bilbao - Jesús Rafael Soto (Venezuela, 1923; París, 2005) fue el promotor, junto con Agam, Bury, Takis y Tinguely, del arte cinético, en los primeros años de la década de los 50 del pasado siglo. El venezolano desafió las posibilidades perspectivas del ojo humano, explorando esa cuarta dimensión que convierte al visitante en parte fundamental de la obra, porque esta cambia y evoluciona en función de la perspectiva del espectador, dotándola de vida propia.

Organizada por el Museo Guggenheim Bilbao en colaboración con el Atelier Soto de París, la muestra Soto. La cuarta dimensión reúne más de sesenta obras, entre ellas varias esculturas participativas de gran formato que el artista venezolano denominó Penetrables y que figuran como una de sus “más importantes e icónicas contribuciones a la historia reciente del arte”. Además, presenta un importante número de pinturas y obras murales históricas que “permiten entender el papel fundamental de Soto en la evolución del arte cinético entre principios de los años 50 y finales de los 60, permitiendo apreciar el desarrollo de su práctica artística hasta la primera década del siglo XXI”, según explicó ayer el comisario de la muestra, Manuel Cirauqui, curator del Museo Guggenheim Bilbao.

La exposición, que fue presentada por el director general del Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, en compañía de dos hijos del artista, Cristóbal y Anne Soto, y el propio Cirauqui, ocupa la monumental sala 105. “Esta exposición salda una deuda pendiente del museo bilbaino con este artista que, de momento, no forma parte de nuestra colección”, explicó el director general.

Para conseguir el efecto óptico de movimiento de sus piezas, Soto recurrió a las formas geométricas como los cubos, los cuadrados, las espirales y las líneas verticales u horizontales, y a materiales como las varillas -de plástico o metal-, los alambres y los hilos de nailon o plexiglás, solos o combinados con maderas y planchas de metal pintadas. El dinamismo de las obras de Soto lo provoca el espectador al moverse frente a la obra, que permanece inmóvil en la pared o en el suelo de la sala donde es exhibida.

El espectador, parte de la obra La exposición incluye, además de un gran número de piezas murales, obras representativas de series como Volúmenes virtuales, Extensiones y progresiones o sus icónicos Penetrables. Corría 1967 cuando Soto trabajó en las primeras obras de esta serie, que no abandonaría hasta el fin de su carrera. Son estructuras cúbicas de gran tamaño que constan de filamentos colgantes de metal o plástico.

El espectador está invitado a interactuar con estas esculturas de hilos verticales o barras que llenan el espacio y que constituyen casi un espacio arquitectónico, como ocurre en Penetrable blanco y amarillo, de 1968, situada en el centro de la exposición. La monumental pieza, creada con más de 300 kilos de nailon, fue presentada en 1982 en el Palacio de Velázquez y es muy similar a la que se pudo ver en 1974 en el Guggenheim de Nueva York.

Atravesar esta pieza puede llegar a producir una cierta sensación de mareo, una intensidad que se percibe en prácticamente todos los trabajos del creador venezolano, y que nada tiene que ver con su tamaño, pero sí con las estructuras, los diferentes planos y texturas, que logran efectos ópticos que activan los colores y agitan las formas.

No menos agitación produce en el público otro de sus Penetrables, que realizó Soto en 1971, en el que mostró su preocupación por el sonido. Se trata de una pieza formada por tubos de aluminio de diferentes tallas, ordenados progresivamente. El espectador, al entrar, crea con sus movimientos toda una variación de valores sonoros. El penetrable “es una escultura vibratoria, que a la vez es un instrumento”, explicó Cirauqui.

Contacto con músicos Soto conoció y trató a distintos músicos franceses y españoles, como Paco Ibáñez. Según explicó su hijo, “mi padre tocaba la guitarra y tenía la música como uno de sus dos pasatiempos, junto al ajedrez. Conoció a Paco Ibáñez al poco tiempo de llegar a París y formó con él un grupo musical, con el que llegó a grabar un disco e incluso dieron varios conciertos. Ibáñez fue uno de sus mejores amigos, si no el mejor, hasta su muerte”.

Junto a las piezas de Soto reunidas en la muestra, el Museo Guggenheim Bilbao presenta una importante selección de elementos de archivo que permiten contextualizar y comprender la práctica de este venezolano afincado en Francia, cuya obra conoció un gran auge en toda Europa a lo largo de sus cinco décadas de trabajo plástico.

La exposición cuenta, además, con importantes préstamos de colecciones públicas y privadas, provenientes tanto de Europa como de Estados Unidos.