Treinta años después de ganar su primer Oscar por uno de los personajes más icónicos de la historia del cine, el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos, Anthony Hopkins podría repetir estatuilla con El padre en un registro radicalmente opuesto y frágil de un hombre que sufre demencia senil.En la vida real, el actor de origen galés exhibe un talante amable y un humor excelente que contrasta con las turbulencias de ambos personajes: cuenta anécdotas, recita poemas y se mete a su público en el bolsillo, incluida Olivia Colman, su compañera de reparto e hija en la ficción, convertida en una oyente más en una entrevista telemática con varios medios internacionales.

“La vida es absurda, es ridículo, nos tomamos todo demasiado en serio”, dice Hopkins a sus 83 años. “Trato de cultivar el arte de la indiferencia, no en un sentido de frialdad, sino que las cosas que hace unos años creía importantes ahora no me lo parecen, vamos a morir todos y ese es el chiste más negro y divertido”.

El padre, estrenada en España el pasado 23 de diciembre y que amplía ahora su presencia en salas de cara a los Oscar, es la ópera prima del escritor y dramaturgo francés Florian Zeller. Su gran hallazgo es que coloca al espectador en la mente del enfermo, le hace vivir en carne propia su confusión, su enfado, su miedo.

Hopkins recuerda que cuando leyó el guion sintió algo parecido a lo que le ocurrió con El silencio de los corderos. Supo al instante que quería hacerlo. “Me reuní con Florian y le dije que sí, pero tenía pendiente el rodaje de Los dos Papas (junto a Jonathan Pryce y la dirección de Fernando Meirelles) y estaba realmente preocupado por que no me esperaran, pero lo hicieron”, señala.

En el caso de Hannibal Lecter, Hopkins rememora que cuando empezó a leer el guion le preguntó a su agente si el trato ya estaba cerrado. “Me dijo que no y no quise leer más hasta saberlo, porque era el mejor personaje que podía haber soñado nunca”.

Dice que para mantener su cerebro activo toca el piano, pinta o memoriza poemas de Dylan Thomas, pero cuando se trata de hablar de sus méritos como actor o de desvelar los secretos de algunas de las escenas más míticas de su carrera, se empeña en restarle importancia.

“Actuar no requiere ser un genio ni un gran esfuerzo intelectual, habrá gente a quien le interese que parezca así, pero no”, defiende.

“En El silencio de los corderos Jodie venía con un café en la mano, nos mirábamos fijamente a través de un muro de cristal y soltábamos el texto. Ya está. Aún quedamos a veces para comer juntos y comentamos lo divertido que es este modo de ganarse la vida”.

actor instintivo

Según Zeller, Hopkins es un actor instintivo. “Simplemente soy viejo”, replica el intérprete, “llevo muchos años activo así que conozco algunos trucos; el método Stanislavski es maravilloso y lo practiqué de joven, pero ahora es más sentido común que otra cosa”.

Cuando llegas a los 83 años, no sé si eres más listo o más estúpido, pero desde luego no pierdes el tiempo pensando demasiado en ti mismo”, añade. “A la hora de actuar, simplemente lo hago y ya está, y con una actriz al lado como Olivia, un director maravilloso y un buen guión como este, eso es lo más importante”, añade en referencia a El padre.

No obstante, en otro momento de la entrevista confiesa que cuando estaban rodando, entre tomas, se ponía frente a un espejo y se repetía a sí mismo: ‘Esto es solo un juego ¿vale? No sufro demencia, estoy actuando, estoy actuando’.