiempo se les despreció; se les llamaba nostálgicos del medievo.

Al escribir sobre este periodo tan lejano se ha encontrado con su propia identidad. ¿O este objetivo no entraba entre sus intenciones?

—Me acerqué a esta historia por sentir cierta conexión. Hay cosas del carácter castellano prototípico que me gustan mucho, y otras menos. Pero lo que sí me agrada es que llaman a las cosas por su nombre, sin eufemismos, perífrasis ni circunloquios; tenía la sensación de que aquí había una afinidad que podía convertirse en una sensacion, incluso, de pertenencia. Pero no me gusta este enfoque. Siento la identidad más como una aventura individual y personal; buena parte de los problemas que hemos tenido en la historia de España han sido por entrometermos en las identidades ajenas. Como yo no quiero que se entremetan en mi identidad, que nadie nos diga tampoco a los madrileños cómo tenemos que ser madrileños. Llevo más de medido siglo siendo felizmente madrileño sin que nadie me diga cómo serlo. Preferiría seguir así.

¿Por que cree que la novela histórica atrae tanto al público?

—Al final siempre hay una pregunta un tanto capciosa y arriesgada sobre qué parte de lo que pasa tiene que ver con lo que en realidad sucedió. Buena parte de lo que somos es parte no de lo que fuimos nosotros, si no de lo que fueron los que estuvieron mucho antes que nosotros. Es lo que hace que el ejercicio de la lectura histórica tenga ese plus añadido de interés entre la gente.

“La revolución contra la monarquía absoluta no fue ni en Berlín, ni París, ni Londres; fue en Toledo”

“Sería interesante demitificar y desidealizar a los comuneros para reivindicarlos mejor”