donostia - La basílica de Arantzazu está considerada como “una de las obras más importantes del arte religioso del siglo XX a nivel internacional”, un “emblema”, según los expertos. El escultor guipuzcoano Jorge Oteiza fue el encargado de diseñar la fachada y tallar la estatuaria que luce sobre la entrada del imponente santuario de montaña que se sitúa entre Oñati y las campas de Urbia, a la sombra del cordal del Aizkorri. Los catorce apóstoles, en vez de doce, abajo; y la Virgen de Arantzazu, en el cielo, separados por el vacío. Es la obra “más importante” de un artista que siempre creyó “firmemente en el poder de transformación del arte”, aseguran los responsables del Museo Jorge Oteiza, pero también representa su “drama”, por el “profundo dolor” que le provocó tener que abandonar su obra a medias y verla abandonada. Censurada. Y finalmente recuperada.
La basílica de Arantzazu “transformó” al artista. Arantzazu y Oteiza, en la memoria de los franciscanos que aún hoy guardan el santuario, quedarán unidos de por vida en una obra de gran valor artístico y simbólico.
Oteiza, al igual que otros artistas de vanguardia que participaron en la construcción de la basílica, tuvieron que sufrir los corsés de un “periodo histórico difícil”. El planteamiento rupturista de Oteiza, lo que hoy es una obra de arte de referencia en toda regla, chirriaba a la Iglesia, y el obispo de Donostia, asesorado por la Comisión Diocesana de Arte Sacro, prohibió colocar la estatuaria.
Sus apóstoles, cuatro de ellos ya tallados, y el resto de bloques de piedra que aún debían ser cultivados por el genio de Orio para ser convertidos en obra de arte, quedaron aparcados en una cuneta, tirados durante catorce años, desde 1955 hasta 1968, al borde de la carretera que conduce de Oñati a Arantzazu.
“No se discuten las buenas intenciones de los proyectistas, pero se concluye que han sufrido extravío por las corrientes modernistas, que no tienen en cuenta algunos de los preceptos de la Santa Iglesia en materia de arte sagrado”, rezaba el dictamen de la comisión eclesiástica.
Hoy, en pleno siglo XXI, las fundaciones Jorge Oteiza, Arantzazu Gaur y los Franciscanos de Arantzazu conmemoran el quincuagésimo aniversario de la colocación, por fin, de aquella obra maldita que yació en la cuneta, resucitó, y hoy cumple medio siglo dando la bienvenida a miles de peregrinos, fieles y turistas que cada año visitan este lugar sagrado.
La colocación de la estatuaria entre junio y octubre de 1969 era la culminación de una obra maestra y ponía fin a 19 años de unos trabajos que arrancaron el 9 de septiembre de 1950 y culminaron con los últimos retoques de un Jorge Oteiza el 21 de octubre de 1969, el día de su 61 cumpleaños. Todo un homenaje.
Elena Martín, conservadora del Museo Oteiza y comisaria del proyecto Oteiza y la estatuaria de Arantzazu, 1950-1959, aseguró que la fachada de Arantzazu fue “el proyecto más importante de su vida, el de mayor compromiso”, porque le “obligó a conjugar su estética, que ya era abstracta en 1951, y el tema figurativo que le habían encargado los arquitectos y franciscanos”, explica.
el tiempo le da la razón Era un reto mayúsculo. Poner su ingenio creativo al servicio de un encargo de la iglesia, en homenaje, ni más ni menos, que a la patrona de Gipuzkoa, la Virgen de Arantzazu. El pueblo debía sentirse identificado y había que estar a la altura del “impresionante” paraje de montaña que rodea el santuario. De ahí la fachada pétrea, con piedras de la tierra, de Markina. Y los apóstoles, sin rostros definidos pero de rasgos vascos, reconocibles; uno de ellos, dicen, a semejanza de un remero de la trainera de Orio, villa natal del artista. Un guiño al pueblo, explica Elena Martín.
Oteiza acertó y el tiempo le dio la razón. En realidad acertaron todos. El padre Lete, franciscano que impulsó la nueva basílica; los arquitectos Luis Laorga y Francisco Javier Sáenz de Oiza, los pintores Pascual Lara y Lucio Muñoz, elegidos para la decoración del ábside; el escultor Eduardo Chillida, para las puertas principales de acceso; fray Javier María Álvarez de Eulate, encargado de las vidrieras; el pintor Néstor Basterretxea para la decoración de las paredes de la cripta, y otro franciscano, Xabier Egaña, para el camarín.
Todo a punto de irse al traste. En realidad, a punto de quedarse a medias, porque cuando llegó la prohibición, en 1955, el edificio ya era una realidad, obra de arte inconclusa, pero iglesia, y había celebrado su primera misa el 20 de agosto de 1955.
A la obra de arte le llegó su oportunidad en 1962. Y vino de una desgracia. La muerte de Pascual Lara, el elegido para la decoración del ábside. Su fallecimiento provocó la apertura de otro concurso para culminar su obra y en esa reunión, explicó Martín, “se alza un voto para que Oteiza vuelva. Se hace una consulta a Roma y dice que tiene la misma opinión que en 1955, pero que es decisión del Obispado de San Sebastián. En una nueva reunión, este primero da el sí, pero luego se retracta. Se puede decir que fue una segunda paralización, en 1964, asegura la experta.
La autorización definitiva, por parte del mismo obispo, llegó en 1966, pero Oteiza no regresó hasta 1968. “Lucharon muchísimo los frailes, pero Oteiza tampoco podía renunciar a este proyecto, así como ya había renunciado a otros”, asegura Martín.
El programa del quincuagésimo aniversario de la colocación de la estatuaria de Oteiza contará con un amplio conjunto de acciones entre el 19 de junio y el 27 de octubre y cuenta con el patrocinio del Departamento de Cultura, Turismo, Juventud y Deportes de la Diputación de Gipuzkoa y de Kutxa Fundazioa, así como la colaboración del Departamento de Cultura y Política Lingüística del Gobierno vasco, Acción Cultural Española, Ayuntamiento de Egüés y la asociación Arantzazuko Adiskideak.