Antes del fallecimiento de Lucio Urtubia, antes, las ballenas ya remontaron hasta el agua dulce de los ríos, como los salmones llegaron a tocar el horizonte de la mar. Lejos del confín oceánico nació aquel libertario, en Cascante, Nafarroa. Un día 18. Fue un ser que escribió que todos venimos al mundo desnudos, iguales, en las mismas condiciones. Que nadie es más que nadie. “Y al final, nada de nada nos llevamos, pues nada de nada es nuestro. Así llegamos y así nos vamos”, documentaba. Se fue otro día 18.

Aquel era el pensamiento del hijo de un carlista que pasó a ser ugetista, e incluso diciendo antes de morir una célebre cita: “Si naciera otra vez, sería anarquista”. Aquella frase se quedó cincelada en la mente de su hijo Lucio: albañil, operario, obrero… y un sinónimo más para un mismo oficio: maestro. A los 19 años ya creyó en la utopía y quienes décadas después se sentaban a su lado con un trozo de queso y un vinito le trataban de poner en solfa y cuestionaban qué era aquel ideal y si era factible. “Lo vivido: lo impensable, lo inimaginable, lo imposible hecho realidad. Eso es la utopía”, definía.

Lo repetía quien traficó con víveres durante su mili franquista en Logroño y quien acabaría arrodillando a la deidad del dólar: al First National City Bank. Hay quien asegura que ha muerto “el último anarquista” -quizás se refieren como icono histórico-, pero recordemos que las siglas anarcosindicalistas en sus variantes siguen ondeando, batallando.

La desaparición vital del navarro asentado en París ha motivado ríos de tinta. Personas de diferentes ideologías han puesto a funcionar mente y pulso y han dedicado palabras a un referente curioso. “La figura de Lucio Urtubia pone de relieve que hubo un exilio vasco que se implicó en los acontecimientos políticos internacionales y que, salvo la vertiente más institucional -ligada al Gobierno vasco-, apenas lo hemos incorporado a nuestra memoria colectiva”, analiza el historiador Etxahun Galparsoro (Donostia, 1980), autor del libro Bilbao en Mauthausen.

El exsenador del PNV, Iñaki Anasagasti (Cumaná, 1947), califica de “singular” a Urtubia. “Fue un hombre hecho a sí mismo, valiente, anarquista, pero también anticapitalista y además muy osado por el robo que hizo al banco. El criterio ese de que es mucho más grave fundar un banco que robarlo tiene su miga”, aprecia y contextualiza su prisma en la de “una generación que lo dio todo, que le tocó vivir aquella época. Yo creo que Lucio estuvo a la altura de las circunstancias, pero el anarquismo fracasó porque había demasiados Lucios y poca organización”.

Arquetipo

El periodista, a quien calificaron como cronista “de guerra y de utopías”, Unai Aranzadi (Bilbao, 1975), también detiene su engranaje para aportar impresiones sobre el amigo de ilustres como Albert Camus, André Bretón o Che Guevara. “Ir a París sin que Lucio esté en Belleville ya no será lo mismo, porque por pocas veces que lo hubieras visitado, sabías que en caso de apuros siempre tendrías las puertas de su espacio Louise Michelle abiertas. Lucio Urtubia fue el arquetipo de ese carácter vasconavarro que ve en la libertad la mayor honra y gozo que una persona pueda atesorar en la vida”.

Quienes mejor conocieron al “anarquista irreductible”, como le definió su biógrafo, el también ácrata Bernard Thomas (Bretaña, 1936), aseveran que el “moderno Robin Hood vasco” evitaba toda épica. La razón porque “al pie del muro es donde se conoce al albañil”, remataba Urtubia. Quizás también porque su vida ya lo era de forma implícita.

Fue como aquel hidalgo de cuyo nombre todos se acuerdan, en palabras de Albert Boadella (Barcelona, 1943), director de la compañía de teatro Els Joglars y portavoz del movimiento Tabarnia. “Lucio es un Quijote que no luchó contra molinos de viento, sino contra gigantes de verdad”. Se conocieron porque supuestamente el navarro y sus compañeros antifascistas le posibilitaron al hoy imprevisible catalán un pasaporte falsificado durante el franquismo.

Sobre aquella guerra realmente militar y no civil, Urtubia recordaba que había dos millones de anarquistas en 1936 en el Estado. A su juicio, eran “36.000 los libertarios encarcelados” y a pesar de ser contrarios a participar en el sistema electoral, decidieron votar a favor de la República con el objeto final de que sus presos fueran amnistiados. Con ese argumento que no convenció a compañeros anarquistas, solicitó el voto en diversas ocasiones para la izquierda abertzale, para EH Bildu. Aun así, aprovechaba los mítines de la coalición soberanista para anteponer la anarquía ante cualquier otro dogma. Lo hacía Lucio, quien dijo del Che que era “un pobre diablo, un monaguillo al servicio de Fidel Castro, un hombre perverso”.

Desde Alternatiba, el periodista Jonathan Martínez (Karrantza, 1982) observa que Lucio aportó una “lección de la política a través de la acción. Él nos enseñó que la justicia social no se conquista mediante palabras, sino mediante hechos”. Y el analista va más allá en la órbita de lo citado: “Demostró que en el soberanismo vasco pueden convivir posiciones tan plurales como el socialismo o la tradición libertaria”. Por todo ello, Martínez concluye con una última impresión: “Se nos ha ido no solamente un ejemplo para las generaciones venideras, sino también un pedacito de la historia de nuestro pueblo y de la humanidad”.

Con todo, utópico íntegro para unos, obviado por posibles contradicciones por otros incluso el día de su muerte o no queriendo opinar sobre su persona, Lucio Urtubia siempre mantuvo las puertas de su hogar parisino abiertas con tres ingredientes. “Venid cuando queráis. En casa siempre tengo pan, vino y mis convicciones, que no han cambiado porque en realidad no son mías, sino que son para todos porque son de todos. Es lo que pide el mundo, es lo que vivo constantemente”. Hasta su muerte.

“Fue el arquetipo de ese carácter vasconavarro que ve en la libertad la mayor honra que una persona pueda atesorar”, dice Unai Aranzadi

Iñaki Anasagasti califica de “singular” a Urtubia: “Fue un hombre hecho a sí mismo, valiente, anarquista, pero también anticapitalista”