Bilbao - Almudena Grandes (Madrid, 1960) se prepara para dejar los libros que inició con la publicación en 2010 de Inés y la alegría. Lleva varias semanas presentando La madre de Frankenstein, basado en la historia de Aurora Rodríguez, una mujer que asesinó a su propia hija cuando esta se rebeló contra lo que había planificado su madre para ella. La escritora madrileña va a cumplir con lo que anunció hace diez años, la saga de Episodios de una guerra interminable concluirá con el sexto. La historia que contará le va a obligar a viajar a Euskadi para su escritura porque una parte importante del relato va estar ubicada en el Eibar de 1964. Va a hablar de un fenómeno muy importante en esta época: la emigración que se produjo en la España interior y se orientó hacia la industria vasca.

¿Hay muchas madres de Frankenstein en el mundo?

-No tantas, afortunadamente. Aunque sí hay muchas madres que tienen hijos para intentar realizar sus aspiraciones y sus sueños en ellos. Hay madres que son capaces de generar monstruos.

¿Monstruos por exceso de amor materno?

-Exactamente, exceso de amor o amor mal dirigido. Pero como la madre de Frankenstein hay pocas.

Aurora Rodríguez diseñó a su hija, ¿egoísmo materno o un acto de fe para salvar el mundo?

-Era un acto de locura. Esta mujer era una enferma mental. Era paranoica y la paranoia es una enfermedad mental muy interesante, es misteriosa, no afecta a las capacidades intelectuales. Los paranoicos son locos que no lo parecen.

¿Un perfil de mujer difícil?

-Tenía un delirio mesiánico de salvadora de la humanidad. Ella estaba convencida de que era necesario crear un nuevo ser humano, para eso tuvo a su hija, Hildegart. Era la nueva mujer sobre la que se iba cimentar un nuevo proyecto de la humanidad. Como todos los paranoicos tenía delirios y estaba convencida de que las potencias internacionales la odiaban y la acosaban para impedir que cumpliera su objetivo.

Pero matar a una hija?

-Ocurre cuando Hildegart le dice que se va a independizar, que no quiere seguir viviendo con ella, que se iba a Inglaterra a dar unas conferencias por su cuenta. Se volvió loca. Estaba obsesionada con el servicio secreto británico, estaba convencida que le acosaba? Pensó que habían triunfado sus enemigos, que habían conseguido arrancar a su hija de su lado, que iban a prostituirla y acabar con ella, y la única forma que tenía de salvarla era matándola. Es una historia que se puede contar de muchas maneras.

¿Hay alguna que la suavice?

-No. Un parricidio es un crimen odioso, terrible e incomprensible. Ella había vivido para su hija, la había criado en solitario, era su proyecto. Pero matar a una hija, a un hijo, es uno de los crímenes más monstruosos que se puede concebir. Lo que pasa es que tú puedes poner por delante el parricidio o puedes poner por delante la enfermedad. Yo, en esta novela, pongo por delante la enfermedad.

¿Y cómo es María, la otra protagonista de su novela?

-María sí que es un personaje de ficción. Es un regalo que en parte surge de la realidad. En la historia clínica de Aurora hay un detallito, en el año 42 cuando ella hace unos grandes muñecos a los que intenta dar vida, a los que miraba durante horas, le hizo una muñeca a la nieta del jardinero; una muñeca que tenía vello púbico y atributos sexuales porque decía que era lo más natural. A partir de ese detallé creé el personaje de María Castejón, la nieta de jardinero.

Quinto libro de su serie, según anunció en su día, esta colección es de seis, solo le falta uno. ¿Va a ser fiel a su palabra o va a sucumbir a la tentación de escribir más episodios de la España de la posguerra?

-Solo falta uno. Soy de las que piensan que las cosas empiezan y terminan. Las historias no se pueden estirar como los chicles. Estoy contenta de haber llegado al quinto y de que solo me quede uno. Pero a la vez estoy triste. Esta serie ha sido una bendición.

¿Por los libros vendidos?

-Eso también. Una de las principales ventajas que ha tenido para mí desde que empecé esta serie en 2008 es que me he librado del sufrimiento del novelista: ¿Qué voy a hacer ahora? Es la pregunta que siempre te planteas cuando terminas un libro. Cuando saqué la primera novela de esta serie en 2010, a muchos les pareció una extravagancia y había mucha gente que pensaba que no iba a ser capaz de acabar, que era una tontería anunciar el proyecto completo, que abandonaría? Se dijeron muchas cosas. Sabía que iba a continuar, para mí la obra es la serie.

¿En qué año va a acabar?

