bilbao - Su padre era clarinetista, su madre soprano no profesional, y su abuelo administraba una sala de baile en la que desde niño pudo escuchar a grandes del género como Duke Ellington & His Orchestra. Formado por su padre como clarinetista, empezó a componer a los diez años, y con solo trece pudo escuchar una de sus obras interpretada por una orquesta local. En 1965 inició sus estudios de dirección y composición en Harvard, y en 1972 se trasladó a San Francisco donde contactó con la vanguardia.

John Adams (Worcester, Massachusetts, 1947) es el compositor norteamericano más influyente y uno de los más interpretados de la actualidad. Es aclamado por su habilidad de componer música que une técnicas minimalistas y música popular americana al idioma sinfónico del siglo XIX. Su obra tiene una influencia diversa, basándose en el minimalismo, en el jazz, en Mozart, el funk o el rock.

Adams tenía la sensación de que el mundo de la música contemporánea era cada vez más estéril y que los compositores estaban cada vez más ensimismados y solo componían para ellos mismos. “Al mismo tiempo, presencié el florecimiento de la gran época de la música rock, que hablaba a la gente en un lenguaje sencillo y apasionado. Yo quería forjar un lenguaje musical propio que, aunque estuviera dentro del marco de la tradición clásica, tuviera una energía y una potencia comunicativa similar a la que posee la gran música popular americana”, explicó durante la recepción del galardón.

Para usted que tiene tantos premios, que es caballero de la Orden de las Artes y Letras... ¿Qué ha significado recibir este galardón en Bilbao?

-Recibir el reconocimiento de este prestigioso premio al trabajo de toda mi vida es un gran honor, y más aún viendo que muchos de los galardonados también han sido de Estados Unidos. Ser un artista estadounidense en activo durante esta época especialmente turbulenta y de enfrentamientos en la historia de nuestro país, y que mi música sea reconocida y valorada desde la distancia, en España y Europa, cobra un especial significado para mí.

El jurado ha dicho de usted que ha vuelto a conectar con una gran audiencia, sin perder la complejidad técnica ni la calidad formal.

-Creo que si he logrado conectar con un público amplio es porque la gente siente emociones cuando escucha mi música; siente la energía que contiene, la sensualidad del sonido musical y, en el caso de mis óperas, se identifican con las historias, con los temas y las imágenes arquetípicas que utilizo en mi trabajo.

En sus óperas ha abordado capítulos traumáticos de la historia reciente de su país : racismo, terrorismo, bomba atómica? Le han definido como el creador de un género nuevo: la docu-ópera.

-No me gusta ese concepto, aunque mi nombre se asocie a él. Es un término feo acuñado por un crítico malo (ja, ja, ja...). Siempre me preguntan la razón por la que hago obras políticas, creo que lo político es sobre el poder entre dos personas, entre hombre y mujer, o entre naciones.

En ‘Nixon en China’, que generó mucho debate, narró la visita del presidente norteamericano a Mao Tse-Tung. Además, fue la primera ópera que se compuso sobre personajes vivos...

-La ópera no puede estar alejada de la realidad, sólo puede sobrevivir e interesar si conecta con nuestras vidas. Si queremos que tenga futuro, los compositores debemos elegir temas e historias que reflejen los mitos colectivos que compartimos en el presente, como hizo Wagner en su día. Mi obra contaba las principales etapas del viaje a China del expresidente norteamericano, en 1972. En realidad, versaba sobre el confrontamiento entre el capitalismo y comunismo, dos formas de ver el mundo. Todos los temas dramáticos son políticos. Estos asuntos me intrigan y más si tienen que ver con nuestros líderes.

Su segunda incursión en el género lírico, ‘La muerte de Klinghoffer’ (1991), resultó no menos controvertida. El argumento se basaba de nuevo en un suceso de crónica ligado a la actualidad

-Era sobre el asesinato en 1985, de un turista norteamericano durante el secuestro del trasatlántico Achille Lauro por parte de un comando terrorista palestino.

Le asusaron de antisemita, incluso se publicó que le habían incluido en la lista negra y que le vigilaban las fuerzas de seguridad de su país...

-Quería reflejar la historia desde ambos lados, israelitas y palestinos. Pero en Estados Unidos no se podía, me acusaron de antisemita. Es un asunto que me da mucha frustración, incluso las emisiones de televisión de la ópera desde el Metropolitan fueron canceladas por las protestas frente al edificio. Fue escandaloso.

Y en ‘Doctor Atomic’ trasladaba al espectador a 1945, al laboratorio donde un equipo de militares y científicos estaban construyendo la primera bomba atómica.

-Era una obra esencial para mí porque la bomba atómica representa el poder de los humanos para destruir su propio mundo.

Ha desarrollado estilos variados y experimentos muy arriesgados...

-La música del siglo XIX era algo compleja e inaccesible, tampoco podía componer según los cánones de las vanguardias imperantes en los 60 y los 70, demasiado teóricas. Los que amaban a los clásicos -Bach o Schubert o Mahler, e incluso Stravinski- no hallaban ni placer ni significado en la nueva música. Durante los años sesenta, junto a otros amigos compositores quisimos crear algo más cercano. He intentado en el curso de mi vida creativa recuperar la primacía del sentimiento y de la conexión emocional en mi música. Sobre todo en mis óperas he buscado maneras de abordar con la música los mitos colectivos de nuestro tiempo.

Es el compositor vivo más interpretado de todo el mundo...

-Es la verdad, pero también que en comparación con otros compositores clásicos mi audiencia es pequeñísima. Los programadores tienen todavía temor de los compositores contemporáneos porque piensan que las audiencias van a salirse durante la representación. Y a veces se produce. La gente está en la sala para escuchar un concierto de Beethoven, después cuando hay una obra del maestro Adams se salen (ja, ja, ja...).

¿La música clásica cada vez es más clásica?

-Es un hecho que yo he tenido que aceptar. Mi hijo también es compositor y hemos abordado muchas veces el problema de las audiencias.

Ha compaginado también la tarea de dirección con la composición...

-Es como una vida bipolar, normalmente estoy en casa, no paso más de 12 o 15 semanas por año dirigiendo porque para mí la composición es más importante. Pero de vez en cuando necesito irme de casa, ser un ser humano... La transición es siempre difícil, pero la experiencia de trabajar con estas grandes orquestas es importante para mí, para mi salud mental, por la interacción con los músicos...

Tengo que preguntarle, ¿está pensando en escribir una ópera sobre Trump?

-Ja, ja, ja,... Siempre me hacen esa pregunta. No paso tiempo leyendo los periódicos para encontrar una idea, lo hice una vez, pero es suficiente.

¿Y sobre quién le gustaría?

-Me gustaría hacer una obra sobre la tragedia de Shakespeare, Cleopatra. Me interesa la historia de amor entre Marco Antonio y Cleopatra.