Floating PointsPromises

La brecha generacional entre Sanders y Sheperd, que ronda el medio siglo, se dinamita en este disco que plantea un diálogo artístico excitante, casi celestial, y que no provoca una colisión entre ambos mundos, ya que los músicos, arropados por la orquesta londinense, se alimentan y dialogan para crear una obra repleta de misterio e interrogantes, pero con la necesaria dosis de calma y sanación que requiere el atribulado 2021.

Nos ponemos en situación. Sanders es un nombre recurrente en el jazz, aunque su discografía va más allá de los códigos del género, el más libérrimo de los géneros. Aliado de Don Cherry, Sun Ra y Ornette Coleman, tocó finalmente la gloria con el maestro John Coltrane en Ascension. Desde entonces, su saxofón nunca pudo rehuir la comparación con el del maestro, a pesar de grabar discos de éxtasis alucinado y espiritual como Karma y Africa, entre otros.

Al otro extremo del cuadrilátero está Sheperd, DJ, productor y músico electrónico británico, un máster con piernas en conocimiento de la música de baile, del funk al house, soul, jazz, techno… Virtuoso sin necesidad de alardes y siempre dispuesto a evolucionar, Sheperd se ha lanzado de cabeza a la música de club en su disco más reciente con Floating Points, Crush (2019), como prueban artefactos sintéticos rítmicos como Last bloom y LesAlpx, y situándose en lo alto de la pirámide electrónica junto a Four Tet, Nils Frahm o Jon Hopkins.

Promises, es un disco difícil de catalogar, con mucho de jazz e improvisación, pasajes ligados a la electrónica más onírica, y ramalazos de clásica. El germen de las composiciones surgió de Sheperd, pero el titán del jazz compartió estudio con él en Los Ángeles, en 2019. Álbum que olvida la rítmica y se abona a las texturas y las armonías, tiene mucho de espiritual, y se presenta como una pieza continua de 46 minutos dividida en nueve movimientos. Al trabajo del dúo se sumó posteriormente la Orquesta Sinfónica de Londres, en verano de 2020. El resultado ha tardado un lustro en completarse y tiene mucho de la personalidad de Pharoah, alguien que asegura que ya no oye discos porque solo oye los sonidos que le rodean, bien sea las olas del mar o un avión.

Una conversación que ambos han hecho pública ilustra la personalidad del octogenario músico. Preguntado por Sheperd si estaba dormido, le respondió que no, que estaba soñando música. “Siempre escucho los sonidos a mi alrededor y toco en mi mente”, según Pharoah, cuyo saxo sobrevuela en el arranque del CD un colchón de clavecín y sintetizadores que dibujan un paisaje minimal de gran belleza. Y ese saxo juega, entra, sale y dibuja fraseos con gráciles melodías desde el primer movimiento.

El segundo es más tenue, juega con los silencios y aunque la melodía de notas escasas y en bucle se repite, presenta unidad y consistencia. Las cuerdas orquestales entran en el movimiento tres, tímidas y con una profundidad espacial, como los grupos progresivos. Y la voz humana, la de Sanders, protagoniza el cuarto, con sonidos sin significado pero conmovedores entre riffs de saxo.

A medida que se acerca el final, la orquesta gana protagonismo en el movimiento seis, con cuerdas elegíacas y el violonchelo en un largo solo sobre el bucle original. Luego regresa Pharoah para flirtear con la orquesta y los sintes, en un amago de regreso al remanso de paz inicial tras unos juegos sonoros psicodélicos que simulan el piar de pájaros. El saxo arrebatado, free-jazz, del siete, y riffs de teclados caudalosos y profundos en el ocho protagonizan el final de Promises, música para escuchar con cascos.