BILBAO. 30 años de carrera se llama la gira actual de Dulce Pontes, que arrancará mañana en Bilbao, en el Teatro Arriaga, en su fase estatal. La portuguesa estará acompañada por el guitarrista Daniel Casares y el contrabajista cubano Yelsy Heredia. "Es un concierto muy alegre, alejado de la atmósfera del fado, aunque también cantaré algunos", explica Pontes. El recital se iniciará a las 19.00 horas y las entradas cuestan entre 13.50 y 35 euros.

Debutó en Euskadi en los 90, en Barakaldo Antzokia, y ya llevaba varios años de carrera, Eurovisión incluida. ¿Qué queda de aquella joven artista?

-Que soy antigua ya (risas). Es que edité Lágrima en 1993, pero mi carrera se inició en 1988, en el teatro musical. Luego llegó Eurovisión, en 1991, así que sí, son más de 30 años de carrera.

¿En qué ha cambiado, qué ha ganado y perdido?

-¡Uff, cuántas preguntas! Lo que queda siempre es la ilusión de partida, de estar con la gente y compartir. Además, en la mayoría de estas tres décadas el público me ha dado lo suficiente para poder trabajar con libertad y hacer lo que me diera la gana en cada momento. Lo que no deja de ser un milagro porque no tengo una gran discográfica detrás.

Quizás esa libertad sea el éxito, más allá de cifras y ventas ¿no?

-No cabe duda, y se siente en la música. Cuando uno repite la misma fórmula porque piensa que la gente lo está esperando, se queda estancado en el tiempo y no evoluciona. La vida artística es un aprendizaje continuo de los músicos que te acompañan, de los poetas que lees y cantas, de la experiencia de vida... Todo entra en el proceso. Y lo de vender... hoy en día, además (risas). El fin del arte es despertar la emoción de la gente. Y eso no se consigue con fórmulas.

Bueno, la mercadotecnia cuenta con muchas para sacar partido de éxitos repetidos hasta la saciedad.

-Sí, ahí tienes razón. Cada uno hace lo que quiere, pero de forma general es cierto que lo que más se promociona en los medios de comunicación suele ser música vacía de emoción y contenido, con pequeñas excepciones. Y eso que la música siempre se ha utilizado a lo largo del tiempo en momentos muy espirituales. Es un gran contraste con el estado actual.

Nos llegó como una artista de fado, pero en directo ofrecía también una cara musical y vocal muy extrovertida, lejana a ese estilo, más introspectivo y melancólico.

-Y no solo en directo, también se aprecia en mis discos. Es obvio que me ligaron al fado por la presencia tan fuerte de Amalia Rodrigues y porque, además, nadie conseguía salir fuera de Portugal al principio. Poco más que Madredeus, Misia y yo. Todos éramos fado, fado y fado para la gente. Y me gusta, pero nunca canté solo fado.

¿Se le quedó pequeño el fado?

-No diría que pequeño, porque nunca lo es. Requiere mucha lectura de alma, pero nunca quise hacer solo fado. He interpretado mucha canción popular, ya que el folclore de mi país tiene muchas culturas e identidades, desde Brasil a África, y me influyó también la polifonía vocal, mi escuela de piano clásico, otros compositores...

No se me ocurre mejor título para un disco que coincide con 30 años de carrera que 'Peregrinação'.

-Estaba previsto que saliera dos años antes. Pero sí, mi carrera y mi vida es una perigrinación, un camino en el que nos proponemos retos. A veces no sabemos el final, pero sí quiero avanzar siempre. Al menos sé adonde no quiero ir. Creo que es el camino lo importante, no el destino final. Mientras lo recorres estás viva, contactas con gente, te vas transformando...

Tiene fama de mujer espiritual. ¿Ayuda en los momentos duros?

-Bueno, yo creo en Dios como fuerza creadora, pero no tengo una religión como tal. No encajo en ninguna, ni las necesito. Eso sí, hago yoga a veces, me gustan cosas del budismo tibetano... Pero tengo también muy mala hostia (risas), aunque luego perdono con facilidad. Soy como una tempestad... aunque si hay tempestad es porque hay viento también. Siempre lo digo, la música es un ejercicio de espiritualidad y está ahí siempre, en mis momentos de tristeza y alegría.