Bilbao - El director Pedro Olea (Bilbao, 1938) sigue teniendo la misma ilusión por rodar a pesar de contar con una larguísima trayectoria. Han pasado más de cincuenta años desde que filmase Días de viejo color (1967) y más de cuarenta del éxito de Pim, pam, pum... ¡Fuego!, pero tan solo dos de su cortometraje Zombie Eguna. Hoy, el cineasta sigue con una cartera llena de proyectos y con ganas de volver a ponerse detrás de las cámaras.
Es curioso que de niño quisiese ser actor. ¿En qué momento optó por la dirección?
-¡No era lo mío! Me gustaban tanto las películas que quise ser actor, y en el colegio me apuntaba a todo lo relacionado con la interpretación. Recuerdo que la primera vez hice de hormiguita. La madre de uno de mis compañeros era modista y nos hacía los trajes. Me acuerdo de las canciones en el colegio, ¡eran horribles! Pero yo era feliz. Todo cambió en una fiesta de fin de curso, en el teatro Buenos Aires. Los niños hacíamos de pecados capitales, aunque la lujuria no aparecía, porque estudiábamos en Maristas. Yo escogí la Envidia. Iba con un faldón rojo. El teatro estaba lleno de frailes y familias. Salí al escenario acojonado, y el fraile, cuando yo hablaba, me decía tras el telón “¡Olea, más alto!”. Me agobié, y entonces decidí que prefería el trabajo que se hacía detrás. Ahora Pablo Malo está haciendo un documental sobre mi carrera y esta misma anécdota es la que dará nombre a ese trabajo. Se va a titular ¡Olea, más alto! , porque ahí fue donde dejé de querer ser actor y empecé a desear ser director.
¿Cómo recuerda el Bilbao de su infancia?
-Recuerdo ir al Salón Olimpia. A mis primeras películas me llevaba la cocinera del restaurante Retolaza, que era de mi familia, junto a mis hermanos. Los primeros filmes que vi fueron de los hermanos Marx o de Fu Manchú, en los años 40. Después empecé por mi cuenta a visualizar largometrajes. Con un amigo del colegio apuntaba con colores qué películas nos habían gustado, si nos gustaba mucho era rojo, si no nos agradaba nada era negro... Nos colábamos en sesiones que eran para mayores. Incluso en el colegio de los Maristas tenía que pedir permiso para ver algunas, por ejemplo Pequeñeces (1950). Desde crío me gustaba el cine.
Entonces, ¿por qué optó por estudiar Económicas?
-No sabía qué quería ser. Por entonces había un curso preuniversitario, y tenías que elegir entre ciencias, letras y escuelas especiales. Fíjate qué despiste tendría que empecé matriculándome en ciencias, al segundo trimestre me cambié a letras y acabé en escuelas especiales. Al margen de todo esto, recuerdo de aquellos años que en el último piso del colegio había un salón de actos, donde veíamos teatro y trucos de magia. También había frailes muy siniestros, pero de mi infancia recuerdo cosas muy bonitas. Más tarde hice Económicas y llegué hasta Cuarto.
Y cambió de idea y se fue a la Escuela de Cine de Madrid. ¿Es cierto que se lo dijo borracho a sus padres?
-Llegó un momento en el que me di cuenta que así no podía seguir. Mis padres sabían que me gustaba el cine y me regalaron un Tomavistas de ocho milímetros. Cuando tenía 16 años iba con la maquinita que me habían regalado aita y ama rodando cosas, algunas prohibidas como sex shops. Estando en la facultad de Económicas empecé a rodar cine amateur. Con un amigo, Manolo Martín, hicimos una película, Despertar, que empezaba con una frase de Kant que decía: “dormía y soñé que la vida era bella, al despertar advertí que era un deber”. El crítico de La Gaceta del Norte era entonces Jesús Bilbao Garbizu, un hombre muy puritano que llamaba a Brigitte Bardot “pública meretriz del cine”. Sin embargo, escribió que en nuestro corto había balbuceos de buen cine. ¡Le perdoné lo de Brigitte Bardot! Después de todo esto, me emborraché y les dije a mis padres que quería estudiar cine.
Sus profesores fueron Carlos Saura y Luis García-Berlanga.
-Fueron mis dos mejores profesores. Con Saura aprendí rigor, todavía guardo sus apuntes. Me enseñó a planificar la narrativa cinematográfica. Las clases de Berlanga eran muy diferentes, un cachondeo. Aunque eran opuestos, me llevaba muy bien con los dos. Saura sigue siendo muy amigo mío, y Berlanga, cuando debuté en mi primera película, Días de viejo color (1967), me ofreció participar como actor. Encarnó irónicamente a un traficante de drogas llamado míster Marshall, como su película de 1953.
También trabajó con José María Iñigo, recientemente fallecido. ¿Cómo surgió esa colaboración?
-Estábamos en la mili. Es gracioso porque estando los dos vestidos de militares le pregunté: “¿Te animas a hacer un programa yeyé en Madrid, y das el salto de la radio a la televisión? Después José María tuvo una carrera inmensa y de gran popularidad. A mí dirigir ese programa, llamado El último grito, me lo propuso TVE. Fue un bombazo.
Pero no olvidó el cine y en 1971 rodó ‘El bosque del lobo’, una película que quiso prohibir Carrero Blanco.
-Yo siempre digo que el mayor premio que he tenido nunca es que Carrero Blanco quisiese prohibir una de mis películas. El bosque del lobo participó en el festival de cine Valladolid, entonces llamado Festival religioso y de valores humanos.
Carrero quería censurarla, pero recibió el premio San Gregorio y no pudo hacer nada.
¿Cómo vivió la censura de aquellos tiempos?
-Era tremenda. Recuerdo las dificultades rodando Días de viejo color, donde había una escena de cama. Los protagonistas eran Cristina Galbó y Andrés Resinos, que eran muy jovencitos. Estaban en la cama, pero tapados -él incluso con vaqueros-, y por encima una sábana, que tenían sujetada con esparadrapos. Después lo censuraron todo, y eliminaron la escena.
También hay rodajes muy curiosos en su carrera, como el ‘spot’ de ‘La, la, la’, de Serrat.
-He hecho dos cosas muy graciosas en mi carrera. Una es este vídeo para Serrat, que decidió cantar en catalán y se armó un follón enorme. Me quedé con la copia. La otra es que hace tres años grabé Zombi Eguna en Bilbao. Me parece genial hacer estos trabajos tan divertidos.
¿Cómo valora el cine actual?
-Es muy diferente y no tiene nada que ver con lo que hacíamos nosotros. Hoy en día puedes hacer una película con un móvil, es otro tipo de cine, pero me parece genial.
¿Qué proyectos tiene ahora?
-Grabar una serie basada en la novela Las tres bodas de Manolita, de Almudena Grandes. No quiero dirigir los diez capítulos, estoy mayor para esos horarios, pero espero compartirlo con otros cineastas, como Imanol Uribe. Ahora, si me gusta un proyecto lo ruedo, y si no, no. Puedo tomarme esa licencia y escoger lo que quiero hacer.