Bilbao - Niña prodigio del jazz estatal, la trompetista y cantante barcelonesa Andrea Motis empezó su carrera discográfica con solo 14 años. Ahora, con 23, firma su octavo trabajo, Do outro lado do azul (Decca. Verve), cuyo repertorio, entre el jazz clásico de Estados Unidos y los ritmos de Brasil, abre hoy el 43º Festival Internacional de Jazz de Getxo, en Muxikebarri. “Variar es bueno, ser un fósil es para los museos”, explica a DEIA. La jornada se completa con la participación de Claudio Jr. de Rosa 4et, en el Concurso de Grupos, y de Kontxi Lorente Trío, en la sesión vespertina.

Empezó a tocar la trompeta con 10 años y grabó un disco a los 14. ¿Harta ya de la denominación de niña prodigio?

-Bueno, es normal, son cosas que viví debido a mi edad y hace que hoy, tanto tiempo después, solo tenga 23 años. Es verdad que en mi casa siempre hubo música gracias a mis padres. De hecho, mi padre también tocaba la trompeta en grupos y decidió que con 10 años fuera a aprender a una escuela de música. Recuerdo escuchar muchos estilos de música diferentes yendo en el coche con ellos.

Creo que llegó a compartir aprendizaje en la Escuela Superior de Música de Catalunya con Rosalía.

-Fue solo en una asignatura e hicimos un trabajo juntas. En el mundo del pop, algo que nunca me ha interesado mucho porque la mayoría es muy pobre, ella suena sincera y ha logrado con El mal querer hacer un disco muy personal. Es de lo más interesante de ese mundo y creo que ella, al abrirse del flamenco al mundo más urbano, no se ha desvirtuado, ya que no suena típico, sino a muchas cosas diversas.

Resultaría curioso ver a una niña de 10 años tocar la trompeta, cuando estamos habituados a recordar a instrumentistas orondos, de grandes carrillos, como Louis Amstrong o Dizzy Gillespie, tocándola.

-(Risas). Sí llamaba la atención, es verdad, pero no todos los trompetistas clásicos tenían grandes cuerpos y envergadura.

Ahí está el ejemplo de Chet Baker, por ejemplo.

-Exacto. Lo importante con la trompeta, e imagino que con otros instrumentos, es cómo llegar a emocionar, lo que no se logra solo con fuerza. Hace falta saberla tocar bien, cierto virtuosismo. Y me suele gustar poner como ejemplo a Avishai Cohen, un músico que me gusta mucho. No creo que pese más que yo y sus piernas son más delgadas que las mías, incluso (risas).

¿Cantaba ya en la niñez?

-Siempre me ha gustado mucho cantar, lo hago de una manera muy natural y totalmente autodidacta. De hecho, mis padres me apuntaron de niña a un coro del barrio. Recuerdo que no tardé mucho en actuar con él.

Otro nombre que aparece siempre en su biografía es el de Quincy Jones. Pudo actuar con esta leyenda de la música estadounidense siendo una adolescente, en 2012, en el Festival de Peralada.

-Sí, quiso actuar conmigo y eso me dio una gran repercusión pública aunque yo ya había grabado un disco con mi maestro, Joan Chamorro. Sabía que Jones era el mánager de Michael Jackson. Es curioso, pero lo que más me ha impresionado ha sido cantar La chica de Ipanema con la magnífica bajista y cantante Esperanza Spalding. Eso sí, de la actuación con Jones se habló mucho.

Su jazz parte de la tradición clásica y de los estándares, pero no ha querido quedarse ahí. Últimamente compone y se abre a otros estilos diferentes.

-Es cierto que yo vengo de los clásicos del jazz y ahí están mis versiones para confirmarlo. Y que mi jazz no es muy original y lo de hacer versiones creo que es algo que está muy bien. No reniego de ellas porque no dejan de ser el pop de mediados del siglo pasado. Además, acaban sonando diferentes y transformándose siempre que el músico aporte su sello personal. Pero sí quería ir más allá y por ello he empezado a componer en mis dos últimos discos, además de aportar otro tipo de sonidos menos clásicos o relacionados con el jazz de Estados Unidos.

Usted lo resume diciendo que no quiere ser un fósil, mostrar que sigue viva artísticamente.

-Eso es. Variar es algo bueno para el músico, el fósil es para los museos. Y me siento bien, sigo aprendiendo y buscando nuevos sonidos. Como ejemplo, he empezado también a cantar en catalán en mis dos últimos discos y a atreverme con alguna versión diferente, como Mediterráneo, de Joan Manuel Serrat en el último, que no se conoce demasiado en Brasil. Defiendo que en el mundo del jazz hay gente joven haciendo cosas muy interesantes, que vivimos una buena época. Lo prueban músicos como el trompetista Tom Harrell, el saxofonista Kenny Garrett, Scott Robinson, la propia Spalding...

Una prueba es su último disco, que viaja casi unidireccionalmente por los sonidos de Brasil.

-Sí, tras grabar Emotional dance en Nueva York, esta vez he preferido ir hacia el sur, hacia la música de Brasil, pero a la de antes de la bossa nova. Siempre pasando por el filtro y el contexto del jazz, claro. Son unos sonidos que han interesado siempre mucho a los músicos de jazz, como prueba el trabajo de Stan Getz, por ejemplo. He grabado canciones de gigantes de la samba como Ismael Silva, Roque Ferreira o Paulinho da Viola, y de autores más actuales como Rodrigo Maranhao y Roberta Sa.

En Getxo & Blues actuará en un cartel muy variado, tanto en estilos como en generaciones.

-Sí, Julian Lage y yo actuaremos con grandes nombres del jazz como Paquito D’Rivera, Madeleine Peyroux o Kenny Barron. Me gusta esta variedad que demuestran los festivales. Y luego Getxo tiene el Concurso de Grupos ¿no?

¿Lo conoce? Es uno de los más importantes de Europa y está centrado en músicos y bandas jóvenes.

-Me he enterado porque este año han seleccionado a un amigo mío, Xabi Torres, que es pianista en el cuarteto de Claudio Jr. De Rosa.

Actuará con su grupo habitual.

-Antes hablamos de grandes nombres, pero mi carrera está ligada desde hace más de una década al contrabajista y saxofonista Joan Chamorro. Llevo una década tocando con sus músicos: el pianista Ignasi Terraza, el guitarrista Josep Traver y el batería Esteve Pi. Chamorro me introdujo en el mundo profesional de la música al contar conmigo desde niña. Ha contribuido a que consiga experiencia y ha demostrado siempre una gran pasión por el jazz.

Últimamente graba con el sello Verve, que sirvió de trampolín a grandes como Ella Fitzgerald, Louis Amstrong, Bill Evans, Stan Getz...

-Es una ilusión tremenda trabajar con un sello de esta magnitud, pero lo importante es que nos permiten realizar producciones propias. Así, podemos elegir sin condiciones y nos permiten una libertad total a la hora de grabar.