-En 1964, yo ya he nacido, eso me gusta. No he empezado a escribirla, pero tengo la historia previa y va a acabar, aquí en Euskadi. No en Bilbao, en Eibar, en Gipuzkoa. Tengo que ir allí, iré más de una vez para contar mi historia. Tengo un amigo que nació allí y ya he quedado con su madre para dar una vuelta. Aunque me han dicho que no queda mucho del pasado.

¿Por qué ha escogido esta zona de Euskadi?

-Aún no sé gran cosa de la novela, está por escribir. Pero sí sé que en esta sexta historia va a haber una fusión entre la oposición antifranquista que viene de la guerra y la oposición antifranquista que va a liderar luego la Transición. Va a haber una cooperación de muchas personas para que un topo de Extremadura pueda salir y se instale en Eibar. Ese es el sentido de la presencia de Euskadi en este libro, lo centro en un pueblo de emigración de interior y hasta aquí?

Puede leer, ¿no?

-Exacto. No te voy a decir nada más, he dicho bastante, porque luego hay que leer el libro y descubrir la historia en sus páginas.

¿Qué va escribir después de la serie 'Episodios de una guerra interminable'? ¿Lo tiene pensado?

-Sí. Pero me da cosa decirlo, parezco una pedorra que todo lo anuncio con mucha anticipación. No te lo voy a contar. Cuando hablas de algo con mucha anticipación, se puede gafar y no sé si cuando llegue el momento, lo que ahora tengo pensado me gustara.

¿Cree que se estudiará esta serie como 'Los episodios nacionales' de Pérez Galdós?

-A mí no me puedes preguntar eso. Se llaman episodios porque adoptan el formato que creó Galdós.

¿Tiene vigencia la obra de Galdós?

-Sí. Es algo que tiene que ver con la propia naturaleza de la literatura. El territorio de la literatura es la emoción. En ese entorno, un historiador y un novelista son como dos coches que circulan en direcciones contrarias por la misma carretera y a la misma velocidad. Un historiador es alguien que tiene que documentar hasta en el último detalle una historia que sea verdad, aunque parezca mentira; un novelista es alguien que se inventa de cabo a rabo una historia que es mentira, pero que tiene que parecer verdad. La norma de la Historia es la verdad y la norma de la ficción es la verosimilitud.

Los historiadores parecen menos imaginativos que los novelistas.

-No estoy de acuerdo. Lo que ocurre es cuando los historiadores llegan a una laguna tienen que parar y los novelistas podemos rellenar esa falta de datos. Yo sin los historiadores no podría vivir, Galdós tampoco hubiera podido ser el novelista que fue sin ellos. Historiadores y novelistas somos socios necesarios en el delito de rescatar lo ocurrido en el pasado.

No siempre los historiadores están de acuerdo con lo que escriben los novelistas.

-Para escribir un libro basado en un hecho real hay que conquistar un equilibrio muy primoroso entre la libertad del creador y la lealtad a la verdad histórica. Hay que sentirse libre para crear, si no lo eres, es imposible que escribas un buen libro. Si una verdad histórica te pone unas orejeras que no te deja respirar, el libro es una mierda. Aunque cuando te basas en un hecho histórico, tienes que mantener una lealtad firme a lo ocurrido. Lo que no se puede hacer es manipular la verdad histórica.

'Las edades de Lulu'. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.

-El año pasado cumplió 30 años este libro, parece mentira, pero ese es el tiempo. ¡Quién me lo iba a decir!

Su escritura ha evolucionado mucho y también la forma de calificarla usted. En aquella época y con ese libro ganador del premio La sonrisa vertical, era nominada casi como escritora porno.

-Ja, ja, ja? Claro, porno. Siempre te lo he dicho, las novelas que me vienen bien son las que se publican en los años impares porque me van cambiando de etiqueta. Con Las edades de Lulu fui escritora erótica; con Malena es nombre de tango fui escritora femenina; cuando publiqué Los aires difíciles me convertí en escritora decimonónica? Claro que he cambiado, por mucho que diga Gardel, treinta años son una barbaridad.

Lo que dice el tanto es veinte años no es nada, no treinta.

-Vale, tienes razón. He envejecido, es normal.

¿Lo lamenta?

-¿Envejecer? No me queda más remedio que aceptarlo, pero no significa que te salgan solo arrugas, también tiene aspectos positivos. Creo que ahora soy mucho mejor escritora que hace treinta años, tengo más control y poder sobre mi trabajo. He conseguido mantener la misma potencia, pero he ganado muchísimo en control.

¿Volvería a leer 'Las edades de Lulu'?

-Hay un descontrol literario total. Tiene capítulos de quince páginas, capítulos de setenta, tiene flancos abiertos allá por donde la cojas. Si me la leyera ahora, me pondría enferma, me dan ganas coger un boli rojo y decir: No, no, no? Ese libro se escribió solo, ahora los escribo yo. Ya no se me amotina ni dios en un libro, hacen todos lo que yo digo.