MPIEZA nervioso. Afirma que después de tantos años no sabe qué decir, cómo resumir todo en una entrevista. Pero al final, entre libros, la pasión le desborda, corre (literalmente) de sala a sala, escaleras arriba también, y de balda a balda. Nos dice dónde les suelen hacer las fotos la mayoría de medios de comunicación y nos enseña ejemplares únicos, libros del siglo XVII, de hace 350 años. Parece un niño con zapatos nuevos. “¡Mira qué encuadernación, qué tapa!”.

Nos muestra una primera edición de un ejemplar de 1796 de la Revolución Francesa, luego la famosa obra de Aita Larramendi sobre gramática vasca, El Imposible Vencido, de 1729, y otros muchos ejemplares antiquísimos, incluso del siglo XV, y algunos en varios idiomas: euskera, castellano, inglés, alemán, francés, latín, griego e italiano.

Ejemplares de la biblioteca histórica de los benedictinos. Pero su valor, el gran tesoro del Archivo de Lazkao, se forjó entre susurros, a escondidas, en la clandestinidad y no hace tanto tiempo. Un sinfín de panfletos, octavillas, carteles, fanzines y pegatinas; recopilados durante años todos ellos por Juan Joxe Agirre, un novato con visión de futuro por aquel entonces. Bibliotecario “de rebote” y vocación tardía.

Publicaciones prohibidas que sacó de dónde y cómo pudo, gracias a su insistencia y a la aportación de particulares, que atendían a la llamada de los bandos que emitía desde su monasterio benedictino a lo largo y ancho de las euskal etxeas del mundo y entre estudiantes de universidades. “En torno a los años 45 y 50 del pasado siglo, la política estaba al pil pil y fue la época de oro de la clandestinidad y lo que se divulgaba eran papeles, pasquines y panfletos que pasaban por nuestras manos cuando éramos jóvenes, pero nadie estaba concienciado del valor de esas publicaciones, ni de que se tuvieran que guardar. ¿Para qué?, se pensaba”, reconoce el monje.

“Mira esto”. Nos muestra orgulloso un ejemplar de Euzko Deya, una de las revistas del exilio vasco: “Órgano de la resistencia vasca en un lugar bajo la tiranía franquista” se puede leer en el subtítulo. Una joya “de 1946-1947, solo 46 ejemplares -dice-, todos de ocho páginas y del mismo formato y en un papel muy fino, como de fumar, para camuflarlo y guardarlo si te cogía la Policía. Yo ya conocía esos movimientos antes de empezar la colección, pero no tenía conciencia de su valor. Mira el original”, nos dice: Una vez que lo leas, pásalo a otro, pone al pie de página.

“Hay que decir que a nivel del Estado fui yo quien empezó a recoger esos documentos y a darles valor”, reconoce Agirre. Ese es su gran mérito. Ver lo que nadie veía entonces y recuperar para la Historia lo que podía haber terminado en la basura u olvidado en un desván. Hoy, su colección es reconocida incluso por las autoridades españolas como “patrimonio cultural” y ha alimentado exposiciones hasta en el museo Reina Sofía.

Tantos años perseguidos... Y ahora, dice, “ahora sí, se valora todo ese material”. ¿Y cuánto se habrá perdido? “Pues sí, se ha perdido”, admite con pena, porque “eran documentos que recogían la preocupación social de cada lugar, ya fuese en Beasain o en Tolosa. Por suerte, empecé a tiempo a recopilarlos”, asegura. Pero las mejores revistas y folletos, reconoce, se empezaron a editar en el extranjero porque, “forzados por la guerra, muchos se tuvieron que ir”.

“Por ejemplo, cuando bombardearon Gernika, cuántos años estuvieron mintiendo, diciendo que lo habían hecho los rojos; a la siguiente semana, nosotros sabíamos, a través de esas publicaciones, con fotos y todo, quién lo había hecho”, asegura el monje benedictino. Luego, admite Agirre, durante la Segunda Guerra Mundial se paró el mundo, fue un “sálvese quien pueda”, pero después muchas publicaciones volvieron a ver la luz. “Si lo habían dejado en el número 40 siguieron en ese punto después. Todos esos los hemos recopilado”, afirma el benedictino.

carteles, pegatinas y jueces

“Los Zutabe que sacaba ETA, luego Zutik. Tenemos todos esos recogidos. Con todos esos se hace historia”, asegura; aunque no todos lo entendieron igual siempre. No olvida cuando en 2005, “catorce guardias civiles de paisano” irrumpieron en su archivo por orden del juez Baltasar Garzón y se incautaron de publicaciones relativas a ETA. Agirre asegura que se sintió arropado por el pueblo de Lazkao, que acudió en su apoyo mientras estaba retenido. “Aquello nos dio más fama”, dice, y “a partir de entonces recibimos más donaciones”.

Aun así, otros documentos son imposibles de recopilar, “cosas que nadie ha recogido” aunque, de vez en cuando, admite, “aparece alguno que no tenemos”. Casi todas las semanas reciben material de algún particular. “Todo tiene valor”, asegura el creador del archivo, donde actualmente trabajan otras tres personas.

Solo en carteles, el Archivo Benedictino de Lazkao guarda cerca de 80.000 ejemplares. Algunos rotos, con marcas de haber sido arrancados de las paredes; otros intactos. Agirre recuerda que “hasta que murió Franco estaba prohibido poner carteles políticos en paredes; sí se podía de romerías, fiestas, txistularis, teatro, etcétera, pero otros estaban prohibidos y tengo pocos de esa época. Aún hoy, asegura, les llegan los otros que estaban prohibidos, unos 4.000 al año, pero llegaron a 8.000 en 2013.

Entre las baldas del archivo, leemos: Bizirik dauden aldizkariak en un lado; e Hilik dauden aldizkariak, al otro. Nos muestra libros de panfletos y octavillas, encuadernados por él mismo en el taller de encuadernación que había en el monasterio. Entre carros y estanterías; un mundo.

“Desde la votación para el referéndum de la Reforma Política en 1976, hasta hoy, tengo todos los programas de todos los partidos políticos que se han presentado en todas las elecciones que ha habido, sus panfletos. Todo registrado, lo que dijeron y lo que no”, añade Agirre, que hoy se entretiene “catalogando libros de colecciones atrasadas” y enseñando a los visitantes su colección de Padres Nuestros, un trabajo de años en los que ha conseguido la oración del Padre Nuestro en 4.000 idiomas o dialectos diferentes. Zapoteco, zoogocho (México), yupik (Alaska)... hasta tiene “uno en el idioma de los vikingos”. En Alaska, dice, “hay muchas etnias que no tienen relación”, asegura. Los tiene de todos los rincones del mundo “A los 90 años, y aún sigo aprendiendo Geografía”, bromea.

El archivo recibe al año unos 4.000 nuevos carteles y muchos folletos y pegatinas de carácter político y social que siguen donando particulares